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Historia contemporánea

El definitivo final de la dinastía Romanov

El informe ha desmentido que los cadáveres «fueron eliminados mediante la aplicación de ácido sulfúrico y fuego»

Rusia.- Rusia confirma el hallazgo de los restos de dos de los hijos del zar Nicolás II, incluido el príncipe heredero
La familia del zar Nicolás IIlarazonGOBIERNO DE RUSIA

Mala noticia para las especulaciones novelescas y los falsos herederos: los restos humanos hallados en 2007 en los alrededores de Ekaterimburgo (Rusia) son de dos de los hijos de Nicolás II. Se trata de la princesa María y del príncipe Alexéi, el heredero a suceder al zar. El silencio de los asesinos y el deseo de creer que no habían muertos alimentaron cuentos y estafas. La supervivencia de la Gran Duquesa Anastasia a la masacre pasó a la literatura y al cine porque una obrera polaca, con un largo historial psiquiátrico, se hizo pasar por ella durante mucho tiempo. El exilio ruso la quiso creer y de ahí saltó a la cultura popular. Han sido sesenta años de filmes como «Anastasia» (1956), protagonizada por Ingrid Bergman, o la infantil de Disney (1997), a la que siguieron musicales, hasta la serie de televisión de 2018 titulada «Los Romanov».

La especulación fue alimentada por publicaciones izquierdistas de los setenta que intentaron limpiar el nombre de los bolcheviques. Un ejemplo es el de los periodistas británicos, Anthony Summers y Tom Mangold, que publicaron «The file on the Tsar» (1976), asegurando que la masacre era una mentira creada por los «rusos blancos» contra «los rojos». Según ellos, «solo» habrían sido asesinados el zar y el heredero, pero las mujeres sobrevivieron. El asunto, dijeron, es que se escondieron en Europa y Estados Unidos con falsas identidades, y eso impidió su localización.

El «mito» de la masacre

También historiadores como Guy Richards, Marc Ferro, Shay McNeal, T.G. Bolen, Michael Occleshaw y Veniamin Alekseev publicaron libros con «pruebas documentales» sobre el «mito» de la masacre y la huida de la Familia Imperial. Marc Ferro, el más conocido del grupo, publicó una biografía de Nicolás II (1990) asegurando que un acuerdo entre Alemania, España y el Vaticano había salvado a la emperatriz y a sus cuatro hijos. En 2012 publicó «La verité sur la tragédie des Romanov» asegurando que habían sobrevivido todos menos Nicolás II. Además de Anastasia, que se había casado y marchado a Norteamérica con el nombre de Anna Anderson, estaba Olga, la mayor, que habría muerto en Como (Italia) con el nombre de Marga Boodts en 1977. Tatiana, la segunda, tuvo también un final novelesco: murió en 1939 en el convento de monjas ucranianas católicas de la orden Basiliana, en Polonia.

La agencia EFE recogió en 1980 el descubrimiento de la tumba de la Gran Duquesa María en el cementerio Flaminio de Roma. Entre los documentos hallados, estaba el del matrimonio con el príncipe rumano Nicolás Dolgóruky el 20 de enero de 1919. María había tenido dos hijas, contaba, casadas también con príncipes. No acababa ahí el cuento: María había dejado un testamento ológrafo con revelaciones que no podían publicarse. El teletipo causó sensación entre los pretendientes al trono ruso, especialmente, en los familiares del príncipe Wladimir. La falsa lápida de la sepultura romana de la Gran Duquesa María tenía la corona imperial rusa, el apellido Romanov y el tratamiento de «Alteza Imperial».

La noche trágica

Todos esos cuentos han sido deshechos por la verdad científica. En el cementerio improvisado de Ekaterimburgo, en mitad del bosque, yacían los cuerpos de la Familia Real, asesinada por los comunistas. Es el resultado del Comité de Investigación ruso, dirigido por Marina Molodtsova. El Comité de Investigación ha desmentido que los cadáveres «fueron eliminados mediante la aplicación de ácido sulfúrico y fuego». Los exámenes genéticos de dos de los cuerpos encontrados en 2007 no dejan lugar a dudas. Queda demostrado así que se ejecutó la orden de Lenin. Él había llegado a la conclusión de que Nicolás II era el «estandarte viviente» del ejército ruso blanco, en palabras de Trotski, y había que eliminarlo para acabar con la esperanza de ganar la guerra civil a los bolcheviques. Los Romanov estaban en la Casa Ipatiev. En la medianoche del 16 al 17 de julio de 1918, los carceleros despertaron al zar Nicolás, a la zarina Alejandra y al zarévich Alekséi, de 14 años. Luego hicieron lo mismo con Olga (23), Tatiana (21), María Nikolàyevna (19) y Anastasia (17). Los chequistas habían estado bebiendo mientras planeaban el asesinato. Mintieron a la Familia Real diciendo que salían de viaje, como esperaban desde hacía tiempo. Los Romanov hicieron las maletas y bajaron al sótano. Allí les hicieron esperar hasta que los bolcheviques bajaron las escaleras ebrios. Los apilaron como si fueran a fotografiarlos y sacaron sus armas. Los fusilaron, pero no todos murieron. Alekséi y tres de sus hermanas fueron rematados con los machetes.

Los cargaron en un camión y emprendieron camino entre el bosque Koptyaki. En un momento, los asesinos decidieron introducirse en el bosque para enterrar los cadáveres. La idea era que nadie los encontrara. Los comunistas apenas picaron 60 centímetros, pusieron encima unas traviesas de tren y pasaron el camión por encima varias veces. La familia Romanov fue enterrada en dos fosas y los chequistas callaron. Dos historiadores aficionados, Alexander Avdonin y Gely Ryaboy, encontraron los cuerpos en 1979, pero, por temor, callarían hasta 1991. Hallaron los restos gracias a un documento de Yakov Yurovsky, líder del grupo que asesinó a los Romanov. Yeltsin, presidente de la Federación Rusa, proclamó en 1998 ante la tumba de la Familia Real en la capilla de Santa Catalina de la catedral de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo, que todo el país era culpable de su muerte. En 2006 se reconoció al último zar, esposa e hijos como víctimas de la represión política comunista. La investigación iniciada en 2015 sobre la autenticidad de los restos ya ha dado su veredicto: el zar, la zarina y todos sus hijos fueron asesinados.

Una última ceremonia religiosa entre el miedo al coronavirus

El padre Sergiry Romanov, que ha sido suspendido por la Iglesia Ortodoxa por desobediencia y no cree demasiado en el coronavirus, no ha hecho caso de las advertencias y ha dirigido un oficio religioso en memoria de la familia asesinada del zar. A pesar de su escepticismo respecto a la Covid-19, se ha pedido a los asistentes que acudieran con mascarillas y se tomaron las precauciones debidas para evitar contagios. Todo esto para que aquellos nostálgicos de la casa real rusa rindieran un último homenaje a la princesa María y el príncipe Alekséi, que han sido identificados ahora por un estudio científico.