Si le gustan los flamencos rosas, ¿es usted un friki?
John Waters, la excéntrica Alee Willis o la personal mirada de Eduardo Casanova, entre otros, transitan por “The Mystery of Flamingo”, la nueva película documental de Javier Polo
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Preguntarse qué hay en la cabeza de John Waters es como incurrir en el frustrante propósito de interrogarse sobre el origen del mundo. Nunca vamos a encontrar respuestas suficientes ni a convenir en que lo cuestionado, que en este caso es el carburante anatómico creativo del padre de la subcultura de lo incómodo, pueda resolverse con el metódico proceso matemático de una resta. Ni tan siquiera con una intelectualización excesiva y prescindible de su propio testimonio. Averiguar qué alberga realmente la mente del cineasta de Baltimore es como situar un pie en la línea fronteriza de una dimensión desconocida en la que al principio produce pánico iniciarse pero tras unos segundos dubitativos la fascinación extrema que genera lo desconocido termina empujando al cuerpo a traspasarla.
“¿Qué me ronda la mente cada día? Tengo que pensarlo cada mañana e inventarme cosas raras. Ese es mi trabajo. Igual que hay gente que trabaja en fábricas o tiendas, mi trabajo consiste en inventarse locuras. Uno va al colegio para averiguar quién quiere ser. ¡Yo sabía quién quería ser! El más cochino del mundo”, responde con un hilarante poso de honestidad y provocación este pantocrátor del mal gusto ante la pregunta de Rigo Pex, un ingeniero de sonido que se embarca en un catártico viaje por los orígenes de lo “kitch” en el singular documental dirigido por Javier Polo y coproducido junto a RTVE y Japonica Films, “The Mystery of the Pink Flamingo”.
Apoyándose en los testimonios de superficialidad y excéntrica vacuidad que proyectan personajes como Pink Lady, una mujer americana cuya vida ha sido colonizada por el color rosa o Cindy Lundlow, procedente de la pequeña localidad de Ocala en Florida que ostenta el gran honor de tener el Record Guiness por poseer la mayor colección de figuras de Pink Flamingos del mundo, el joven director valenciano propone una suerte de road movie psicodélica y marcadamente estética (la cuidada fotografía en este caso corre a cargo de Guillermo Polo, hermano del realizador) con la intención de desentrañar el lugar privilegiado que ha ocupado el flamenco tanto en el origen de las fábulas como en el núcleo visual del concepto “camp”.
Pero también deambulan por la pantalla algunas personalidades en cuyo discurso, sin dejar de lado sus particulares debilidades ornamentales, creativas o sociales, se intuyen ideas interesantes desmarcadas del manido y absurdo “American way of life” en donde puedes ser quien tú quieras solo con desearlo, como en el caso de Eduardo Casanova y su personal “saco de mierda” (una vitrina en donde guarda todo un inventario de elementos frikis) sin valor económico pero con profundo valor poético. “El “kitch” tiene la capacidad de reinventarse, siempre nace algo nuevo de lo que reírse. Pero al final, todos los sistemas consiguen explotar cualquier cosa interesante y hacerla mainstream. Por ejemplo el caso del flamenco rosa. A todo el mundo le gusta, ha protagonizado infinidad de merchandising, pero cuando no estaba capitalizado, en realidad era como una cosa fea”, señala el creador de “Pieles”. La disquisición entre lo bonito y lo feo, es otra de las cosas que agitan a Casanova: “A mi me gusta alabar el mal gusto porque porque me parece que es un acto de rebeldía contra un sistema de lo bonito. Personalmente me interesa mucho más el arte con el que no estás conforme, aquel que rompe un pilar de tu pensamiento. La tranquilidad y la creación son completamente incompatibles”.
Extraterrestres rosas
Para Polo, la influencia que ha tenido este ave de porte extremadamente elegante e intenciones indescifrables dentro del imaginario artístico de la estridencia es absoluto: “El flamenco siempre ha inspirado mucho a civilizaciones antiguas como los judíos, los griegos o los egipcios. Pero lo que más interesante me resulta es cómo esa atracción ha seguido perviviendo hasta mantenerse en el presente ¿no? Al igual que el protagonista del documental yo mismo llegué a obsesionarme con ellos. Son como extraterrestres”, comenta. La figura del icono como subrayador ejemplar de las cualidades aspiracionales de los mortales salpica ciertos momentos del documental. ¿Soy realmente quien quiero ser o apenas una copia de la persona a la que me quiero parecer?, parece cuestionarse Rigo a lo largo del viaje.
Consciente de estas dudas existenciales, el director, admirador confeso de Woody Allen, especialmente de la primera etapa, reconoce la importancia de la provocación como símbolo de resistencia; “una película como “Pink Flamingos” no sé si se hubiera estrenado hoy. Hay que dejarse de censuras. Ser auténticos es lo importante. Creo que pese al hecho de vivir en una sociedad tan orientada hacia el capitalismo salvaje, sí que es posible diferenciarse” e identifica la obsesión como etapa previa necesaria para la creación de cualquier cosa: “La obsesión te precipita a la perfección, a una persecución por lo pulido. Y eso puede ser muy interesante a la hora de crear cosas que se alejen de lo común”. La reconocible voz en off de Anthony Hopkins acompaña durante todo el metraje en forma de narrador el trayecto del desorientado ingeniero de sonido cuya inexpresividad e inconcreción en el objetivo que pretende alcanzar, resulta en ocasiones algo densa y artificial. Con todo, “The Mystery of the Pink Flamingo”, abre una ventana a la reivindicación del frikismo como baluarte de la libertad individual y apuesta por un cuestionamiento positivo e inspirador de la identidad.
La escatología irreverente de un icono como Divine
En la década de los 70 la experimentación era una asignatura de obligado cumplimiento, ya no solo en el campo de las drogas, sino también en el de las artes. Sin embargo, nunca antes el espectador había asistido impávido en la gran pantalla a la ingesta literal de un excremento de perro. Hasta que llegó Divine con “Pink Flamingos” y lo hizo. Harris Glenn Milstead protagonizaba así una de las escenas más escatológicas e irreverentes de la cinematografía “trash” gracias al apadrinamiento profesional de John Waters. Quien fue vecino y amigo personal del actor desde la más tierna infancia. “Sabía que la película iba a ser tan impactante que elegí un título que intentara rebajarla un poco. Quería celebrar el mal gusto por encima de cualquier otra cosa”, reconoce el cineasta acerca de la cinta en un fragmento del documental. Icono por antonomasia y derecho de toda una nueva generación de transformistas y drag queens, Divine falleció con tan solo 42 años tras sufrir un ataque al corazón. “Glenn nació antes que los derechos civiles, antes que los derechos de los homosexuales y los derechos de la mujer. Dios no quiere a personas fotocopiadas por una máquina Xerox”, pronunció el reverendo que presidió su cortejo fúnebre.