Los actores no guardan las distancias
La propia interpretación hace imposible que no haya contacto entre los equipos, que además se quejan de que con la mascarilla «no puedes ver los gestos de expresividad y cansa porque no se respira igual». Son los motivos que alegan las compañías para tomarse pequeñas licencias en la vuelta a las salas de ensayo
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Israel Elejalde suele tener las cosas muy claras, y, desde el día uno de pandemia, lo avisó: «Romeo y Julieta no pueden llevar mascarilla». La ola coronavírica le pilló con el traje de luces puesto; «Traición» se estrenaba en el Pavón Kamikaze el mismo día en el que se bajó el telón, así que no le quedo otra que resignarse, coger aire y pensar en una vuelta «al 100%». Desde entonces han pasado más de tres meses y el mundo de los escenarios comienza a desperezarse.
Aunque sin un horizonte fijo en el que vislumbrar la «vieja normalidad», es verdad que van surgiendo brotes verdes de esperanza. Con los festivales veraniegos, en su mayoría, confirmados de aquella manera (a medio gas y a medio aforo), ya se puede hablar de algunos afortunados que a día de hoy han vuelto a ponerse frente y encima de un escenario. El pasado 6 de junio, el Teatro Guiniguada de Las Palmas anunciaba a todo trapo la primera actuación de una bailarina d.c. (después del confinamiento): Paula Quintana. Cuenta la protagonista que no tardó en sentirlo. Fue pisar el teatro y «ponerme a llorar».
No esperaba la reacción, pero así fue: «Me dio la impresión de que vamos a tener que soltarnos, hay mucho acumulado», reconoce en su «semana más optimista» de los últimos tiempos. Y es que ya no se puede aguantar más la farsa virtual. «Cams» y plataformas digitales nos han sustentado durante meses (gracias), pero la gente pide ver, tocar, oler, sentir en vivo. «Retomar el directo», apunta Quintana. La bailarina subió con miedo a las tablas del Guiniguada: imaginaba un ambiente extraño y «frío» para el espectador.
Mascarillas, separación entre butacas, un teatro a medias... «Pero no», se sorprendió, «las ganas de retomar la normalidad fueron más fuertes y derivó en una función muy íntima». Es la manera que tiene Quintana de «crear normalidad», como lo define. Tira hacia delante con lo que tiene y con lo que mejor conoce. Un espectáculo «perfecto para este momento»: «Las alegrías», que trata de «la capacidad de generar felicidad y compartirla». Sin apenas ensayar, con el bagaje que traía de antes, Quintana necesitaba retomar la cotidianeidad. «Tenía que moverme y canalizar toda la energía acumulada».
La misma fuerza que Iratxe Ansa guardaba tras tantos meses de parón. La también bailarina, junto a su pareja, Igor Bacovich (con el que forma Metamorphosis Dance), ha vivido extrañada. No por estar en casa bajo llave, que también, sino «porque para nosotros es inusual estar en un sitio quietos». El cerrojazo les pilló en Toronto, pero regresaron a España por la «incertidumbre». Una vez aquí, sus sensaciones fueron las mismas que las de un atleta de élite. Reconocen que su trabajo es «muy físico». No se han permitido parar y desde casa han continuado las rutinas con diferentes compañías y escuelas a través del ordenador.
El suelo de madera de su hogar se ha convertido en la sala de ensayos «donde hemos hecho abdominales, flexiones y saltos... Y hasta me he torcido un pie». Aun así, el cuerpo de la bailarina pedía «volver a sala», algo que ya tiene más cerca con «Al desnudo», el trabajo que Metamorphosis presentará el 26 de junio en la Roja del Canal (dentro de «Madrid en Danza»). Sin sus bailarines habituales, la pareja ha adaptado el estreno «a las condiciones que teníamos». No necesitarán medidas extraordinarias entre ellos. Ni distanciamiento ni test por ser convivientes y Ansa lo celebra: «Es un lujo. Somos de los pocos dúos marido-mujer, podemos tocarnos y bailar juntos. Tenemos nuestro propio lenguaje». Por el momento es lo que hay, después, dice, ya pensarán en lo que tenían cerrado: Lisboa en septiembre, Australia en octubre o China en noviembre...
Ambas, Ansa y Quintana, cumplen la norma no escrita que se está imponiendo en esta vuelta a los escenarios: montajes pequeños que no necesiten grandes ensayos. Piezas que permitan arrancar rápido. Características que guarda Paxto Telleria en «Ez dok hiru: euskal musikaren benetako historioa», una pieza teatral en homenaje a la música vasca que en su día fue ideada para un grupo mayor, pero que con el paso de los años se ha reducido hasta ser una versión «acústica», explica, con dos intérpretes (Mikel Martínez y el propio Telleria) y un músico (Adrián García de los Ojos). Un formato perfecto para que el Arriaga de Bilbao recupere la senda teatral el día 18: «Cumplíamos los requisitos para la “rentrée”». Eso sí, el autor y actor advierte que no saldrán con mascarillas, «mata toda la expresividad y debemos ser naturales», aunque sí avisa de que «incorporaremos alguna ironía sobre la situación», anticipa un Telleria que no entiende la calma por recuperar las actividades culturales: «Como no somos materia imprescindible para mucha gente de la Administración... Da la impresión de que aquí se guardan más las distancias que en otros terrenos».
También idónea es la función que acompaña a Nacho Aldeguer desde hace varias etapas, «creo que es la quinta», explica el actor de «Sea Wall», de Simon Stephens. Del Teatro del Barrio fue a La Abadía, luego metió a su público en una burbuja para hacerlo más «íntimo», llegó la pandemia y actuó vía «streaming» y ahora es el turno de volver a una cierta normalidad. Aldeguer reduce su espectáculo a solo diez espectadores (antes eran veinte) y los cita en los jardines (como antes) de la iglesia madrileña para contarles la historia de Álex, un fotógrafo, al que se le permitirá olvidarse de las mascarillas en pos de la distancia homologada. Le gusta al actor interpretar en la calle porque «eso significa que habrá ruidos que nos advierten de que la vida sigue», y, a su vez, reconoce que los intérpretes siempre estarán ahí «para todos los que quieran escuchar historias». Él no ha parado ni con el encierro gracias al Teatro Confinado, pero cruza los dedos para que «este experimento demuestre que la vuelta es factible».
Otra historia es la que tienen entre manos Ramón Paso y Ricardo Iniesta, cada uno por su lado. Dos directores que ya trabajan en proyectos «de los de antes», si se le puede llamar así a un montaje ciertamente poblado. Paso, que ha sufrido la covid en sus carnes, reúne en los sótanos del Lara (Madrid) a un grupo de siete personas para levantar «Sueños de un seductor», de Woody Allen: «Una comedia viene bien. Hacen falta risas», explica sin todavía saber la fecha de estreno, «entre finales de julio y principios de agosto». Cuenta el director que no se ha creído la normalidad hasta entrar en la sala. «Encontrarte con la rutina relaja».
Con las velas desplegadas y con la velocidad de crucero a punto también están por Sevilla, donde Atalaya ya tiene sus naves dispuestas. La compañía que dirige Iniesta prepara el estreno de «Elektra.25» y la segunda puesta de largo de «Las bruxas de Macbeth» (y otras tantas producciones que estaban en gira): «Hemos puesto en funcionamiento todos los barcos, solo nos falta que se programen funciones». Reconoce el director que el «pesimismo» inicial se ha tornado en optimismo y que ya mira hacia lo que les deparará el otoño. Dentro de la sala de ensayos para Iniesta hay que ser «audaces, osados y conscientes. Mantener lejos los contagios, pero sin esconderse ni tener miedo». Por precaución, la compañía ha retirado a una de las actrices, con asma, hasta la vuelta de la normalidad: «No quiero que esté en riesgo y le di a elegir. No siempre se puede llevar mascarilla porque cuando hacemos trabajo físico es duro y los cánticos y los coros no se pueden hacer así», argumenta.
Teoría que Paso también apoya: «Aquí tenemos todas las facilidades para echarnos gel cada cinco minutos, pero los actores están muy tranquilos. Poco a poco irá desapareciendo todo el protocolo, y hasta que lo haga, el trabajo con mascarillas es muy difícil. No ves la expresividad, la respiración no es la misma y, además, las funciones se harán sin ellas», defiende.
Los que todavía no han podido juntarse son los chicos de Voadora. O solo se han visto a través de unos encuentros virtuales con los que han aprendido que «en lo digital la obra también se sostiene». La compañía gallega iba a estrenar «Siglo mío, bestia mía», de Lola Blasco, el 22 de abril, pero las circunstancias fueron las que sabemos. A falta de subir ese día al escenario de la Francisco Nieva (CDN), decidieron ensayar a través de internet. Entonces, se dieron cuenta de que eso que habían practicado en la sala ya no era igual: «Las palabras resonaban en nuestra cabeza de otra manera», afirma Marta Pazos. Ya se cumplen dos meses de esa anécdota y la directora cree que toda la experiencia les valdrá para hacer un buen «fumé» para el estreno. Mientras, esperan a que llegue la nueva normalidad para poder verse (cada miembro del equipo se encuentra en una ciudad) y comenzar de nuevo.