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El actor y director de teatro Albert Boadella

Albert Boadella: «Me imagino a Sánchez o Iglesias como presidentes de la república y me aterrorizo»

Como el «perfecto profesional del confinamiento» que es desde que sus vecinos le dieron la espalda, el dramaturgo aprovechó 2020 para dar forma a un libro, «El duque», y a una obra, «Diva»

Albert Boadellaes impredecible. Lo mismo se pospone la charla porque está comiendo a la una y media que te coge el teléfono desde lo alto de un árbol: «Llámame en dos minutos, que me pillas liado».

–¿Qué hacía?

–Nada, estaba subido a un árbol, que tocaba podarlo.

–¿A sus 77 años?

–No hay edad para eso. Estoy la mar de bien. Mantengo cierta agilidad. No hago gimnasia porque eso es muy peligroso, pero sí que hago una vida sana al aire libre y me pego unos buenos paseos por el Ampurdán. Es importante porque, aunque no lo parezca, dirigir una obra necesitas fuerza física.

Esa es la vitalidad con la que el «joglar» comienza un 2021 en el que, de primeras, ya tiene dos citas: «Diva», una pieza que firma y dirige (en los Teatros del Canal del 14 al 24 de enero) sobre María Callas y que ha estado ensayando con María Rey-Joly y Antonio Comas dentro de su masía; y «El duque» (Espasa), un libro en el que repasa la amistad entre un noble (el duque de Segorbe) y un juglar (el propio Boadella). «No he parado en 2020. Aproveché el tiempo. De hecho, como vivo en territorio comanche, la gente que tengo alrededor no me tiene una gran admiración, estoy acostumbrado al confinamiento. Soy el perfecto profesional del confinamiento».

–¿Por qué María Callas?

–Porque es un caso de dotación extraordinario. Tenía una voz inconfundible, muy distinta al resto de las sopranos. Es lo que entiendo por la Artista en mayúsculas.

–Aun así, su final no fue el más bonito...

–No quería una biografía, sino un momento que, como artista, me parece tremendamente trágico. La decadencia de quien ha estado en la cima. Esa caída libre de cuando ya está en París retirada y sin el amor de su vida, Onassis, porque se ha casado con Jackie Kennedy. Por responsabilidad con este amor estuvo seis años sin cantar y a su edad eso era un suicidio artístico. Sin voz, esta mujer se encontró sin nada.

–¿Sin voz no tenía valor?

–Era una buena actriz, pero salió mal su experiencia con Pasolini. No acertó con la película y se frustró una intérprete que hubiera podido ser buena porque tenía una personalidad física extraordinaria.

–¿Usted también defiende la teoría del suicidio?

–Igual que la gente cercana a ella, estoy convencido. La prisa con la que se incineró su cuerpo es una prueba. Y durante sus últimos tiempos tomó muchos tranquilizantes para atenuar la angustia.

–Hace no mucho, María Callas pasó, en su «versión holograma», por Madrid, ¿qué le parecen esos «shows»?

–Eso es una nimiedad. Hay que resucitarla con otra mujer.

Albert Boadella, de espaldas, durante un ensayo de «Diva» con María Rey-Joly y Antonio Comas
Albert Boadella, de espaldas, durante un ensayo de «Diva» con María Rey-Joly y Antonio Comas.La Razón

–De carne y hueso.

–Claro. Cuando la gente vea a María (Rey-Joly) se quedará sorprendida por el parecido físico, pero luego verán su gran voz. Es la forma más digna de recuperarla. Lo que sucede a través de lo audiovisual no es comprable al teatro. Ni el mejor cine se puede comparar.

–Lo hemos visto estos meses, no era lo mismo un aperitivo virtual que uno «in situ».

–Ese deseo de la gente de volver al directo lo demuestra, y sin menospreciar lo audiovisual. Otra cosa es desde el punto de vista artístico. Un violonchelo grabado no es un violonchelo.

Cambio de tercio: «El duque», la historia de dos tipos que se conocieron, durante los 80, en La Moncloa, mientras Felipe González les empujaba el coche que les había dejado tirados tras una cena en la «bodeguilla» del palacio: «Un libro que surge de la larga amistad con el duque de Segorbe, un hombre que me ha enseñado mucho».

–Hacen bueno eso de «polos opuestos se atraen».

–Sí, porque las diferencias son importantes en todos los sentidos. Está en las antípodas de mi vida. Él es de los pocos que asume el papel de la nobleza. Es sabedor de su responsabilidad con la herencia del pasado y viene de la línea directa de Alfonso X el Sabio.

–¿En qué coinciden?

–En el valor de la tradición y la importancia de la excelencia. Y los dos somos enamorados de la República de Venecia, un ejemplo de excelencia y organización.

–¿Qué significa ser noble hoy?

–Ser fiel a los valores de tus antepasados. Tener un sentido de la vida donde la belleza es el núcleo esencial. Aunque igualmente existen malas herencias.

–¿No suena muy antiguo?

–Muchas de las cosas que utilizamos hoy son enormemente antiguas. Por ejemplo, la copia de la Venus de Praxíteles que tengo en el jardín, me impresiona cada día y es de hace más de 2.000 años. Será porque pertenezco a una profesión que mira mucho a Grecia. La forma en la que trabajo no tiene mucha diferencia a la de los griegos. Ellos me entenderían.

–Entonces, ¿en medio de la pandemia, podemos estar tranquilos por el futuro del teatro?

–Cada vez será más necesaria la fuerza del directo.

–Y en estas, usted queda como el juglar/bufón de la pareja.

–Juglar, mejor, que bufón me lo decían como insulto y por eso se lo puse a mis «Memorias».

–Que no falte la ironía...

–Sí (ríe). La sátira forma parte de este oficio.

–También dice que los bufones no son de fiar...

–En esta profesión somos gente de mal vivir. En eso sí que hay una coincidencia con el duque porque la nobleza, hoy en España, tiene mal cartel. Se mira como algo nocivo y a los comediantes nos sucede lo mismo. Y no falta razón, pues la farándula siempre ha estado compuesta por pícaros. Era el lugar donde las cuestiones sexuales tenían una mirada amplia. Hoy, después de la salida masiva de los armarios, hasta nos hemos quedado cortos. Ha quedado ese poso endémico que noto en los políticos, que quieren ocuparse de la cultura, pero a la gente del teatro nos mantienen a raya.

Albert Boadella ha ensayado «Diva» en uno de los salones de su propia casa
Albert Boadella ha ensayado «Diva» en uno de los salones de su propia casa.La Razón

–¿Le parece que la Corona también comparte ese «mal cartel»?

–La Monarquía no es especialmente representativa de la nobleza. Tiene otras raíces, es de sangre azul.

–Pero continúan en ese estatus «superior» al pueblo llano.

–En el caso de España ha sucedido lo de siempre: hubo reyes que han podido hacer sus negocios a parte, sus pequeños juegos manilargos; y ahora hemos vivido ese momento triste porque un monarca, que hubiera podido acabar como el mejor de la Historia, se va con unos hechos que no parecen muy ejemplares. Pero, por fortuna, nos hemos encontrado con su hijo, que aparentemente no está en esos asuntos. Pienso que un rey es lo mejor que podemos tener por un hecho lógico: me imagino a Zapatero, Sánchez o Iglesias como posibles presidentes de la república y me aterrorizo.

–¿Qué ventajas posee la Monarquía?

–Un presidente de la república, pensando en otros países, llega ahí con muertos en el armario y ninguno es representativo de la totalidad de los ciudadanos. En este momento la veo positiva, quizá en otra ocasión te hubiera dicho que soy republicano, pero ahora hay que apoyar firmemente a Felipe VI.

–¿Qué podemos esperar de la «modernización» de la corona viniendo de un gobierno republicano?

–Tratarán de hacer todas las trampas posibles. Pero los españoles tenemos la gran fortuna de contar una Constitución que, con sus posibles pequeños defectos, tiene los pilares de un Estado de libertad.

–¿Y cómo le sientan a usted los indultos?

–Aquí el Gobierno tiene una actitud indigna. No me hubiera imaginado nunca que el cinismo podía llegar hasta este punto y decir que todos somos responsables de lo que ha sucedido en Cataluña. Es un insulto intolerable. El señor Sánchez es un hombre sin dignidad, sin vergüenza y sin el mínimo sentido del patriotismo. Es pura endogamia. Solo trabaja para él. Es lo más despreciable que puede estar en un gobierno.

–Hablando de endogamia, ¿qué le parece la nacionalización de James Rhodes?

–Otro ejemplo del nepotismo de Iglesias, que, no olvidemos, ya colocó a su pareja como ministra pensando que era la única entre millones de españolas que podía hacer ese trabajo. Y lo peor es que lo hemos visto con el silencio de la ciudadanía. Es una etapa muy triste de nuestra democracia.

–¿Entiende la aparición de Illa en la campaña catalana?

–Con Sánchez en la presidencia cualquier cosa es posible. No debería sorprendernos. Puede pasar de todo. Con este Ejecutivo estamos curados de espanto y somos capaces de aceptar lo que sea.

–¿Y usted vuelve a ser parte de la imagen de Ciudadanos?

–Siempre han contado conmigo. No he dejado de votarles.

–Pensábamos que había roto el carné.

–No. El otro día Carrizosa me llamó y dijo si me podía realizar unas entrevistas grabadas para hacer un pequeño «spot» donde hablo del nacionalismo y otros temas. No tengo inconveniente. Pero no participo en la campaña electoral más allá de eso.

ARTISTA ANTES QUE POLÍTICO

Cuenta que, tras levantar el «show» satírico de Tabarnia, tuvo que elegir entre dos caminos: el arte o la política: «Ofrecer un espejo al ridículo inmenso que estaban dando los diferentes gobiernos catalanes o convertir ese movimiento, que tenía una audiencia grande, en un partido». Lo pensó de verdad, pero se dio cuenta de que «eso hubiera mermado a otros partidos» como el PP y Ciudadanos, el cual fundó. «Lo planteamos seriamente, pero se optó por dejarlo así. Ahora pienso que si yo hubiera liderado una cuestión como esa, seguramente, habría conseguido un resultado importante. No la mayoría, pero sí bueno. Algo así habría pasado cuando fundamos C’s, en vez de 3 escaños hubiéramos tenido alguno más. Aunque eso significaba renunciar a mi vida como artista y creo que lo más positivo, incluido para el partido, fue lo que se hizo. Yo, como gobernante, habría hecho unos desmanes...», cierra.