Buscar Iniciar sesión

Deborah Feldman: «Me demonizaron y entré en la misma categoría que Hitler»

La escritora explica lo que no se ve en la serie, cómo este libro supuso la puerta de su libertad y cómo los ultraortodoxos presionan a las mujeres para que jamás se marchen
FacebookLa Razón

Creada:

Última actualización:

Deborah Feldman descubrió que la vida es algo más que un conjunto de reglas. Había nacido en la comunidad de judíos ultraortodoxos de Williamsburg, en Brooklyn, Nueva York. Una serie de normas religiosas regía su día a día. Todo estaba supeditado a la religión, desde la lengua que hablaba, Yiddish, hasta su manera de vestirse o relacionarse con los demás, incluido su marido. Pero dentro de ella crecía una vocación, disimulada al principio, pero que se habría paso lentamente y que haría temblar aquellos lazos seculares que le habían inculcado desde la cuna. Deborah Feldman deseaba ser escritora y ese impulso, al comienzo inofensivo, acabaría siendo definitivo. La animó a estudiar y le hizo corroborar lo que ya intuía: detrás de aquellos rascacielos existía otra manera de comportarse y relacionarse.
¿Por qué Berlín?
Su alma se bifurcó entre seguir la educación que había recibido desde pequeña o romper con la tradición. Pero escapar no resultaría sencillo. Su conquista de la libertad se convirtió en una huida que la obligó a abandonar su hogar, su familia, sus amigos, y marcharse al continente del que se habían ido sus antepasados. Pocos creían que eligiera Berlín, donde había prendido el nazismo, pero fue allí donde dejó atrás su anterior existencia. Estas experiencias las volcó en un libro de memorias, «Unorthodox», que se convirtió en un éxito en 2012 y despertó una tremenda polémica. Netflix lo adaptó en una miniserie que se ha convertido en un fenómeno. Y ahora, Lumen lo publica por primera vez en nuestro país (su continuación, «Exodus», saldrá en febrero del año próximo). «Tenía unos 21 años. Consulté con abogados para escapar y saber qué oportunidades tenía de alejarme. Una abogada me recomendó que me quedara a cuidar a mi hijo y que tomara la decisión de irme cuando él fuera mayor de edad. Solo uno de ellos, que había participado en el caso de una mujer de la comunidad ultraortodoxa maltratada por su marido, me indicó que la única posibilidad era crear una publicidad constante. Dar a conocer mi situación de una manera que durara. Este libro lo comencé antes de irme y lo publiqué meses después. Está redactado con toda la presión. Era la puerta de mi libertad. Está impregnado por la inmediatez de la vida. Es real, es crudo, está inmerso en lo emocional y el dolor», comenta la autora.
Fue el punto inicial de una lucha para escapar y no perder a su hijo en el camino. Un recorrido complejo y desesperante. «Tuve que encontrar trabajo, mantenerme, sobrevivir, aprender a abrir una cuenta bancaria o a cómo se pagan los impuestos. Y con un hijo. Desde el punto de vista práctico, lo esencial es comer, encontrar cobijo. Los primeros años, estaba al borde del hambre y la catástrofe. Hice muchas cosas para sobrevivir. Vendí mis óvulos por 10.000 dólares. Y fue la parte fácil. Lo difícil realmente, cuando te vas de la comunidad, es que no tienes identidad. La comunidad es quien te da parte de ella. Al marcharte -prosigue-, dejas de ser una persona, eres una concha vacía, lo que provoca una crisis mental. Es lo complicado, no la parte práctica: cómo sobrevivir sin identidad, mientras te buscas otra y nuevas creencias. En ese momento, en que uno no es nadie, que puede ser un periodo largo, da la sensación de que la muerte es la única salida con sentido».
Suicidios femeninos
Feldman reconoce que los ultraortodoxos no son violentos, pero que sí presionan a las mujeres que se marchan para que se suiciden. De esta manera pueden contar a las demás que todas las que se van terminan así. «Las que huyen son una amenaza para ellos. Cuando se quitan la vida, remarcan que todas ellas terminan suicidándose. Pero las que salen adelante son el verdadero peligro para la comunidad. Por eso, en Netflix, uno de los judíos le entrega a ella a una pistola. No es para matarla, sino para que se mate y que ellos puedan probar que para ellas no hay vida fuera de la comunidad, que esa es la única vida que podemos vivir».
Feldman tuvo suerte y encontró su apoyo en su hijo. «Otras no tenían nada. Pero yo lo tenía a él. Me centraba y orientaba. Me levantaba todos los días con tareas para hacer con él y una idea: creía que se merecía otra vida. Mi desventaja se convirtió en mi bendición. Pude sobrevivir gracias a eso». Pero su comunidad no olvidó su deserción. Su política, en cuanto publicó el libro, fue tildarla de mentirosa, afirmar que se había vuelto loca, denigrarla. «El primer aspecto de mi libro es que era mujer y, en el pasado, la literatura de quienes abandonan la ultraortodoxia pertenece a los hombres. Ellos se van porque padecen una crisis intelectual y desean buscar la luz. Pero nunca una mujer escribió este relato. Era una novedad y resultaba ofensivo. Osado y atrevido». Pero no fue la única línea que transgredió: «El otro problema no es que solo fuera una mujer, sino que escribí de manera íntima de experiencias femeninas, algo que es tabú. Conté lo que sentía en mi cuerpo, un sacrilegio. Comenté rituales de pureza y leyes que se les aplican a ellas. Eso también es tabú y tampoco se comenta. Crucé una línea muy delicada según ellos y, al momento, me convertí en un demonio, entré en la misma categoría que Hitler y Goebbels, porque decían que era propaganda antisemita».
La reacción fue inmediata, aunque el resultado no fue el esperado por los ultraortodoxos: «Nunca se habían enfrentado a esta situación y reaccionaron con furia. Dijeron que mi madre estaba loca, intentaron desacreditarme, pero nadie dijo que lo que contaba era mentira. Se sintieron ultrajados. Pero gracias a su furia, los medios de comunicación empezaron a prestar atención, a preguntarse ¿por qué están tan enfadados? Me ayudaron a tener éxito. El libro se convirtió en un fenómeno. Pero han aprendido la lección y ahora no han criticado la serie. Se han mantenido en silencio».
Feldman explica por qué es tan grave que una mujer, más que un hombre, se marche de una comunidad ultraortodoxa: «No soy la única que lo hizo. Hay muchas otras valientes que hoy han seguido este camino sin ayuda pública ni de nadie. Pero todavía sigue siendo difícil para ellas. Los varones no trabajan. Solo oran y leen. No cocinan, no lavan los platos. Los aspectos prácticos de la vida diaria los hacen las mujeres. La supervivencia depende de que realicen a diario estas tareas para que las comunidades funcionen, por eso no están dispuestos a que ellas las abandonen».
Y comenta con pesar que «el deseo de ellos ahora es deslegitimar mi historia y usarla como una oportunidad para que lo que se cuente por ahí no suponga un riesgo para ellos, porque los ultraortodoxos viven también en otros países, y en Israel, donde, precisamente, está aumentando su influencia en el Gobierno. Es un sector cada vez más dominante porque tienen una enorme capacidad para alcanzar a los gobernantes. La ultraortodoxia es un problema para todos nosotros como los fundamentalismos lo son para todos los demás».