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La España de 1975

La batalla de Don Juan Carlos antes del 20N

Cuando la salud del Generalísimo se agravó definitivamente el 30 de octubre, el futuro Rey soportó innumerables presiones para que aceptara la interinidad

Don Juan Carlos junto a Franco
Don Juan Carlos junto a Francolarazon

El príncipe Juan Carlos no quería asumir la Jefatura del Estado hasta la muerte del dictador. Era una cuestión estratégica. No deseaba dejar una esperanza al búnker cuando pusiera en marcha la democracia. Si los inmovilistas pensaban que el Rey iba a desmantelar por completo la estructura dictatorial estando Franco todavía vivo, podía haber ruido de sables. Era mejor esperar al “hecho biológico” y no tener a nadie por encima ni vigilando. Por eso, cuando la salud del Generalísimo se agravó definitivamente el 30 de octubre, Juan Carlos hizo todo lo posible para no ser nombrado jefe Interino del Estado.

No era la primera vez. El 9 de julio de 1974, el Caudillo ingresó en el hospital que llevaba su nombre -hoy es el Gregorio Marañón-. Allí estaba Vicente Pozuelo, su médico. Era un hombre afable, de aspecto bonachón, y dijo a todos que Franco tenía una tromboflebitis. Se hizo desalojar una planta entera y alojaron al dictador en la habitación 609. El Generalísimo no quiso dar la impresión de gravedad y entró a pie, en zapatillas de casa. Los rumores de muerte inminente y de debilidad del régimen a pocos meses de la Revolución de los Claveles en Portugal, pusieron muy nerviosos a muchos. El príncipe Juan Carlos acudió al hospital, al igual que Alejandro Rodríguez Valcárcel, representante del búnker y presidente de las Cortes, que llevaba el decreto para el traspaso interino de la Jefatura del Estado al Príncipe siguiendo el artículo 11 de la Ley Orgánica del Estado.

El principio del fin

Cuando Franco vio a Rodríguez Valcárcel le miró muy serio y cadenciosamente dijo: “Es el principio del fin”. El decreto había sido preparado por el presidente Arias Navarro para tomar de hecho el poder asumiendo la jefatura del Movimiento Nacional. En esto llegó José Antonio Girón de Velasco, falangista iracundo y miembro del Consejo Nacional del Movimiento. Al ver el decreto se puso a gritar a Arias, el cual respondió con más gritos. Mientras, Franco miraba moribundo desde su cama y debió pensar que era mejor aguantar para dejar los asuntos de Estado mejor preparados.

Sin embargo, a finales de octubre de 1975 el anciano dictador ya no podía más. El Príncipe pasó unos días de gran presión. Arias Navarro conspiraba para que, muerto el Caudillo, el Rey solo fuera una pieza decorativa. “Después de Franco, las instituciones”, decían, y las “instituciones” eran ellos, la clase política franquista.

Juan Carlos quería un plan para impedir este dislate. Torcuato Fernández-Miranda le aconsejó controlar la presidencia de las Cortes, a la que correspondía también la presidencia del Consejo del Reino, para ir de la ley a la ley. Además, dicho Consejo era quien presentaba una terna al jefe del Estado para la elección del presidente del Gobierno. El general Alfonso Armada le había dado otro plan: nombrar a Torcuato presidente del Gobierno y mantener a Rodríguez Valcárcel, del búnker, presidiendo las Cortes. El plan de Torcuato era patriótico; el de Armada tenía el objetivo de evitar que Torcuato estuviera en el cargo más importante y manejar él la transición a la democracia. El camino se aclaró un poco cuando Rodríguez Valcárcel anunció el 30 de octubre que cesaría en cuanto Juan Carlos fuera proclamado Rey.

Todos inquietos

La presión al Príncipe para que aceptara la interinidad de la Jefatura del Estado aumentó mucho hasta el 30 de octubre. Torcuato, el general Armada y Laureano López Rodó, que había sido ministro con Carrero Blanco, le aconsejaron que lo retrasara lo más posible. No solo estaba inquieto el personal político franquista y la oposición, las potencias mundiales, y el Ejército, sino también Marruecos, cuyo rey había ordenado la invasión civil del Sáhara. Pero el dictador no aguantó más el 30 de octubre. Una peritonitis le anunció la inminente visita de la muerte. Franco ordenó que se aplicase el artículo 11 de la Ley Orgánica que ponía en marcha la interinidad de Juan Carlos de Borbón. Había llegado la hora.

El Príncipe habló con Don Juan, su padre, para asegurar la unidad de la Familia Real. Luego quiso saber si el dictador iba a estar en condiciones de volver, como había pasado en el verano de 1974. Habló con el doctor Vicente Pozuelo, incluso con Carmen Franco, la hija del Caudillo, que era quien estuvo más cerca y pendiente del jefe del Estado durante sus últimos días. Le aseguraron que Franco no volvería al poder. Ya no habría marcha atrás. Sería un Rey sin tutelas, con todo el poder. Así, el 31 de octubre, el Príncipe convertido en jefe del Estado interino presidió el Consejo de Ministros. Pero la vida seguía. Ese mismo día, la prensa anunciaba el nuevo espectáculo de la folclórica “La Polaca” en el music-hall picante “Xairo”, en los bajos del cine Albéniz, en Madrid, a unos pocos kilómetros del hospital donde agonizaba Franco.