“El arte de la comedia” y, también, del engaño
Recordamos, con los comentarios de su director, Carles Alfaro, este exitazo teatral estrenado en 2010 en La Abadía y disponible hoy en la Teatroteca para todos los espectadores
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Para celebrar que el Teatro de La Abadía cumplía entonces 15 años de existencia, José Luis Gómez encargó en 2010 a Carles Alfaro, muy vinculado a la casa, la puesta en escena de alguna obra que pudiera ser digna de tal efeméride y que, al mismo tiempo, fuera representativa de la filosofía y el espíritu de la emblemática sala madrileña. Fue así como el director valenciano propuso hacer “El arte de la comedia”, una obra de Eduardo de Filippo que, hasta ese momento, no figuraba en nuestro país entre las más conocidas del autor italiano. Alfaro recuerda hoy cómo se puso en marcha aquel proyecto: “José Luis (Gómez) sabía ya, porque me conoce bien y ya habíamos trabajado juntos, que a mí me interesa mucho De Filippo. Yo me quejaba siempre de lo poco que se montaba a este autor. Me parecía inexplicable que hubiese ese divorcio entre Italia y España en algo tan común a ambos países como es el tipo de comedia que hace De Filippo. Le propuse esta obra concretamente porque habla del teatro y porque me parecía que encajaba muy bien con las ideas fundacionales de La Abadía. Dicho así, puede parecer una pieza parateatral que solo interesase a la profesión, pero para nada es así: aunque hable del teatro, dialoga de manera muy directa, como todas las obras de este autor, con el espectador, con cualquier clase de espectador. Me pareció muy apropiada porque, sobre todo, plantea reflexiones sobre el rol que juega el teatro en la sociedad y sobre la relación que mantiene con el poder político”. Y considera el director que esa relación que muestra la obra es particular y muy parecida en Italia y en España, y más concretamente en Nápoles y en Valencia. “En el Mediterráneo el respeto a la profesión de actor es más relativo; y la obra constituye todo un homenaje a esa profesión. Mira, en Reino Unido, por ejemplo, nombran sir o lord a los actores; en Alemania y en Francia pasa algo parecido. Pero en Italia y en España… la cosa cambia. Por eso, me sorprende que no se haga más a De Filippo aquí, que es un autor tan maravilloso y que habla de cosas tan reconocibles. A veces pienso que es porque, en los sitios más mediterráneos, como Valencia, por ejemplo, ¡Filippo ya está en la calle!; vas al mercado… ¡y está allí su obra! La gente no necesita ir al teatro a verlo”, explica riendo.
El primer estreno de “El arte de la comedia” fue en Nápoles en 1965, y contó con el propio De Filippo en la piel de uno de los personajes principales: Oreste Campese, el director de una modesta compañía de cómicos que visita al nuevo gobernador de una localidad italiana para que le ayude a remontar la actividad de su teatro, arrasado por un terrible incendio. La primera parte de la obra se asienta sobre el maravilloso combate dialéctico de estos dos personajes, que encarnan prácticamente dos maneras de ver y entender el mundo. Un combate rico, cargado de razones e intenciones, que De Filippo mantiene a salvo con apabullante destreza de cualquier maniqueísmo facilón y consabido. Así lo cree también Alfaro: “Es verdad que huye de cualquier estereotipo; por eso es un gran autor. De lo que habla, en realidad, es de la contradicción, y esa contradicción se da en ambos personajes; los dos son manipuladores en cierto modo. Pero, fíjate, te diré que, antes del estreno, la compañía tenía ciertas dudas con respecto a que esta primera parte, tan dialéctica, funcionase en escena. Yo sabía que sí iba a funcionar; a mí lo que me preocupaba, sin embargo, era la segunda parte, que es donde veía que estaba todo el lío”.
En esa segunda parte, el gobernador De Caro –interpretado por Pedro Casablanc–, una vez que ha despachado a Campese –a quien dio vida Enric Benavent–, recibe sucesivas visitas de ciudadanos que le plantean sus respectivos y extravagantes problemas. La comicidad reside en que el gobernador no llega a saber muy bien si son personas reales con problemas reales o son cómicos de Campese que representan un papel para engañarlo y para probar así las tesis que este sostiene con respecto al sentido de la interpretación y el teatro. “En esta parte de la obra De Filippo habla de cómo la vida muchas veces imita la ficción y la supera –explica Alfaro–. Lo que no queríamos era caer en la convención poniendo a un gobernador muy tonto al que el espectador ve cómo todos toman el pelo. No, no…, aquí se trataba de que el gobernador fuese listo, y de que los demás personajes tuviesen el reto de hacer todo creíble; de hacer dudar, tanto al gobernador como al público, si todo lo que ocurre en escena es verdad o es fingido”. La dificultad para Casablanc era mayúscula, porque en su interpretación tenía que ir filtrando sin descaso toda la acción de la obra, generando de manera convincente la incertidumbre del personaje y transmitiéndosela al espectador con verosimilitud en todo momento. El actor hizo un trabajo, sencillamente, soberbio. Junto a él, otros viejos conocidos de La Abadía, casi todos pertenecientes a las primeras promociones de intérpretes formados allí, rindieron un excelente homenaje en sus respectivos papeles a la que hoy, en cierto modo, sigue siendo su casa: Ernesto Arias, José Luis Alcobendas, Carmen Machi, Jesús Barranco, Palmira Ferrer, Lidia Otón… Ana Isabel Fernández Valbuena firmó la traducción del texto; María Araújo, tristemente desaparecida hace poco por coronavirus, hizo el vestuario; José Manuel Gutiérrez asumió la ambientación musical y Fefa Noia ayudó en la dirección a Alfaro, que además se ocupó de diseñar e iluminar la estupenda escenografía.
El éxito de crítica y de público fue arrollador desde la misma noche del estreno, el 3 de febrero de aquel 2010. “Fue maravilloso aquel trabajo –recuerda Alfaro–. Y era muy bonito ver cada noche a esos fantásticos actores pasando por esos personajes; para dar cabida a todos y hacer posible esos ‘cameos’, algunos se alternaban en las distintas funciones”. Dada la repercusión, también el Teatro Español decidió programar el espectáculo durante el mes de julio de ese mismo año; y el público volvió a responder con el mismo entusiasmo. “Pasaron cosas muy bonitas –afirma el director–. Por esas fechas, cuando ya habíamos acabado las funciones, el Teatre Micalet, en Valencia, estaba abocado al cierre por dificultades económicas. A mí me parecía que sería muy bonito llevar el espectáculo allí y que eso seguramente podría ayudarles; pero, claro, era inviable costear esa producción. Fue precioso ver cómo la compañía y los técnicos se prestaron a ir gratis. Así que allí nos fuimos. Y hoy el Teatre Micalet sigue abierto”. Poco podría importar luego, aunque llamó la atención a muchos, que en aquella XIV edición de los Premios Max, el montaje no lograse ninguno de los tres galardones a los que optaba: Mejor Espectáculo Teatral, Mejor Director y Mejor Adaptación. En fin, ya se sabe que… así son los premios.