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Viggo Mortensen y un viejo cascarrabias

El actor, Premio Donostia, se pasa a la dirección en «Falling», un drama familiar en el que pone de relieve la soledad de los mayores
Alvaro BarrientosAP

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Llovía en San Sebastián, pero más ha llovido desde que Moisés Hochleitner pusiera en el mapa a un tal Viggo Mortensen. A las órdenes de Peter Weir, un veinteañero empezaba a dar sus primeros pasos en el cine con un pequeño papel como granjero amish, el señor Hochleitner, en «Único testigo» (1985). Gustó tanto al director que lo que iba a ser una aparición fugaz se terminó alargando varias semanas y, a su vez, cerró la puerta a un proyecto teatral con el que coqueteaba en Nueva York, «pero no todos los días trabajaba para un cineasta como Weir», se autoconvenció. Luego, pasó un buen tiempo «haciendo cualquier cosa menos actuar», apunta el intérprete: «Fue una experiencia tan cordial, que no volví a encontrar un trabajo así en veinte años. Nada fue tan idílico».
Pero ahí que se mantuvo el bueno de Mortensen para que hoy, 35 años después, continúe en la brecha. Aun así, el paso del tiempo no es algo que sirva para que este ciudadano del mundo –vive a caballo entre Estados Unidos y España, pero creció en Argentina y tampoco puede obviar sus orígenes daneses– busque nuevos retos en su carrera. El último, ponerse al frente de un largometraje como «Falling», la película que ha presentado en la capital guipuzcoana aprovechando el Premio Donostia que se le ha concedido.
A Mortensen le había dado por la fotografía, los guiones, la pintura, la música, la poesía y la actuación, por su puesto, pero nunca por la dirección... hasta ahora, que lanza un proyecto con unos inicios autobiográficos –«empecé a tomar notas a raíz de la muerte de mi madre para ordenar los recuerdos»– que termina derivando en una historia del «salvaje» Estados Unidos.
Trama a la que, además de protagonizar y dirigir, ha puesto guion y música y que se centra en una familia americana que pone de relieve un fenómeno que el actor afirma haber comprobado por todo el mundo: «La polarización, que ya no es solo de una minoría». Así, «Falling» funciona como un microcosmos de los problemas de intolerancia y de la falta de comunicación del día a día. Un mal para el que Mortensen asegura tener parte de la cura: «Contra el lenguaje odioso y el comportamiento fanático lo que no hay que hacer es contestar de la misma manera. Puede ser tentador porque te satisface en ese momento, sin embargo, hay que combatirlo con paciencia y buenas palabras».
Es la táctica empleada por su personaje en la cinta. Un John Peterson que convive con su marido y su hija adoptiva en California y que deberá hacer frente a la llegada de su padre, Willis, un granjero solitario y conservador que viaja hasta Los Ángeles en busca de un lugar donde jubilarse. Los mundos de ambos chocarán hurgando en viejas heridas durante un camino hacia la aceptación y el perdón que Mortensen riega con buenas dosis de un humor muy oscuro.
John tendrá todos los motivos del mundo para mandar a paseo a su padre, sin embargo, no lo hará ante la mirada de un espectador atónito que lo hubiera hecho desde el primer momento: «Los hombres de esa generación eran patriarcas cascarrabias. Podían ser gentiles de muchas maneras, pero inflexibles por naturaleza. Mi padre tiene rasgos en común, como la intolerancia, pero no es tan brutal» como el personaje de Lance Henriksen (de mayor) y Sverrir Gudnason (de joven). «Si un adolescente ve esto quizá no entienda por qué aguanta las embestidas de ese hombre, el racismo, la homofobia, la misoginia... y es que no es tan fácil cuando es tu padre y está solo».
El personaje de Willis pone sobre la mesa otro tema de candente actualidad, el cuidado de los mayores y la llegada de la demencia (tercera película que durante este festival muestra un caso así tras «El padre» y «Supernova»). Henriksen encarna a un señor que confunde sus recuerdos. «No es consciente de pensar en el pasado como si fuera ahora mismo», apunta el director. «Creo que es un sistema de defensa que nos puede pasar a cualquier edad. Involuntariamente, hacemos un montaje de lo que ha ocurrido y no te puedes fiar ni de tu memoria, sin embargo, a esa edad el asunto resulta diferente», comenta, antes de apuntar directamente a las instituciones: «La sanidad pública no se puede manejar como un negocio, aunque soy optimista con lo aprendido en estos meses. Pienso que la gente tiene ahora más empatía».