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El asedio a la Comuna de París: barricadas, polvo y hambre

La revolución de París (1870-71) fracasó para después triunfar como mito en Francia... y como génesis de un apellido literario ilustre: los Goncourt. Dos ediciones del diario sobre aquel terrible y angustioso sitio devuelven los sucesos a la actualidad
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Entre 1887 y 1896, y dividido en nueve tomos a lo largo de tres series, se fue publicando en París un diario único en el mundo de las letras por varias razones; primero, por ser de los primeros (si no el primero) en tener un marcado carácter socioliterario y no meramente privado o adscrito a alguna crónica viajera, por ejemplo, y sobre todo por estar concebido por dos personas, dos hermanos, que redactaban todo al alimón. Eran Jules de Goncourt y Edmond de Goncourt, cuyo apellido tiene un eco constante en el ambiente cultural galo y hasta internacional por el premio así llamado, el cual se empezó a llevar a término para cumplir con una voluntad que dejó dicha en el testamento Edmond. Éste había muerto en 1896, y quedaba ya muy atrás la desaparición, en 1970, de su inseparable hermano menor, en cuya memoria, pues, estuvo erigido este galardón que dio comienzo en 1903 y que tiene un casi inexistente premio en dinero pero una proyección comercial enorme.
La desaparición precoz de Jules destrozó a Edmond, que acabó por decidir que tenía que darle continuidad a lo que estaba siendo un gran trabajo a la hora de captar e inmortalizar acontecimientos, novedades y charlas de los grandes literatos del momento en Francia, y con la firma de ambos.
Esas anotaciones diarias de casi veinte años juntos, desde que publican su primera novela, llegó en el 2017 con una selección y traducción de José Havel. «Diario. Memorias de la vida literaria (1851-1870)», que daba comienzo de una manera harto particular, cuando una mala casualidad hace que el mismo día en que se pone a la venta su primera novela (2-XII-1851), Luis Napoleón Bonaparte, presidente de la Segunda República Francesa, da un golpe de Estado para erigirse en Napoleón III, lo que daría como consecuencia directa en este ámbito literario el exilio de Victor Hugo y un clima de censura perpetrada en contra de los medios de comunicación.
Y es que lo político va a marcar lo literario en la vida y obra de Goncourt, como demuestra el hecho de que acaban de aparecer sendas ediciones de una etapa convulsa para la historia de Francia: por un lado, la continuación del trabajo de Havel: «Diario. El sitio y la Comuna de París (1870-1871)» (Renacimiento); y por el otro «La Comuna de París. Diario del sitio y la Comuna de París, 1870-1871» (Pepitas de Calabaza). Un documento de máximo interés para el aficionado o el especialista en historia, pues la suerte es que Edmond no interrumpió el diario tras la muerte de su hermano, como fue su intención inicial, como apunta Havel, y viendo que había grandes acontecimientos que se estaban produciendo, siguió registrando su punto de vista: «La Guerra franco-prusiana, la caída del Segundo Imperio, el Sitio de París, la coronación de Guillermo I como emperador alemán en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles, la derrota definitiva frente a la alianza germana –ya siendo Francia otra vez república–, una paz no menos humillante con pérdida de territorio patrio incluida, unas elecciones nacionales de lo más divisivas, la Comuna y la guerra civil…, tristes capítulos de lo que Victor Hugo llamó El Año Terrible».
Havel, y también por su parte, en la otra edición, Julio Monteverde, destacan cómo Edmond de Goncourt recorrió las calles de París para hablar con todo el mundo, asistió a reuniones políticas, entró en hospitales, visitó barricadas y presenció todo tipo de combates, todo lo cual acabó cada noche en su diario. Contó, pues, cómo en septiembre de 1870, tras la derrota del ejército francés, las tropas prusianas al mando de Bismarck sitian París. Transcurren siete meses, en los que el pueblo resiste con coraje y acaba asombrado frente a la decisión de las autoridades, que deciden rendir la ciudad a las tropas prusianas.
En ese momento comienzan los disturbios de protesta que acaban por llevar a la proclamación de la Comuna; entonces, los proletariados toman el control de la ciudad y empieza así un movimiento revolucionario trascendente, en paralelo a la actitud del gobierno burgués, el cual, refugiado en Versalles, pactará con el enemigo para destruir a la Comuna. El propósito se logrará y el conflicto acabará en la represión de mayo de 1871, en la que se calcula que fueron ejecutadas unas treinta mil personas, incluidas, mujeres y niños.
El pálpito del sufrimiento
«La Comuna de París sigue formando parte esencial del núcleo en el que late el sentido histórico del movimiento revolucionario. Su gloriosa derrota, aún hoy, se mantiene como el diapasón que da quizá la nota más alta, sobre la cual hay que afinar todo lo demás. Muchas revoluciones fracasaron. Otras triunfaron para después fracasar. El caso de la Comuna es diferente: fracasó para triunfar», remarca Valverde sobre un suceso que aún genera debates. Goncourt, extremadamente deprimido por la muerte de su hermano, aún sufre con mayor sensibilidad lo que aventura va a ser decisivo para su país: «Todo el día vivo en las dolorosas emociones de la gran batalla que va a decidir el destino de Francia», apunta el 10 de agosto de 1870, con respecto a los planes de Napoleón III, que acababa de concentrar sus tropas sobre el Nied francés frente a la amenaza alemana.
Pero, más allá de los detalles históricos, que han quedado reseñados en un sinfín de estudios, lo importante aquí por supuesto es el pálpito social que este diario proporciona. «Las emociones de estos ocho días han dado a la población parisiense el aspecto de un enfermo. Se ve en las caras amarillas, turbadas, tensas, todos los altibajos de la esperanza por lo que han pasado los nervios de París», escribe unos días más tarde. Y así va captando los rostros de las gentes, inquietos, asustados, ansiosos por el maremágnum de espectáculos desgarradores que se van a ir produciendo, a medida que lo soldados transitan la ciudad cantando «La Marsellesa» y uno de los iconos parisinos cobra esta dimensión descriptiva: «El Sena lleva sobre sus aguas el sonido de los toques de corneta y de las baterías de tambores de ambas orillas, donde resalta, aquí y allá, el casco grisáceo de una cañonera que corona su enorme cañón» (8-IX-1870).
Resistencia y coraje
Fortificaciones, sacos de tierra, trincheras, barricadas, unos Campos Elíseos llenos de polvo, patriotas subidos a estatuas ondeando banderas, la alameda de las Tullerías repleta de paja, humaredas blancas, incendios en Montmartre: imágenes de guerra que inundan París, con sonido de tambores, con ¡vivas Francia y la República!, y la voz de desconocidos, pues apenas hay en este diario referencias literarias, sólo alguna alusión a algún que otro amigo escritor que también opina de lo que ocurre. El detalle del sufrimiento no puede ser más explícito: «Oigo a dos mujeres diciéndose detrás de mí con un doble suspiro: «¡Ya no hay nada para comer!». En efecto, advierto la pobreza de los expositores de charcutería, donde solo se ven algunos salchichones de plata y tarros de trufas en conserva». El hambre, así, se incrementa en la población sitiada, y Goncourt es testigo activo de todos estos padecimientos, acudiendo incluso a hospitales militares, como uno instalado en una iglesia, «donde se lee en letras góticas muy recientemente pintadas: Libertad, Igualdad, Fraternidad».
Hermanos para un premio
Jules de Goncourt (París, 1830-1870 y Edmond de Goncourt (Nancy, 1822-Champrosay, 1896) formaron una pareja de escritores cuyo apellido ha trascendido por el premio literario francés más importante, que en su día creó Edmond en memoria de su hermano. Los amantes de la literatura francesa en general, y los que gustan de visitar los cenáculos literarios más íntimos, compuestos de chismes, juicios a obras ajenas y manifestaciones de tinte oral acerca de libros y la vida en general, tienen una cita ineludible con sus diarios. Al inicio Edmond se disculpaba frente al lector porque al comienzo “no éramos todavía dueños de nuestra herramienta o resultábamos redactores bastante imperfectos de los apuntes del natural”. Pero enseguida la escritura se volvía apasionante, pues el diario es un texto valiente y atrevido, que se posiciona en contra de las convenciones sociales y atiende asuntos relacionados con el sexo o lo políticamente incorrecto.
Generoso y conservador
Los hermanos Goncourt fueron valientes y honestos, siempre generosos y curiosos, y se rodearon de artistas bohemios como Henry Murger o estrellas como Alexandre Dumas padre. Y, sin embargo, como dice Havel: «Aristócratas hasta la médula y militantes espirituales del Antiguo Régimen, con una conciencia algo quijotesca de su nobleza, los hermanos Goncourt despreciaban al pueblo y a la clase obrera, hasta odiarlos como viles productos de la filosofía igualitaria del siglo XIX, origen de todos los males y miserias de su tiempo. Sobre ambos escribieron por intereses más estéticos que humanitarios, jamás preocupados por la mejora social de las clases». El traductor los califica de conservadores en lo político pero revolucionarios en lo literario. El diario fue con todo un ejemplo de modernidad reflexiva, como se aprecia en los aforismos y, como dicen en 1860: «¡Oh, querer hacer algo nuevo cuesta caro!».

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