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Gabriela Mistral, la voz epistolar de las exiliadas

«De mujer a mujer» recoge las cartas inéditas que nombres como Zenobia Camprubí, Teresa Díez-Canedo o Maruja Mallo escribieron durante su destierro a la que fue Premio Nobel

Una imagen de la poeta y Premio Nobel Gabriela Mistral
Una imagen de la poeta y Premio Nobel Gabriela MistralJorge TorresEFE

El exilio nos lo han contado en muchas ocasiones, pero han sido pocas las que ese relato ha tenido nombre de mujer. Tal vez por desidia o simplemente por desconocimiento, nos hemos quedado sin saber mucho de lo que fue el destierro para muchos tras la caída de la República en 1939. Un nuevo libro viene a proporcionar nueva información sobre aquel drama, pero a partir de las gestiones que realizó Gabriela Mistral, una de las grandes voces de la literatura hispana.

«De mujer a mujer. Cartas a Gabriela Mistral desde el exilio (1942-1956)», dentro de la Colección Cuadernos de Obra Fundamental que edita Fundación Banco Santander, contiene una treintena de misivas dirigidas a Mistral. Bajo el cuidado de Francisca Montiel, catedrática de la Universitat de Barcelona, experta en Mistral y las intelectuales del exilio español, se puede acceder a las cartas que la que sería Premio Nobel chilena recibió de Teresa Díez-Canedo, Maruja Mallo, Ana María Martínez Sagi, Margarita Nelken, Victoria Kent, Francisca Prat, Zenobia Camprubí, María Zambrano, María Enciso y María de Unamuno. Asismismo se incluyen las respuestas de Mistral a algunas de ellas. Todo ello sirve para construir un mosaico en el que se dan la mano la amistad y el compromiso social y literario, un tiempo en el que el papel escrito era la única manera para construir un diálogo.

No ha sido una labor fácil porque, como contó ayer Montiel en rueda de prensa, «esta selección parte del rastreo de 12.000 cartas procedentes del archivo personal de Gabriela Mistral». No es extraño que se haya conservado un volumen epistolar de este calibre porque, como apuntó la estudiosa, la poeta fue «una mujer especialmente proclive a la escritura de cartas».

La autora de «Desolación» o «Lagar» visitó España en un par de ocasiones durante los años veinte, pero fue entre 1933 y 1935 cuando pudo hacerse una mayor realidad del país al ser cónsul de Chile en Madrid y Barcelona. Fue en ese momento cuando se adentró en los ambientes literarios y trabó amistad con autores como Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez o Enrique Díez-Canedo, además de a sus familias. Tampoco puede olvidarse su contacto con las socias de una entidad como el Lyceum Club Femenino, lo que le sirvió para confraternizar con Zenobia Camprubí, Ernestina de Champourcín o Victoria Kent. Era la semilla de las posteriores cartas reunidas ahora en «De mujer a mujer».

Tras su paso por España, la escritora se trasladó a Lisboa para realizar las mismas labores diplomáticas. Fue allí donde le llegó la noticia de que un grupo de militares se había levantado en armas contra la República en África y Canarias el 17 de julio de 1936. Un día más tarde, aquella sublevación llegaría a la Península, iniciándose una larga y sangrienta guerra civil.

Gabriela Mistral se solidarizó pronto con la República, hasta el punto de ceder los derechos de su libro «Tala», publicado en 1938, a beneficio de los niños vascos refugiados en la que fuera la Residència Internacional de Senyoretes Estudiants, con sede en el Palau de Pedralbes de Barcelona. Pero la autora quiso ir más allá y no dudó en hacer todo lo posible para ayudar a sus contemporáneas, a mujeres que tenían que dejar sus trabajos como escritoras, pintoras, profesoras o periodistas para poder huir. Estas cartas inéditas retratan muy bien ese drama.

Ordenados de manera cronológica, estos epistolarios nos permiten asistir al desarrollo de las vidas de diez mujeres de primera fila del sglo pasado y que tuvieron en Gabriela Mistral a la necesaria aliada. Buena prueba de ello es una carta de la chilena a Teresa Díez-Canedo, de 1939, y donde expone «está de más removerle dolores, Teresa buena. Los tiempos son de vivir al día y de que, como se dice en el Evangelio, “le baste a cada día su propio afán”. Chile mandó a Neruda en una comisión para llevar españoles allá. Pero ha venido una campaña fuerte de la oposición a causa de que ciertos locos extremistas han comentado esta inmigración, mezclándola a nuestra política interna como un refuerzo de las filas extremistas para las elecciones próximas, tontería sin calificativo y que puede malograr el acto generoso de Aguirre de dar refugio a tantos desgraciados». En la misma misiva apunta que «semana a semana me ocupo de la gente que está de este lado de los Pirineos. Mi libro ha dado hasta hoy unos treinta mil francos, que Victoria Kent ha distribuido entre los niños salidos a última hora, y entre algunos maestros. Queda todavía un cuarto de la edición por vender. Victoria Ocampo, la argentina, se ha portado con mucha nobleza: ella editó el libro de su cuenta y se ha ocupado y sigue ocupándose de algunos escritores y profesores españoles. Es una “mujeraza” que vale mucho y a quien la gente entiende mal».

¿Y qué le decían las exiliadas cuando en las notas ahora recogidas? Una buena prueba de ello es lo que cuenta María Zambrano, una de las grandes pensadoras del siglo XX y que no escatima en detalles a la hora de narrar las tristes vicisitudes vividas. Así lo expresa desde La Habana el 4 de febrero de 1953: «Hubiera querido hablarle de Chile. Viví en él, como mujer de mi marido, entonces secretario de la Embajada de España. Plena Guerra Civil. Civil, y con sentido universal. Lo dejamos para volvernos a nuestra hoguera. No sé si sabe ¡tantas cosas! Los guasos nos enviaban sus centavitos, logrados, a veces, vendiendo por los caminos guirnaldas de la flor del copigüe –¿se escribe así?–. Los niños de los barrios muy pobres de Santiago me enviaban su merienda envuelta en periódicos. Y, cuando salí para España, un grupo de mujeres me trajo un ramo de espigas que yo tuve conmigo en Valencia, en Barcelona. Y cuando hube de salir entre aquel medio millón que pudo hacerlo, lo dejé enterrado allá, cerquita de la frontera de Francia, en tierras catalanas. ¡Quizá haya germinado y algún grano de trigo de su tierra brotara en la mía, tan dolorida!... ¡Y cuántas cosas más! No he vuelto a Chile, no importa. Lo amo».

Mistral puso dinero de su bolsillo para poder ayudar a aquellas mujeres, además de su influencia. Suyas fueron las gestiones para facilitar que Juan Ramón Jiménez fuera galardonado con el Premio Nobel, la misma distinción que la chilena había obtenido en 1945. De ese papel de persistente y honesto mecenazgo, de diplomacia audaz fue testigo directo Maruja Mallo que tan agradecida estaba que quería tener una foto de su salvadora en su taller, de la mujer que había facilitado que pasara de Francia a Argentina. «Gabriela, deseo hace tiempo tener una fotografía tuya, pero que sea tan interesante como tú, con tu preciosa cabeza. Si es posible me envías una de frente y otra de perfil, pero que sea buena foto y que represente tu obra y tú».

Por su parte, Zenobia Camprubí no duda en expresarle que su marido Juan Ramón Jiménez tiene expuesta en una esquina de un espejo una misiva de Gabriela Mistral como si se tratara de un auténtico tesoro. Todas sabían que la poeta no escondía sus impresiones, que era crítica con su tiempo y eso es algo que quería que constara en sus misivas, como cuando le dice a María Zambrano que «hoy, que veo yo Europa más dañada que nunca, más desgarrada en sus vísceras vitales, se me agrandan enormemente la virtud y las virtudes criollas».

Por otra parte, como epílogo, el lbro también incorpora dos semblanzas de la chilena, redactadas por María Enciso y Victoria Kent.