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Crítica de “14 días, 12 noches”: Duelo y melancolía ★★☆☆☆

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La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Dirección: Jean-Philippe Duval. Guión: Marie Vien. Intérpretes: Anne Dorval, François Papineau, Leanna Chea. Canadá, 2019. Duración: 99 minutos. Drama.
En un texto publicado en 1915, “Duelo y melancolía”, Sigmund Freud destaca la diferencia entre los dos sentimientos de pérdida oponiendo la normalidad y la patología. La melancolía vendría ser el duelo neurotizado: se sabe que se ha perdido al ser amado pero no qué se ha perdido de él. En ese sentido, “14 días, 12 noches” es una película patológicamente melancólica, que arrastra los pies a través de diversos tiempos y espacios colgándose de un sentimiento de añoranza que no parece tener clausura. De ahí que la pena de Isabelle (Anne Dorval, habitual en el cine de Xavier Dolan) por la muerte de su hija adoptiva, y el dolor callado -y acallado por la constante música de violines- que la lleva hasta Hanoi a buscar a la madre biológica de esta, resulte tan poco fructífera. No está muy claro por qué el canadiense Jean-Philippe Duval utiliza una estructura temporal intensamente discontinua para contar su historia.
La relación entre presente y pasado, aunque distinguidos claramente, no ayuda a establecer vínculos con los dos personajes femeninos, dos madres que, en momentos distintos de sus vidas, han perdido a sus hijas, y que, en teoría, el relato hermana en una búsqueda de redención y reconciliación. Habrá, por supuesto, un conflicto que obstaculice su amistad, pero la dirección del filme es tan alicaída, tan hipotensa, que poco importa que las vidas paralelas de ambas mujeres tengan que lidiar con los caprichos del destino de forma pareja. El contraste entre el nevado paisaje canadiense y la frondosa, tumultuosa energía vietnamita -con parada y fonda en la enigmática bahía de Ha Long- pretende representar el carácter opuesto y simétrico de ambas protagonistas, pero todo resulta tan evidente, y tan pegajoso, que el duelo deja paso a una melancolía postiza, cansada, que Freud habría exorcizado a golpe de diván.

Lo mejor

Anne Dorval, que hace de la contención su principal atractivo.

Lo peor

Se deja llevar por un tono indolente, apagado, que la perjudica