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Brian Wilson: las voces de la locura de los Beach Boys

Las memorias del legendario músico se acercan con ternura a su enfermedad mental pero revelan un infierno cotidiano que el músico quiere desestigmatizar y a una vida torturada por las drogas y la autoridad de su padre
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En el transcurso de un vuelo a Houston en 1964, Brian Wilson se puso a gritar como un loco. Él no recuerda nada, pero luchaba contra las voces, presencias que nadie imaginaba. Después de ese viaje, el genio detrás de los Beach Boys decidió no volver a ir de gira y recluirse para crear canciones. Escribió muchísimas, algunas tan impresionantes como las del «Pet Sounds», que se negó a tocar en directo. De su tormento sabíamos cosas, pero no tantas en primera persona. Brian Wilson oye muchas voces en su cabeza y no es un decir. El músico lo reconoce abiertamente en un libro de memorias «Yo soy Brian Wilson... y tú, no» (Malpaso), escrito con la ayuda del periodista Ben Greenman. Enumeremos algunos de sus fantasmas: oye a Chuck Berry, a Phil Spector («su voz es temible, siempre me desafía, siempre me recuerda que llegó antes que nadie»), o a su padre, un hombre imposible de complacer («¿acaso no tienes agallas?»). También hay una voz de origen desconocido que le asegura que le va a matar. «Hay otras, y esas son peores. Dicen cosas horribles acerca de mi música. A veces, incluso saltan la música y van a por mí: ’'Venimos a buscarte, Brian. Esto es el fin, Brian. Te vamos a matar’'», confiesa. Bienvenidos a la selva de una mente tan genial como torturada. Una en la que más que sol y playa, hay demonios.
De la estirpe de otros músicos lunáticos como Daniel Johnston o Syd Barret, la frágil condición mental de Wilson está vinculada al uso de las drogas y, aunque se desconoce qué fue exactamente primero, parece que la enfermedad estaba y las sustancias la propulsaron. Y que la combinación de esos factores y la presión, el éxito y las exigencias externas terminaron por destrozarle. Hay un elemento más: el pánico escénico y todos los estupefacientes que tomaba para aplacarlo. Y es que esas voces nunca se van, pero el alcohol y la cocaína las silencian. El problema llega cuando el efecto de la química desaparece, porque las voces regresan más y más fuertes. Aunque todos los remedios que intenta, también los muy respetables facultativos que le propone el terapeuta Eugene Landy, no hacían más que empeorar el tormento del músico. «He intentado ahuyentar las voces con alcohol y drogas, sin éxito. Me han dado todo tipo de medicinas y, cuando no han sido las adecuadas –lo que ha ocurrido a menudo–, tampoco ha habido éxito. He ido a todo tipo de terapias. Algunas han sido horribles y casi han acabado conmigo», relata. Esta es una puerta a la enfermedad mental sin estigmas, a la realidad de un hombre que razona perfectamente aunque sufra una dolencia. Se lo pregunta a sí mismo así: «¿Cuándo comenzó todo? ¿Cuándo me volví loco en el avión a Houston? ¿En los cuarenta, cuando mi papá me pegó porque no le gustaba cómo me estaba comportando? ¿Comenzó en los setenta con las drogas, o mucho antes de eso con el inicio de una enfermedad mental que nadie supo controlar?». En los años 60 y 70, las enfermedades mentales se llevaban en secreto, eran un baldón. Poco se sabía de su origen y tratamiento. Entonces aparece el doctor Landy y su terapia de las 24 horas. Wilson le culpa de sumirle en un agujero negro con decenas de pastillas y autoridad militar: «Era un tirano que me sometía. Controlaba adónde iba, qué hacía, a quién veía y qué comía. Me controlaba espiándome, me controlaba haciendo que me espiaran. Me controlaba gritándome. Llenándome de drogas que me confundían». Tras un primer despido de Landy, cuando Wilson deja a los Beach Boys por primera vez, todo su entorno, que en el fondo se aprovecha de su genio creativo y de su valor en la marca, le contratan para conseguir que vuelva al grupo. Por esa razón permaneció una década bajo el yugo del médico y, cuando logró deshacerse de él, apenas podía ponerse de pie. Le obliga a hacer cosas bastante razonables (levantarse temprano, actividad física, dieta saludable, disciplina de horarios, tratar de componer...) pero al mismo tiempo le droga, le chilla, presiona y vigila constantemente, le coloca guardaespaldas para cuando él no esté, y le cobra... 35.000 dólares mensuales.
Sin control
Todo explota cuando el músico descubre que Landy ha hecho un testamento nombrándose heredero e incapacitando a Wilson. En 1978, toca fondo y acaba ingresado en el psiquiátrico de San Diego. «No podía controlar mis pensamientos». Tabaco, cocaína y vino Bali Hai le convierten en un ermitaño de 140 kilos que se comporta como un demente. En parte, Wilson culpa al ácido de todo: «He escuchado las voces por mucho tiempo, casi 50 años. Llegaron a mí cuando tenía 22 años, después de tomar LSD. Los doctores me han dicho que las voces habrían llegado igual pero yo no estoy tan seguro. Antes no estaban. A los 14 o 15 tenía ataques de ansiedad. Trataba de hablar pero solo balbuceaba o tartamudeaba. Sin embargo, las voces que estaban tratando de deshacerme de mí no estaban solas. También había otras tratando de hacer cosas hermosas», señala, dejando entender que hay además espíritus que le guían para escribir las armonías más angelicales de la historia del pop.
En el fondo, Landy era doblemente traumático para Wilson, que creció atormentado por su padre. Un hombre rudo que gritaba y golpeaba a sus tres hijos y a los que, cuando eran pequeños, asustaba quitándose el ojo de cristal y enseñando la cuenca vacía. También le alentó a probar como músico, pero con escasa pedagogía. «¿Ver a mi papá montar en cólera y darme un puñetazo fue una experiencia formadora o dejó, en cambio, una cicatriz?», se pregunta. Un día cantaban en familia, al siguiente el padre aterrorizaba a todos. «Podía ser generoso o brutal». «Algunas personas lo llaman un monstruo y puede que tengan un poco de razón». Wilson y los Beach Boys le despidieron como mánager y dejaron a Murry Wilson a cargo de la oficina y la gestión del sello, para lo que resultó ser un pésimo gestor. Vendió por 700.000 dólares Sea of Tunes, la propietaria de los derechos de sus propias canciones y les privó de percibir derechos de sus temas en el futuro. Porque Wilson lleva prácticamente toda la vida con esas voces interiores y, después de mucho luchar contra ellas, ha tenido que terminar por aceptarlas y aprender a vivir con ellas. Por supuesto, por el camino, mucha gente huyó de él como de un poseído. Sin embargo, fue capaz de hallar dentro de sí algunas respuestas en forma de canciones. Es conocido que, sin el «Pet Sounds», el «Sgt. Pepper» de los Beatles no existiría, que fue un intento por igualarlo de los cuatro de Liverpool. En sus memorias, el californiano revela que su motivación, su «Moby Dick» para hacer canciones, es, a su vez, obra de sus admiradores: «Rubber Soul» es para él el mejor disco de la historia.
Sin embargo, seguramente uno de los aspectos más fascinantes de la biografía de Brian Wilson es que está completamente sordo de un oído desde que era un niño. Resulta increíble, que oyendo en «mono» en vez de en estéreo, el californiano haya escrito algunas de las melodías y armonías vocales más bellas de la historia del pop. Dylan dijo de ese oído que debería ser donado al Museo Smithsonian. Y es que a Wilson no le hacían falta ambos para escuchar dentro, para seguir el camino que le marcan las voces, las buenas y las malas.
Las voces siguen
«Trato de observarlo todo, de escucharlo todo. La música es algo hermoso, las canciones me ayudan con mi dolor y también se mueven por el mundo y ayudan a otras personas, lo cual también me ayuda a mí. Las batallas con las que he enfrentado, desde el carácter de mi papá a hasta las peleas dentro del grupo y las voces de mi cabeza,todas son cosas con las que he intentado lidiar a mi manera ¿He conseguido mantenerme fuerte? Quisera pensar que sí. Pero lo único cierto es que he conseguido sostenerme», escribe Wilson desde el presente. Wilson ha dado algunos conciertos (en festivales en España, incluso) pero su estado mental sigue siendo frágil. El prólogo está escrito en 2004: «Salgo al escenario. El sonido puede ser abrumador y tengo un monitor a la izquierda. Tiene que estar colocado perfectamente o, de lo contrario, todo lo que oigo es ruido. Y por supuesto están las voces de mi cabeza. A veces me acompañan al escenario. A veces me desconcentro en mitad de una canción porque se vuelven más fuertes. Siempre logro superarlas pero después dudo que vaya a poder hacerlo de nuevo».

CRUZARSE CON CHARLES MANSON

Dennis era el hermano de Wilson, igual de golpeado por su padre e igual de maldito, sin enfermedades mentales pero con multitud de problemas de ansiedad e inseguridad. Dennis tuvo problemas con las drogas y muy poca suerte antes de fallecer con 30 años. Para empezar, la mala fortuna de cruzarse en el camino nada menos que de Charles Manson, cuando, un día recoge a dos de sus «chicas» o sus seguidoras haciendo autoestop. Éstas le hablarán de su líder y le invitarán a una orgía de sexo y drogas. Dennis acogió a Manson y a multitud de sus seguidores y seguidoras en casa. Incluso les pagó un tratamiento colectivo de penicilina para que se curasen la gonorrea en grupo. La vivienda que ocuparon Polanski y Sharon Tate y en al que se produjo la famosa masacre, había sido ocupada por el músico Terry Melcher, con quien Dennis Wilson y Manson estaban trabajando en un proyecto. Algo salió mal, y éste decidió asesinarle, solo que en la vivienda ya no estaba Melcher sino Sharon Tate, embarazada de nueve meses.