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Cuando hablar no es tan fácil

Pablo Rosal estrena en La Abadía «Los que hablan», una función en la que Luis Bermejo y Malena Alterio tratarán de resignificar el concepto de las charlas
.Teatro de la Abadía

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Aparentemente, la cosa es bastante sencilla, dos personas entran en el escenario y se ponen a hablar. Pero en realidad no lo es tanto, estos actores exploran qué queda del poder comunicativo del habla humana. Hay poco artificio, poco decorado, son los actores quienes lo sostienen todo. Luis Bermejo y Malena Alterio son quienes ponen rostro y voz a esta pieza que pretende reencontrar la experiencia del personaje originario del escenario, presentar ante el espectador seres preculturales, frágiles y nunca acabados, antes de conseguir ser alguien. «Los que hablan» es una propuesta teatral poco convencional, una colaboración entre el Teatro del Barrio y La Abadía escrita y dirigida por Pablo Rosal, «un autor apasionado del teatro elemental, el de la palabra, los actores y el espectador», en palabras de Carlos Aladro, director de La Abadía.
Los actores hablan, pero ¿qué cuenta la obra? «No es que cuente algo muy concreto, sobre todo, es una situación –explica Rosal–, nos propone un «y si...» ¿Y si dos personas se reúnen con la voluntad de hablar? ¿Y si alargamos esa decisión antes de hablar y esa posibilidad tan fácil, tan automatizada, la ensanchamos y buscamos todo lo que hay dentro, todas las entrañas, todas las dudas, todas las posibilidades que hay antes de proferir una primera frase? –se pregunta el autor–. Pues que esto de hablar, que nos resulta tan fácil, de pronto deviene en una gran experiencia existencial en el fondo. Eso es lo que proponemos». Una circunstancia cómica y existencial en escena, si se quiere, donde dos payasos ponen en duda lo que asumimos con demasiada facilidad y nos ofrecen la posibilidad de repensar el mundo desde una nueva base insegura e inestable.
«No se trata, pues, de un lugar reconocible –explica–, no estamos imitando la realidad, sino intentando llegar a ella, estamos intentando rebautizar la palabra, darnos el gusto de volver a encontrarla y, una vez encontrada, pensaremos cuál es nuestra relación con la realidad». Y prosigue: «Antes de que esto se dé, necesitamos haber visto nacer la palabra en nosotros, comprender de dónde viene y para eso hay mucha batalla de espadachines, de serpientes, de lagunas y maremotos dentro de nosotros, eso es lo que pretende el espectáculo, ofrecer una posibilidad de congelar el tiempo y darnos este espacio de vacío antes de hablar», explica Rosal.
Para Malena Alterio, «este es uno de los textos más complejos a los que me ha enfrentado, aunque no deja de ser divertido por complejo que sea, un espectáculo divertido, ingenioso. Pablo ha creado una máquina extraña, juguetona, muy seductora y tentadora. Al profundizar en él me parece mucho más claro que en la primera lectura, que me pareció extraño y no sabía exactamente a qué me enfrentaba, aunque había algo que era como un imán, que me causaba risa y asombro a la vez». Por su parte, Luis Bermejo apunta: «Cuando lo leí me preguntaba, ¿qué les pasa? ¿Por qué hablan de otras personas y no de ellos? El texto tiene un ritmo interno que cautiva y que apela a los textos de Mihura o de Jardiel Poncela, ese teatro del absurdo que tiene que ver con nosotros, con el humor español».
Analizando las respuestas que ofrece la cultura, puede deducirse que andamos demasiado inmersos en la actualidad. «A mí me parece que ésta es un estercolero donde van a parar todos los conflictos mal resueltos, donde no sabemos o no queremos entendernos, donde no hay posibilidad de convergencia y todo es fragmentación, diferencia, lucha, pelea –explica Rosal–. La actualidad se ha tornado un tejido atomizado de opiniones, ideologías, pequeñas voluntades caprichosas y la cultura está invadida por ella, su discurso ha suplantado nuestra inteligencia y es necesario volver a un momento precultural. El escenario es ese lugar donde unos humanos nos reunimos para dudar –explica Rosal–, debe tener la misión de reconstruirnos, de ser alimento del alma, de la sensibilidad, de lo que se quiere y se ama. Yo considero que el teatro es un sitio donde se tiene que refundar la realidad, un lugar de creación de la vida», concluye.

La importancia del silencio

La obra da importancia a redefinir las palabras, pero el silencio también importa. «Es germinal, prácticamente, podría ser analizada como una clase sobre los silencios –explica su autor–. En ella los hay de muchos tipos y se juega mucho con ello. Se les llama pausa-silencio, hueco, vacío, oquedad, abismo, porque la pieza pretende ser una investigación sobre el silencio, sabiendo que, si no lo reencontramos estamos perdidos –continúa–, si no hacemos las paces con el silencio como civilización, seguiremos reproduciendo las mismas confrontaciones y conflictos. Esto es un manifiesto sobre el silencio».