Música clásica: la reinvención del diplodocus
El mundo de la música se enfrenta a una grave crisis tanto económica como de valores en donde tendrá que repensar formatos, adecuar nuevas fórmulas y atraer a un público joven
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¿En qué auditorio se ven jóvenes? ¿Acaso la ópera no se ha convertido en un reducto para lucir posiciones sociales adquiridas? Hace doce años vivimos una crisis económica muy seria, pero apenas obligó a cambios a largo plazo. Bastó con pagar menos a todos, artistas incluidos, y retrasarles los pagos durante meses. Ahora es muy distinto. En España aún no se han hecho cálculos -ya sabemos que siempre seguimos la senda de Italia con cierto decalaje- pero La Fenice, Roma y el Regio de Torino estiman pérdidas de 8, 4,5 y 1,5 millones respectivamente y los cálculos me parecen optimistas. Para sentirnos orgullosos de nuestro largo patrimonio cultural, pero ahora no tenemos más remedio que reinventarlo, entre otras cosas porque la música lleva años en crisis.
¿En qué auditorio se ven jóvenes? ¿Acaso la ópera no se ha convertido en un reducto para lucir posiciones sociales adquiridas? Hace doce años vivimos una crisis económica muy seria, pero apenas obligó a cambios a largo plazo. Bastó con pagar menos a todos, artistas incluidos y retrasarles los pagos durante meses. Ahora es muy distinto. En España aún no se han hecho cálculos -ya sabemos que siempre seguimos la senda de Italia con cierto decalaje- pero La Fenice, Roma y el Regio de Torino estiman pérdidas de 8, 4,5 y 1,5 millones respectivamente y los cálculos me parecen optimistas.
La cuestión es doble: ¿cuándo y cómo podremos reemprender el camino? Es improbable que haya espectáculos musicales al aire libre o en las salas antes del otoño y, entonces, habrá que garantizar las distancias de seguridad entre el público, entre los artistas y detrás de los escenarios. ¿Se imaginan un paso a dos de ballet sin poder tocarse o bailando con mascarillas? ¿Se imaginan un dúo lírico con los cantantes disparándose babas? Todos los que intervengan habrán de ser analizados periódicamente. No, no será fácil.
El personal administrativo, técnico y auxiliar, los oficios como sastrería y otros talleres en los teatros, etc. habrán de mantener distancias que en muchos veteranos edificios son inviables. Los miembros de las orquestas habrán de estar más separados. ¿Se imaginan un foso o un escenario para una ópera como “Die soldaten”, con tres orquestas y más de 150 músicos? ¿O una “sinfonía de los mil” de Mahler? Sería preciso incautar filas de butacas de un patio en el que el aforo estaría también reducido para poder dejar alguna silla vacía entre cada espectador. Prácticamente inviable.
Inviable porque no hay presupuesto que aguante una ópera o un concierto de peso con un aforo de 600 personas. Las taquillas son fundamentales en EEUU e incluso en Europa. Las entidades privadas no sólo sufrirán el parón de la confinación, sino que su vuelta a la nueva normalidad será prácticamente inviable económicamente. Así me lo han confirmado varios empresarios. ¡Y qué decir de las administraciones públicas! Algunas de ellas han intentado animar a los gestores de sus óperas, asegurándoles que contarían con todo su apoyo para la reapertura. Pero, ¿acaso van a tener fondos para dedicárselos a la música y, en particular, a la ópera? Van a estar endeudadas hasta el cuello y, obviamente, con otras prioridades más perentorias. Tampoco hay que olvidar que el público tardará en volver. Primero por miedo y segundo porque, además de haberse acostumbrado a los “streaming”, no va a tener un duro en sus bolsillos. La música se enfrenta a una situación desesperada.Habremos de esperar a que la ciencia encuentre una vacuna y eso exige tiempo y más dinero. Cuando se invente, veremos cómo los gobiernos entrarán en la subasta para ver quien logra más unidades. Más dinero y más tiempo. Lo mismo que con las mascarillas o los test. ¿Y, mientras tanto?
Sin duda habrá solidaridad. Los artistas se bajarán cachés, incluso ofrecerán actuaciones gratis. Seguiremos con los “streaming”, pero estos son arma de doble filo. Por un lado nos acostumbran a una gratuidad de la que luego será difícil sacarnos. De otro, perjudican seriamente a los jóvenes en busca de su formación. Los artistas siempre han empezado poco a poco, por salas y teatros de segunda para coger experiencia. Ellos no aparecen en los “streaming” de las producciones que se ofrecen, normalmente de hace años. En ellas están las Netrebko, Yoncheva, Kaufmann, Flórez, Beczala, etc. Los artistas jóvenes… a verlas venir en sus casas.
Por eso hay que reinventar el diplodocus. A corto y medio plazo habrá que compatibilizar los streaming con unos imprescindibles espectáculos en vivo en los que apoyar a los jóvenes artistas, cuyos esfuerzos e ilusiones no podemos matar. Las óperas de todo el mundo habrán de coproducir mucho más y, sobre todo, recurrir durante años a intercambiarse sus respectivos fondos de armario. Habrán de coordinarse para ello. Los artistas locales cobrarán mayor importancia, especialmente para los papeles secundarios, a fin de evitar viajes y reducir costes. Las administraciones públicas habrán de olvidar subvencionar a instituciones para hacerlo vía proyectos concretos de colaboración entre unas y otras… Tantas y tantas cosas que no pueden dejarse en manos de responsables políticos colocados en sus cargos por cuotas de partidos coalicionados, sino en las de expertos en gestión cultural.
Pero hay también que poner las luces largas, enfocar el largo plazo y para ello hay muchas cosas a considerar. Dijo Verdi “Demos un paso atrás que será un paso adelante”. Se acabaron las desmesuras de los cachés surgidos tras aquella Caracalla de los tres tenores. Se acabaron las manipulaciones de cachés por parte de los agentes según cada país. Hagamos que las contrataciones se unifiquen en proyectos comunes internacionales. Pongamos sentido común en los presupuestos de las producciones escenográficas en cuanto a coste y filosofía. Busquemos la forma de atraer a la juventud, eliminando barreras que les distancien como los fracs en las orquestas, combinando sabiamente repertorios en cada espectáculo de forma que, sin darse cuenta, pasen de lo que ya les gusta a aquello que puede gustarles mañana. Redimensionemos el papel de la mujer en la música y, muy particularmente, en la ópera, de forma que las luchadoras Minnie de “Fanciulla” tengan al menos tanta vida como las abnegadas Cio-Cio San de “Butterfly”, y tanto sobre el escenario como detrás de él.
Hemos de luchar, no ya por superar la travesía del desierto, sino por un cambio duradero, reimaginando el futuro de la música a partir de lo más brillante de su pasado. Termino recordando a Platón: “La música es una ley moral. Le da alma al universo, alas a la mente, vuelo a la imaginación... Es la esencia del orden y conduce a todo lo que es bueno, justo y bello...”. Luchemos por su futuro con imaginación.