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Teatro

Crítica

“Follies”: fin de ciclo a teatro lleno de Mario Gas

Recordamos junto al director cómo se gestó este emblemático musical de 2011 con el que se despidió del Español y que hoy puede verse desde casa en la Teatroteca, la plataforma por internet del Ministerio de Cultura

Fue tal el éxito de "Follies" que hubo que buscarle acomodo para una segunda etapa a final de temporada en el Español
Fue tal el éxito de "Follies" que hubo que buscarle acomodo para una segunda etapa a final de temporada en el EspañolRos RibasRos Ribas

Como ocurre casi siempre que hay relevos en los equipos de gobierno, la entrada de Ana Botella en la alcaldía de Madrid en sustitución de Alberto Ruiz Gallardón, a finales de 2011, trajo consigo también algunos cambios en el campo de la gestión cultural de la ciudad. Uno muy significativo, y no exento de cierta polémica, fue la salida de Mario Gas como director artístico del Teatro Español. Si bien su marcha se hizo pública en los primeros días de marzo de 2012, el rumor circulaba ya en los mentideros teatrales desde que Alicia Moreno, amiga y valedora del director catalán, decidiera un par de meses antes dejar su cargo como Delegada de Las Artes del Ayuntamiento de Madrid.

Ajeno a rumores, idas y venidas, y dimes y diretes, el Teatro Español seguía en aquellos días, como es lógico, con su actividad normal. Y quiso la casualidad que su programación contemplase, precisamente para febrero de aquel 2012, el estreno de una monumental producción que Gas llevaba largo tiempo deseando acometer: “Follies”, el musical de Stephen Sondheim que tiene como argumento la reunión de un grupo de actores y cantantes para dar su último adiós, antes de ser demolido, a un viejo teatro de revista en el que todos habían trabajado años atrás. Desde luego, parecía el perfecto broche de oro, y así resultó ser, para un director que se despedía de un histórico coliseo como el Español después de haber estado a su frente ocho años. Algunos incluso quisieron ver en el libreto de James Goldman una parábola de la situación contractual de Gas con la institución, más cuando supieron que él mismo interpretaría el papel de Dimitri Weissman, el empresario que ve cómo los nuevos tiempos van a reducir su teatro a escombros. Con su acostumbrada sensatez dialéctica, hoy Gas desmitifica todo aquello: “En realidad, Follies era un montaje que ya estaba en la agenda del Español desde hacía tiempo. Lo que pasa es que era difícil, porque era un espectáculo bastante caro, y eso nos obligaba a hacer equilibrios para poderlo meter; hubo que utilizar una parte de la partida presupuestaria de un año y otra parte de otro año. Que se convirtiese en emblemático, por ser el último trabajo de todo nuestro equipo, y el último mío como director escénico en esa etapa, es algo que fueron determinando luego las circunstancias; pero no estaba previsto que así fuera. Es verdad que, aparte del valor intrínseco que tiene la obra, todo iba adquiriendo también un determinado valor semántico, dado que todo un equipo se despedía con una reflexión sobre el paso del tiempo y sobre el mundo del teatro; pero, como digo, es algo que fue surgiendo así. En cuanto al papel que interpreté… yo no había querido participar como actor durante los ocho años en el Español, pero en esa ocasión me pareció gracioso y entrañable que fuese yo quien incorporase a aquel personaje, simplemente como un homenaje a todo el equipo técnico y artístico del teatro”.

La obra se estrenó el 10 de febrero, y el Teatro Español, abarrotado cada noche, acogió a 32.100 espectadores durante las ocho semanas que estuvo en cartel. Eso durante la primera etapa, porque el éxito provocó que se volviese a programar en junio de ese año durante un mes y medio más, con idéntica acogida del público. “La verdad es que fue un éxito inmediato de público y crítica”, recuerda Gas. Y aclara que “el trabajo fue muy intenso y meticuloso, con casi tres meses de audiciones y selecciones, preparación de una orquesta, muchísimos ensayos…; pero todo fue desde el principio muy, muy agradable, porque absolutamente todos en el teatro, técnicos, artistas, personal de oficina…, trabajamos con muchísimo amor y al unísono para hacer las cosas lo mejor que sabíamos”.

Más de 60 artistas trabajaron en aquel equipo, que estaba conformado por la orquesta del ya entonces fallecido Manuel Gas -hermano del director-, bajo la batuta de Pep Pladellorens; el cuerpo de baile; el coro; y un elenco de 22 actores tan dispares en estilos y trayectorias que más de uno –incluido un servidor- dudaba, antes de ver el resultado, que de todo aquello pudiese salir algo, desde el punto de vista dramático, verdaderamente cohesionado. Chocaba a priori ver en un reparto de Gas a grandes cantantes líricos como Linda Mirabal o Josep Ruiz junto a artistas como Asunción Balaguer, Massiel… o incluso Carlos Hipólito, antes de que supiéramos que sabía cantar, y junto a otros actores que podríamos llamar “habituales” y con los que ya había trabajado en un género tan particular como es el musical; entre estos últimos, Vicky Peña, Pep Molina, Muntsa Rius, Mónica López… El director explica hoy cómo se configuró aquel curioso reparto: “Uno siempre aspira a la excelencia y a dar con el reparto más idóneo de acuerdo al tipo de espectáculo que quieres hacer. A partir de aquí, hay gente con la que cuentas porque ya te han acompañado antes con gran brillantez y con gran éxito; hay otra gente igual de buena, porque en España hay un grandísimo nivel de artistas, a la que encuentras en audiciones y pruebas; y, por último, hay otros que quizá puedan parecer chocantes, pero que, si ves la cosa desde la trastienda, sabes que tiene todo el sentido que estén y que son perfectamente adecuados. Con Carlos Hipólito, por ejemplo, llevaba ya mucho tiempo queriendo hacer un musical. Massiel, por su parte, era ideal para el personaje concreto que interpretaba y para el tipo de canción que cantaba. En el caso de Asunción (Balaguer), tuvo que hacer un intenso trabajo preparatorio para hacerlo, porque no se trataba de meterla porque sí, sino porque nos parecía muy apropiada para el personaje”. Y, a tenor de los sonoros aplausos que el público dedicaba de manera especial al entrañable número musical, con claqué incluido, de Balaguer, puede decirse que la cosa funcionó. Tan bien recibida fue la propuesta en todos los aspectos que Gas tiene en mente volver a hincarle el diente a Sondheim, aunque no quiera adelantarnos aún ningún título. Sería la quinta vez que dirigiese un musical del compositor estadounidense, después de “Golfus de Roma” (1993), “Sweeny Todd” (1995), “A little night music” (2000) y, cómo no, “Follies” (2012).

El musical y el teatro público

No resulta fácil poner en pie una producción tan costosa como es la de cualquier musical. Sobre todo, si tenemos en cuenta que Sondheim, a pesar de su popularidad, es un autor que, en palabras de Mario Gas, “habla siempre de los conflictos del ser humano” y no hace musicales “para toda la familia”. Por eso, el director ve casi imprescindible la financiación e implicación de los teatros públicos espectáculos de estas características: “El teatro musical está en todas las culturas; es un género muy, muy difícil que debe ser apoyado y representado”.