Antonio Muñoz Molina: “La ficción es que todo sea verdad y mentira”
El escritor y académico une recuerdos infantiles e imaginación en su nuevo libro «El miedo de los niños»
Creada:
Última actualización:
En 2011, Antonio Muñoz Molina publicaba el volumen de relatos «Nada del otro mundo» donde se incluía «El relato de los niños», una historia que tiene ahora entidad propia de la mano de editorial Seix Barral y con ilustraciones de María Rosa Aránega.
–¿Cómo podemos definir «El miedo de los niños»? ¿Se trata de un cuento, un relato, una «nouvelle»?
–No lo sé tampoco. Es una cosa inesperada y cada vez creo más en lo inesperado. Esto empezó siendo una idea para un cuento pequeño para incluir al final del libro con mis otros cuentos, «Nada del otro mundo». Lo que ocurrió es que me puse a escribirlo y empezó a crecer, más que alargarse empezó a extenderse. Fue un proceso muy curioso de cómo el recuerdo se convierte en ficción. Todos los detalles visuales, ambientales e, incluso, personales del libro proceden de la realidad salvo alguna cosa ficticia. Pero el conjunto es totalmente inventado. Los nombres de los lugares tienen una localización muy precisa. Es el caso de una de las calles donde vivía de niño y con el tiempo me he dado cuenta de que tenía una belleza extraordinaria. Me refiero a la Fuente de las Risas. La historia de los dos primos del libro es completamente inventada, pero al mismo tiempo completamente real.
–Usted ha dicho que con este libro inventaba como si estuviera recordando.
–Tenía una percepción extraordinaria, pero todo era mentira y era verdad. Eso es la ficción.
–¿»El miedo de los niños» supone un paso más en la construcción de la cartografía de su Mágina?
–Al principio, en la primera edición no estaba el nombre de la ciudad. Eso es lo único que he añadido luego. Porque me parece importante porque es una parte de ese mundo.
–Completa ese mapa.
–Exactamente. No es un propósito sino que es un crecimiento. En esa historia he puesto el centro de lo que yo realmente era, de mi sensibilidad como niño. Ese es mi mundo personal.
–Hablemos de los protagonistas, Bernardo y Esteban, dos primos segundos, tan distintos y parecidos a la vez.
–Yo tenía un primo segundo con el que tenía bastante amistad, pero nos daba mucha tristeza ser solamente primos segundos y no tener apellidos en común. Esteban piensa que le dicen abnegado porque en vez de jugar a fútbol está con su primo. Pero es que a él tampoco le gusta la acción. En esa época, un niño sensible o con poca soltura física era considerado como un raro. Estos dos tienen una especie de confabulación secreta. El que parece que es más débil, como es Bernardo, tiene autoridad sobre el otro que es su primo. Me gustaba mucho inventar eso con esos matices en una relación entre dos niños. Parece que las relaciones entre niños deben ser más simples que las de los adultos, pero creo que hay unos matices extraordinarios en una relación infantil.
–No es intencionado porque el cuento fue escrito originalmente en 2011, pero impresiona mucho cuando habla de un tiempo en el que los niños jugaban en la calle. Hoy parece imposible.
–El cuento habla de un mundo de una gran pobreza y mucho desamparo. Pero eso que me comenta lo pensaba hace poco viendo una exposición en CaixaForum Madrid con fotografías sobre la ciudad en el siglo XX. Según uno va viendo la exposición, las fotos de los años 30, 40 y 50 de las ciudades están llenas de niños. A partir de los años 60 y 70, los niños desaparecen. Me acordé de una campaña publicitaria del Ayuntamiento de Nueva York que animaba a los niños a jugar una hora. ¡Qué triste! Recordé que la generación a la que yo pertenezco, procedente en un pueblo con un barrio humilde, los niños teníamos un espacio de libertad inaudito. Es que los niños salíamos de nuestras casas y volver de la escuela no regresábamos a casa hasta por la noche.