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Cuando Rimbaud quiso aprender español «a troche y moche»

A la venta dos hojas manuscritas del poeta con su particular diccionario para aprender el idioma
La Razón
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Hubo un momento en el que Arthur Rimbaud decidió dejar la literatura. Tras una temporada en todo tipo de infiernos personales y literarios, en muchas ocasiones acompañado y peleado con Paul Verlaine, decidió dejarlo todo para perderse en la selva africana dedicado al tráfico de armas y de almas. En 1873, con únicamente 18 años, ya lo había vivido todo, y estaba a punto de consagrarse como uno de los grandes autores líricos franceses de todos los tiempos. En esa fecha sería cuando llegó a las librerías su declaración de principios, «Una temporada en el infierno», con una tirada de 500 ejemplares de los que solo se llevaría con él unos escasos veinte dejando el resto en la imprenta. En ese mismo año, al joven poeta, fumador de pipa y bebedor de absenta, le rondó por la cabeza escapar del ruido francés. Sabemos que luego, en ese trascendental 1873, se instaló en Londres, donde fue herido por un disparo de Verlaine.
Allí se rompió todo, pero antes hubo dudas sobre el destino en el que esconder la muy peculiar relación de los dos escritores. Esa es la conclusión a la que se puede llegar al ver dos páginas manuscritas pertenecientes a una libreta de Rimbaud y que, casi como una reliquia, una galería de Lyon ofrece desde esta semana; una suerte de diccionario redactado por Arthur Rimbaud con 130 palabras y frases en español, lo imprescindible para ir tirando. De esta manera, nos encontramos con expresiones como «a quién digo, a quién hablo», «tan presto como yo, tan bien como yo», «a troche y moche», «ir a tientas», «otra parte», «es que no ha compartido lo que ha dicho» o «dicha desdicha». Estas dos páginas también nos recuerdan que, como decían aquellos que conocieron al autor de «Iluminaciones», éste tenía una gran facilidad para aprender otras lenguas.
Así, y además del francés y el español, sabemos que también practicó el inglés, el alemán, el italiano, además de algunos dialectos africanos. La obsesión por los idiomas fue vista por algunos de sus amigos, como es el caso de su compañero de pupitre Louis Pierquin, a la larga su primer biógrafo, quien diría que cuando el poeta adquiría una gramática se encerraba en un armario y podía permanecer allí dentro horas sin comer ni beber.