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Esclavos, locos y asesinos: así es la Suecia de «1794» de Niklas Natt Och Dag

El novelista asegura que “la lectura va de capa caída” y que “el mundo intelectual morirá con nosotros”
Kiefer LeeNatt och Dag

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Niklas Natt Och Dag es un escritor con abolengo. Su apellido es el más antiguo de su país. Una reminiscencia nobiliaria que ni siquiera se toma demasiado en serio. Él mismo reconoce que sus antepasados tuvieron suficiente talento para dilapidar la fortuna que habían acumulado. Desde hace bastantes generaciones, sus ancestros viven como cualquier otra persona de su entorno y esa supuesta alcurnia no marca ninguna diferencia respecto a otro habitante de Suecia. Sin embargo, Niklas Natt Och Dag deja suficientes pruebas de una cuidada cultura y de una mirada que no se detiene en los aspectos comunes. Su conversación está trufada de referencias librescas, llamadas a la historia, citas filosóficas y raros o inusuales conocimientos. El año pasado, saltó del anonimato a ser un novelista reconocido gracias a un policiaco, «1793», que retrocedía al siglo XVIII y le quitaba el poco brillo que aún le quedaba al espejismo sueco después de la trilogía de Stieg Larsson.
Esa novela era un ameno relato cargado de crueldad y crímenes violentos. Uno de esos retratos de los que nada ni nadie sale indemne. Pero hizo la delicia de miles de lectores. La fórmula resultó tan efectiva que casi resultaba imposible prolongarla. «No era una trilogía. Ningún debutante puede pedir eso. Pero me di cuenta enseguida de que existía suficiente público para un segundo y un tercer volumen. El anterior título era muy autocontenido. Este es distinto. El reto fundamental es permanecer a la altura de las expectativas que tienen los lectores después del éxito anterior. Esta esa una de las grandes dificultades».
Lo cierto es que el anterior título fue rechazado en siete ocasiones y tuvo varias reescrituras. En cambio, «1794» ha surgido con una extraña espontaneidad. «Parece que tiene uno más libertad empezando desde cero, pero la realidad es que la escritura de esta parte fluyó. Fue muy rápida para lo que es mi estilo», subraya. El autor recupera a Mickel Cardell, uno de los protagonistas de la primera parte, un hosco pero valiente veterano de guerra, que acompañado por Emil Wing, hermano menor de su amigo Cecil, deberá solucionar una intrincada trama tintada de locura, muertes, esclavos y un amor imposible que lo condicionará todo.
En esta ocasión recupera un episodio poco conocido de la Historia de Suecia: «Gustavo III de Suecia pensaba que Suecia debía ser un imperio y compró una isla a los franceses. Creía que tendría acceso al azúcar, el algodón y el café, pero descubrió que ese trozo de tierra no tenía agua potable y había que importarla desde la Martinica. No obstante, allí se construyó una ciudad. Lo interesante es que unos años más tarde, cuando la situación política cambió, con la guerra de independencia de los Estados Unidos, esa roca era el único puerto neutral del caribe y el principal puerto de esclavos de Las Antillas. Esa ciudad colonial se convirtió en un centro de esclavos. Esto no se menciona mucho porque ha habido una autocensura en mi país, pero en 1950 salió a la luz. Resultó muy incriminatorio para nosotros. A muchos no les encajaba este pasado en un país tan igualitario. Sin embargo, es una tacha y una mancha en la confianza de los suecos».
-Ahora existe un revisionismo del pasado de los países.
-Es muy controvertido este punto. Nadie de los que estamos vivos hoy tenemos culpa de lo que ocurrió en esa época. Esa culpa no es colectiva, pero sí considero que los suecos hemos tenido muy alta la autoestima y tenemos una imagen de nación muy progresista. Durante años tuvimos un estado de bienestar envidiable, una gran igualdad con las mujeres y éramos una de las naciones más desarrolladas. Pero es muy peligroso pensar que eres mejor o excepcional o distinto a los demás, porque si miramos la historia... recordar el pasado, sin duda, es importante. Nos ayuda a tener una visión racional de la humanidad sin asumir culpa por ello.
-Se leen sus obras y uno parece estar siempre ante los mismos hombres: iguales ambiciones, motivaciones, esperanzas...
-No cambiamos. Somos iguales que antes. Cuando empecé a hacer la investigación para «1793», leí muchos diarios de esa época. Me pareció una excelente manera de meterme en la época. Me impresionó lo reconocibles que somos. Las preocupaciones humanas son humanas: por qué no ganar más dinero, por qué tu jefe es un imbécil, el amor no correspondido... nada de esto ha cambiado. Sigue igual. Si lees la correspondencia de Cicerón ves lo mismo.
-«El ser humano está hecho para ser libre, pero se ve obligado a moverse entre cadenas». Es una cita de su libro.
-Es una cita de Rousseau. De un ensayo sobre los orígenes de la desigualdad. Intenta reflejar que vivimos entre cadenas. Existen muchas cosas que nos atan. Una puede ser el amor. Pero estos vínculos pueden dictar una vida entera.
-¿Por qué son tan violentas sus obras?
-(Risas).Es verdad. Es una pregunta difícil. A lo mejor no quiero saber la respuesta. Tendría que analizarme a fondo. (Risas). Una de las inspiraciones para mis libros son los «Desastres de la guerra» de Goya. Provocan un dolor físico cuando los miras. Tocan la fibra. Los sientes. Generan sentimientos. A ver, la violencia es una decisión del género, pero creo que también es una buena descripción del siglo XVIII, que tenía elementos terribles. Yo me acerqué al horror cuando era niño. Tenía un miedo irracional y logré procesarlo leyendo novelas de terror. La literatura permite explorar las relaciones humanas y experimentar emociones sin sufrir daño. Después de eso, quizá, mi idea de lo que es terrible es distinta. Muchos me lo comentaron con «1793». Decían que era demasiado horrible. Puede que no estuvieran preparados para ese «Feedback». A lo mejor he sido injusto con la Suecia de 1793 y 1794, pero yo investigué en los hospitales psiquiátricos de esos años y en cómo trataban las enfermedades mentales. Consideraban que si uno estaba loco era porque se le había desplazado el alma y había que recolocarla. Lo hacían con electroshock. Los pacientes segregaban sangre por los ojos. La realidad es siempre peor de lo que puedas imaginar.
-¿Qué enseña el pasado sobre la condición humana?
-Si echamos la vista atrás y miras las cosas terribles que se han hecho, te das cuenta de lo podemos llegar a ser y en qué podemos convertirnos. Mira los nazis. Es imposible entender cómo esa gente podía actuar de una manera tan irracional. Esas personas eran iguales que cualquiera de nosotros. Eso te hace preguntarte cómo actuaríamos en esas circunstancias respecto a las demás personas, si intentarías ayudar y ser solidario o tratarías de sacar ventajas, aunque eso supusiera pisar los cadáveres de otros. Es muy deprimente. Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos nada de ella. Pero podemos intentarlo.
-¿La lectura es un remedio?
-Al menos en Suecia, la lectura no deja ir a la baja. Está en declive, aunque durante la pandemia el sector editorial ha tenido cierta esperanza de revertir la tendencia porque ha obtenido cifras positivas. Pero lo que más se han vendido son audiolibros. Eso no es lectura para mí. Y, además, determinados tipos de literatura. Leer requiere concentración. Es molesto observar que los chavales ya no saben usar correctamente la lengua ni la gramática, que va a peor, y cómo el vocabulario se va perdiendo. Si no se lee no se tiene dominio para comprender el lenguaje abstracto. Habrá una generación entera aislada del mundo del conocimiento. Hay un mundo intelectual que morirá con nosotros. La lectura siempre ha sido minoritaria. La amplia mayoría prefiere algo más simple: musicales, televisión... la lectura va de capa caída. Me da miedo que mis hijos no tengan acceso a este universo y me aseguro de que lo aprendan.