Unidos por la censura
“Don’t delete art” constituye un proyecto curatorial que cuenta con la participación de artistas de la talla de Savannah Spitit, Julie Trebault o Spencer Tunick
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Quién nos iba a decir que, en 2021, el concepto de «arte censurado» no solo iba a estar de actualidad, sino que, por mor de la multiplicación de casos, se iba a convertir en un género en sí mismo. A diferencia de lo sucedido en otras épocas, ya no suelen ser las autoridades políticas las que imponen sus criterios estéticos –aunque, en ocasiones, lo intentan–, sino que son los gestores de las redes sociales –Facebook, Twitter, Instagram– los encargados de establecer un nuevo régimen moral, regido por un «puritanismo algorítmico» tan sumamente estricto y demencial que la expresión artística se ahoga en su recatado territorio. En tanto que usuario, he renunciado varias veces a publicar imágenes de obras referenciales del arte del siglo XX como «Étant donnés» o una muñeca de Hans Bellmer, por si el algoritmo inquisidor consideraba que estaba quebrantando los límites morales y me bloqueaba el perfil. Se ha llegado a la situación aberrante de que en museos, iglesias e instituciones públicas se puedan contemplar desnudos artísticos con naturalidad, pero en las redes sociales –buque insignia del cambio traído por el paradigma digital–, un emblema del Romanticismo como «La libertad guiando al pueblo», de Delacroix, sea censurado porque la figura principal lleva los pechos al aire. La conclusión alarmante es que, en estos espacios, el arte lo tiene cada vez más difícil para circular. Diariamente se insulta, se lincha, se miente… y rara vez sucede algo. En cambio, un desnudo, una gota de sangre menstrual, hacen sonar las alarmas y te convierten poco menos que en un peligro social.
Las nefastas e insostenibles consecuencias de esta rampante hipocresía digital han llevado a un grupo de profesionales del arte a crear un sitio web que, bajo el nombre de dontdelete.art pretende convertir en un proyecto curatorial el amplio listado de obras que han sufrido los estragos del patético puritanismo de las redes sociales. En cierta medida, esta iniciativa viene a ser una versión 2.0 del célebre Salón de los Rechazados, que surgió en el último tercio del siglo XIX, en París, para albergar aquellas piezas que, por factores estéticos o morales, no habían sido seleccionadas para el Salón Oficial. De hecho, y como se acaba de apuntar, dontdelete.art constituye un proyecto curatorial que cuenta con la participación de artistas de la talla de Savannah Spitit, Julie Trebault o Spencer Tunick. Formulado en otros términos: no se trata de un cajón de sastre en el que se visualicen, en bruto, todos aquellos trabajos que han sido censurados por las diferentes plataformas. Por el contrario, el equipo de comisarios realiza una selección entre las solicitudes llegadas, configurando así un relato con el que ir mostrando, mediante diferentes galerías, una pequeña muestra del tipo de obras que son depuradas por las redes sociales.
En su primera selección, recoge magníficas piezas de autores como Gala Garrido, Emma Shapiro, Andy Greenwood, Chiara No, Reka Nyari o Shelag Howard. La mayor parte fueron desalojados de los perfiles de los usuarios por desafiar los criterios de decoro visual fijados por las plataformas. En el caso de Andy Greenwood, Instagram llegó a censurar su obra no por mostrar algún genital, sino porque se visualizaba demasiada porción de piel del cuerpo representado. Una ridiculez superlativa. La inteligencia artificial está estrechando los márgenes de expresión del arte. La apoteosis digital viene disfrazada de democracia y libertad, cuando, en realidad, constituye una radicalización del pensamiento puritano más asfixiante. Proyectos como dontdelete.art pretenden denunciar este fanatismo moral de las redes, con el fin de obligar a replantear sus criterios, e impedir que la sensibilidad artística sea desvirtuada de los principales canales de comunicación de nuestro mundo global.