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Ramoncín: “Lo mejor que se puede tener es una buena mala fama”

Ha cumplido 40 años de trayectoria musical y sigue en activo: el próximo sábado participa en el cartel de «Yo fui a EGB» y mira al futuro, olvidada la pesadilla de la SGAE, de la que salió absuelto aunque con cicatrices, con la intención de seguir creando y disfrutando de su obra pasada y futura

Madrid . 15/01/2020 . Ramoncin , cantante y presentador . Te leo . Ruben mondelo .
Madrid . 15/01/2020 . Ramoncin , cantante y presentador . Te leo . Ruben mondelo .Ruben mondelo.La razon .

Define el Madrid de su infancia como «portuario». Ramoncín nació en la Calle Canarias rodeado de fábricas: «Estaba la Renfe, Standard Electric, Electrolux, la fábrica de El Águila... Allí a los chavales que no querían estudiar les encontraban trabajo rápido. Fue una zona que machacaron en la Guerra Civil, bombardeando desde el Cerro de Los Ángeles. Crecimos sin libertades, pero yo nunca me he ido de mi barrio», explica el músico, que ha cumplido 40 años de carrera musical y es en lo único que piensa, terminada, por fin, la pesadilla de la SGAE. Este sábado forma parte del cartel de «Yo fui a EGB» en el WiZink Center junto a Jaime Urrutia, Seguridad Social y La Orquesta Mondragón.

¿Tuvo una buena infancia?

–Mira, mi madre era cantante y profesional, además. Ella tiene ya casi 90 años y ha perdido de su memoria casi todo, menos las canciones. Mi madre no reconoce a sus hijos, pero si le empiezas a cantar, ella termina. Cantaba muy bonito y le gustaba hacerlo por Gershwin, Cole Porter... era increíble. Y la verdad es que habría sido más lógico que mis hermanos, los hijos que ella tuvo después, hubieran sido cantantes o artistas porque estaban con ella. Yo me crié con mi abuelo, que era maestro de escuela, minero y represaliado, y mi viejo era carpintero de Standard Electric. Y mi vieja, mi tía, pero mi madre verdadera, porque es quien me crió, trabajó mucho para sacarnos adelante.

¿Cuándo descubre quién es su madre?

–Siempre lo supe, había fotos suyas en el comedor. Pero se fue de casa cuando yo tenía dos años y para mi abuelo eso fue terrible, porque era un hombre del siglo XIX. Tuvo otros hijos después y me habían llevado de pequeño y recordaba a una señora que lloraba mucho y que me dio la tarde. Con 13 o 14 años decidí ir a verla. Entendí que lloraba porque yo era el hijo que había perdido y eso lo comprendes cuando te haces mayor.

¿Fue duro para usted?

–Yo tengo cuatro hijos de tres mujeres distintas y nunca se han separado de mí, ni he tenido la sensación de que los perdía. En el caso de mi madre, es que fue duro también para mis abuelos. Ella dejó de cantar cuando me tuvo.

¿Y de ese barrio qué le queda?

–Mucho. Soy el promotor del chat donde estamos todos salvo dos pobrecitos que están muertos. Siempre me he preocupado de no despegar del suelo y sigo siendo uno de ellos.

¿Cómo entra la música en su horizonte?

–Ha estado siempre. Me gustaba cantar lo que fuera. Joselito o Raphael... y luego Los Bravos y Los Brincos. A mí me parecía asequible tocar lo que se hacía en el Costa Oeste americana: los Doors o Neil Young, porque hacer Pink Floyd era imposible. Oíamos los singles una y otra vez y así fue como me di cuenta de que había letras... que Dylan, Ray Davis, Lou Reed escribían cosas alucinantes. Yo escribía poesía. Y creo que el reflejo de eso es «Marica de terciopleo», que para mí es lo mejor que he hecho, no el pollo frito...

¿Lo de «Barriobajero» era real o una máscara?

–Era una actitud. Una vez vino Rafael Gil, que había sido mi amigo y de pronto era director general de la compañía, y quiso cambiar mis letras para firmarlas él. Ya está muerto, así que se puede contar. Era un chorizo, pero no el único. Yo con aquello me gané una buena mala fama, que es lo mejor que puedes tener en la vida. Cuando me quise ir de la compañía, como no me daban la carta de libertad, me planté con una lata de gasolina. Pero solo la enseñé, no es verdad que se la tirase.

¿Existió la Movida? ¿Participó de ella?

–La Movida es un invento de los medios de años después. Cuando surgen los grupos y los programas ya es el 83. Yo había grabado cuatro discos o cinco para entonces. No tenía nada que ver, la Movida es una marca a posteriori que está muy bien, algo inteligente para los que se hayan beneficiado. Pero nadie se identifica con nada que pasara realmente. ¿Qué ocurrió en los 80? Que en el 82 ganó el partido socialista y los ayuntamientos se volvieron todos de izquierdas y decidieron hacer conciertos, permitir a la gente y apoyar proyectos, se apoyaba todo.

Están los 80 de la efervescencia cultural y los de la heroína.

–De lo segundo tengo un máster. Yo digo que hay que hacer un programa de televisión que se llame «Malditos 80», porque pasamos un Vietnam. Y sus consecuencias se siguen notando.

Usted no cayó.

–Me tomé una vez una dietilamida 25 de ácido lisérgico, y vi el Circo del Sol pero lo hicimos bien. Eso lo puedes probar siempre que no tengas una personalidad adictiva. Yo creo que no existen las drogas, existen los drogadictos. Hay quien se toma un whisky y no vuelve a tomar otro en 15 días. Pero los hay que detrás de uno quieren otro y otro y otro. Por eso en mi época hubo mucho niño bien portándose mal. En nuestro negocio murió menos gente rockera y «destroyer» que los que hacían pop: se destrozaron la vida por no tener información. Pero yo iba de noche y me pedía una botella de agua.

¿Tenía información?

–Por un lado, yo había leído a la «beat generation», ya sabía que la química es una mierda. Por otro, fui padre con 19 años. En mi barrio, los mayores te daban el consejo: «¿Heroína o langosta?». Parece una gilipollez o una «boutade», pero es que por el mismo precio te tomas un vino y una langosta.

¿Por qué empieza a leer?

–Mi abuelo leía en voz alta. Se sentaba a leer a Baudelaire y yo andaba alrededor. Cuando había algo picante, bajaba la voz, y le decían: «Padre, que está aquí el niño». «Bueno, que escuche. Es literatura, esto no le hace daño a nadie». Yo en el 78 leía el «Diccionario filosófico» de Voltaire. Y sigue sonando pedante. Pero mira, es que lo hacía. A los 20 me había leído a Lope y Quevedo y Cervantes y Valle...

¿Ideológicamente ha cambiado mucho?

–No. Mi abuelo era comunista con silenciador. Yo llevaba en el bolsillo el «Libro rojo de Mao» y me podía haber comido hasta 15 años de cárcel. Pero lo leí y me di cuenta de que era un sátrapa, y el libro, toda una sarta de gilipolleces. Ahí se forja lo de ser progresista, el capitalismo social de Adenauer que hoy se llama socialdemocracia. No me he ido muy lejos de eso, me mantengo en el centro, el de la justicia social, que creo que es el que apoya la mayor parte de la gente. Pero, ¿sabes?, creo que ha llegado el momento de reconocer que el hijo del vecino, aunque no piense como tú, es guapo y listo también. No hablo de la carcundia de Vox, pero sí del resto de opciones políticas aunque no sean las mías. En cambio, hoy distingo al enemigo mejor que nunca, al hipócrita que pone la boca en un sitio y la cartera en otro.

Usted se encontró mucho de esa actitud en la música.

–Lo he sufrido más que nadie. Decir una cosa y hacer otra para parecer auténtico, parecer lo que no se es. A uno me habría gustado tirarlo de un AVE en marcha. Un día lo contaré.

Trató a Adolfo Suárez.

–Le conocí por una apuesta con mi mánager, que alucinaba cómo conseguía lo que me proponía. Hice unas llamadas y logré entrevistarme con él. Fue un flechazo, y eso que yo era bastante más comunista de lo que puedo ser ahora. Mantuvimos una relación y fui el único rockero que acudió a presentarle respetos cuando falleció. Rockeros no fue ninguno, y muchos izquierdosos, tampoco. Y fue acojonante.

¿Falta tolerancia política?

–Adolfo era un camisa azul, lo que hoy diríamos un facha, pero hizo algo a lo que no se atrevía nadie cuando debía hacerlo. Abrazó a Santiago Carrillo cuando media España lo quería fusilar. Si hablas con Felipe González de Suárez, hay una admiración y un cariño... Hablaban más entre ellos que con Aznar.

¿Le tentaron con un cargo político?

–Conocí a Tierno Galván en una tertulia y me ofreció ser concejal. Pero le dije que si había que madrugar, pasaba. Y luego apoyé a Felipe Gonzaláez cuando ganó, cuando ganó y cuando perdió. Y a Barranco, y a Leguina y a Morán. Estuve con ellos cuando sabía que iban a perder. Pero me gustaban. Después el PSOE me pidió que fuera a Europa, porque sabía de derechos de autor y creación y estaba acostumbrado a reuniones largas y tediosas. La oferta son cuatro años llenos de ventajas y un sueldo increíble. Le pregunté a Felipe. Y él me dijo que, como partido y como presidente, sería fabuloso.Y que, como amigo, «ni se te ocurra». Pero bueno, nunca me han dado nada ni me han pedido nada.

Si fuera ministro de Cultura, ¿qué haría con la SGAE?

–Es que no tiene que meterse, es una sociedad privada y el dinero que se mueve tiene nombres y apellidos. Se llama Serrat y Rosendo. Cuando empecé allí a todas las reuniones venía un representante del Ministerio y tenía voz, aunque no voto. Pero cobraba la dieta, que firmaban y no sé si la dejaban en el Ministerio o se la quedaban. Hasta que dejaron de aparecer. Por eso, cuando hablan, lo menos que pueden hacer es saber lo que dicen, porque Guirao (José, el anterior ministro) no tenía ni puta idea de los derechos ni del reparto, por ejemplo. Ni puta idea. Este señor no sabía nada. Aunque yo en ese tiempo ya no estaba.

Un dinero con nombres como Sabina, Serrat o Perales, que se han marchado de SGAE.

–No, no se van al final. Dijeron que se iban, pero no. Sería un error, porque se perderían sus votos para la asamblea de marzo, que es clave. Ahora mismo no se están haciendo bien las cosas.

¿Pero entonces, cómo arreglaría la SGAE?

–Estas entidades existen en todos los países civilizados del mundo, en Inglaterra, en Estados Unidos, en Japón. Hace 15 años, la SGAE recaudaba 360 millones, y la Sacem, en Francia, 700. Te hablo de cuando la Guardia Civil salta las tapias de la SGAE teniendo la puerta abierta, pensando que era la cueva de Ali Babá. La idea del Plan Director era llegar a 700 - 800 millones este año, y la francesa, a 1000. Ahora mismo, SGAE recauda 200 millones, y la fracesa, 1.700. El que no sepa, que sea un lerdo contra eso, me da igual. Pero el que sepa un poco tiene que pensar por qué. Esto es un derecho. Un autor francés cobra 17 veces más por lo mismo que uno español. Y esa es la cuestión. El remate es: ¿quién tiene que defenderlo? Los autores. ¿De quién es la culpa esto? De los autores.

¿Sigue en la SGAE como socio?

–Sí, aunque puede que acabe en la Sacem francesa.

Usted estaba en la comisión de los repartos del dinero de SGAE, ¿se hacen con transparencia?

–Con las cuentas pegadas en las paredes, publicadas y aprobadas por auditoría interna, externa y de ministerio. Si hay responsabilidad es de Cultura, que dejaron de hacerlas. Pero había días que venían los alemanes a hacer su propia auditoría y se metían allí una semana.

Como artista, ¿se puede tener el control de los derechos y de los pagos de plataformas, por ejemplo?

–No, pero puedes tener el conocimiento. Si conoces lo que te pasa, es un tema delicado, pero puedes. Y las reclamaciones funcionan.

¿Algún día lo contará todo?

–Por supuesto, puedes tenerlo seguro. Será en mis memorias. Se titularán «Me acuerdo de todo».