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¿Quién fue y qué hizo Largo Caballero?

PP, Ciudadanos y Vox han acordado eliminar su nombre en una calle de Madrid en virtud de la Ley de Memoria Histórica de 2007

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No se trata de revisionismo, sino de despojar a los personajes del pasado de la aureola santa dada por historiadores metidos a políticos, más preocupados por construir los anclajes históricos de su partido que por la verdad. Uno de ellos es Francisco Largo Caballero, que hoy incluso tiene una Fundación ligada al PSOE y su nombre está en algunas calles.
Si ahora Occidente, no solo España, está embarcada en esa cruzada para revisar la pureza democrática de los hombres de nuestra historia, habrá que contar la realidad: Largo Caballero era un totalitario de comienzos del siglo XX. Esto significa que repudiaba la democracia liberal, los derechos humanos y el parlamentarismo, y que defendía la revolución, la violencia y la dictadura.
No fue algo extraño en el PSOE, por eso se convirtió en el líder indiscutible del partido y del sindicato. Pablo Iglesias Posse no quería que los obreros votaran. Pensaba que la democracia, el ejercicio del sufragio universal, suponía un artimaña burguesa, un modo de ayudar al mantenimiento de un sistema “opresor del proletariado”. También es cierto que eso le permitía hablar en nombre del pueblo sin que se viera en las urnas el peso real que tenía. No cabe aquí achacar al “caciquismo” la negativa del PSOE de Iglesias de acudir a los comicios por la sencilla razón de que en las ciudades no funcionaba.
Menos aún cabe defender que existía una cultura democrática en el socialismo español. Salvo, quizá, Jaime Vera y luego Julián Besteiro, el núcleo dirigente del PSOE era contrario a las elecciones. Preferían esperar la agonía del capitalismo, encontrar el momento justo de crisis general, como en 1917, para imponer la dictadura del proletariado. Solamente en 1890, tras un congreso de la Segunda Internacional, el PSOE fue obligado a ir la convocatoria electoral, no sin enormes reticencias de su santo laico, Pablo Iglesias.
Francisco Largo Caballero era fiel representante de esta línea. Este socialista nacido en Chamberí, sin formación, concebía al partido y a su sindicato, la UGT, como instrumentos revolucionarios. Cuando llegó a la dirección del socialismo se dedicó a purgar la organización, a armar la revolución y a desestabilizar el régimen. Su historial no es precisamente el de un demócrata ni garante de los derechos humanos. Director de la revolución de 1934 contra la República, implacable orador guerracivilista por lo que le llamaron el “Lenin español”, e incompetente presidente del Gobierno en septiembre de 1936.
Durante su presidencia permitió la formación de checas en Madrid -cuatro por kilómetro cuadrado-, en Barcelona y en otros lugares, además del pillaje, la destrucción, los asesinatos y las violaciones. Fue incapaz de organizar un ejército, y prefirió armar a los sindicatos, lo que aumentó el caos. No supo ordenar la alimentación de la población, por lo que en marzo de 1937 estableció las primeras cartillas de racionamiento. Luego huyó a Francia.
Largo Caballero no quiso nunca la República ni la democracia. El 14 de enero de 1936 declaró que “establecida la República, nuestro deber es traer el Socialismo, no hablo de socialismo a secas: hablo del Socialismo revolucionario. Lo que hace falta es voluntad para ir a la lucha, ocurra entre nosotros lo que ocurra, que ya lo resolveremos; pero al enemigo común hay que vencerle en la próxima lucha. Nuestra aspiración es la conquista del Poder político. ¿Procedimientos? ¡El que podamos emplear!”.
Si se quiere la coherencia en la aplicación de la Ley de Memoria Histórica de 2007, y de su vuelta de tuerca, la llamada “de Memoria Democrática”, habrá que quitar de las vías públicas y de circulación los honores a todos aquellos que defendieron la dictadura y la aniquilación del adversario. O todos, o ninguno.