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No diga «Macbeth» bajo ningún concepto (o morirá)

El texto se publicó en 1629 y es una metáfora de la ambición y el poder
larazon

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En el mundo del teatro hay una obra ceniza como ninguna: «Macbeth». Si quieren dar con la madre de todas las maldiciones en el mundo de la escena no busquen más. La palma se la lleva la tragedia que Shakespeare imaginó a principios del siglo XVII. Podríamos decir que el Bardo no sabía dónde se metía, pero sería falso. No ignoraba que la historia que iba a desarrollar contenía ese halo de misterio y lo quiso plasmar en sus páginas: «Lancemos en ella la piel de la víbora, la lana del murciélago amigo de las tinieblas, la lengua del perro, el dardo del escorpión, ojos de lagarto, músculos de rana...». El dramaturgo puso la brujería sobre el tapete y el destino, la leyenda, la mala suerte o lo que quieran imaginar hizo el resto.
Dicen los estudiosos de Shakespeare que fue un acto reflejo por recoger el ambiente de una época en la que la obsesión por la magia negra estaba muy presente. En particular, de Jacobo VI de Escocia, de quien tomó su «Daemonologie», tratado en el que el monarca se despachó a gusto con la nigromancia y del que tomó muchas ideas para su pieza: citas, rituales, escenarios... Que esta fuente fuera una de las bases de «Macbeth» explicaría la «maldición» que las brujas de entonces (perseguidas durante el reinado de Jacobo VI) echaron sobre la función.
No tardó la realidad en alimentar la leyenda: primera representación y primera víctima. El actor que debía llevar el peso de la trama murió y fue el propio Shakespeare el que tuvo que meterse en el papel. Solo iba a ser la primera de las muchas desdichas que acompañan a la pieza hasta hoy. En 1849, en Nueva York, el enfrentamiento entre partidarios de dos intérpretes que encarnaban a Macbeth se saldó con veinte muertos y más de un centenar de heridos; luego llegaron los actores, que también murieron por el combate de la representación. Hubo, además, montajes que sumaron hasta tres fallecidos en su elenco (Duncan y dos brujas, John Gielgud era el responsable del mismo); y Laurence Olivier y Diana Wynyard estuvieron a punto de no contarlo al caer cerca de ellos un contrapeso...
Son muchos los ejemplos de la mala pata de un «Macbeth» que se ha convertido en palabra prohibida. El Barrymore Theatre (Nueva York) invitaba a los espectadores a «abstenerse» de pronunciar el nombre de la obra que iban a ver y la Royal Shakespeare Company tiene una solución para el que caiga en la trampa: «Salga del teatro, dé tres vueltas, escupa, maldiga y entonces llame a la puerta para que le permitan entrar de nuevo».
Como apunte, Gerardo Vera fue el último director español que soñó con «Macbeth». La función que diseñó se programó por el Centro Dramático Nacional el pasado noviembre, pero nunca acudió al estreno. Ni siquiera pudo hacer las últimas correcciones al espectáculo. Murió dos meses antes tras contagiarse de Covid. Alfredo Sanzol tuvo que asumir el mando.