“Kraut”: carta a un padre nazi
Peter Pontiac no sabía cómo abordar la historia de su padre, ya desaparecido, así que decidió sumergirse en su pasado a través de una novela gráfica que intenta encontrar respuestas a sus escarceos con las SS hitlerianas
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Si nos ponemos cañís, diremos que “Kraut” es algo así como las “Cinco horas con Mario” que Delibes dibujó y que Lola Herrera sigue paseando por España más de cuarenta años después de su estreno. Si Delibes puso a Carmen Sotillo a soltarle una buena reprimenda al difunto, Peter Pontiac (1951-2015) se pone a sí mismo como narrador de la trama de esta novela gráfica que le une con el destinatario de ese soliloquio, su padre, Joop Pollmann (1922-1978), quien ya nunca podrá asistir al encuentro. “Esta tiene que ser la carta larga que lleva tanto tiempo rondándome la cabeza. Así que, ahora que ya no es necesario que siga guardando silencio (por consideración a mamá), haré mejor dosificando las palabras en lugar de estallar en la barroca cacofonía a la que tiendo siempre”. Así comienza una obra que arranca con la desaparición del progenitor en la bahía de Daabooi (Curazao) y que, tras publicarse en Países Bajos en el 2000, ha llegado a España de la mano de la editorial Fulgencio Pimentel.
A la vez que Pontiac se cuestiona la existencia de su padre, esta misiva ilustrada se va convirtiendo en la biografía de un hombre al que su hijo nunca llegó a conocer del todo y donde cada nuevo capítulo en ese pasado abre un sinfín de puertas. “Produce una extraña sensación de vacío escribir a alguien a quien no te unió ninguna clase de vínculo afectivo, además de las serias dudas que uno alberga de que esta carta llegue a leerse algún día. ¿Tienes ojos todavía? Los 77 años no son una edad que lo excluya; en teoría, todavía me quedan unos cuantos años para responder mi carta”.
“Kraut” es, de primeras, un vómito de rencor que, sin embargo, va evolucionando hacia la reconciliación con un padre que se fue y que no se sabe bien cómo (por mucho que se haya especulado con el suicidio). “Nunca antes quise interesarme por tus desaventuras: es una lástima, ya que todas las indagaciones que he hecho ahora me están generando más preguntas que respuestas”, continúa.
Pontiac -un apellido alejado de sus orígenes “infectados”- se abre en canal para entender a su padre; para comprender a un ferviente católico, lector compulsivo, voluntario en las SS, reportero de guerra en el frente oriental y, más tarde, periodista rosa que acabó suicidándose en una idílica bahía de Curazao. La obra supone una extensa reflexión en la que el hijo, no sin dolor, termina encontrando una especie de redención: “Lo único que puedo hacer es perdonarte por el suicidio, ¿una voluntaria pena de muerte ejecutada por ti mismo?”. Las ganas, o la predisposición, de empatizar con Pollmann es palpable, aunque la distancia con lo que fue este colaborador del nazismo siempre se mantiene.
La ambición del autor se centra en explicar cómo fue posible dar apoyo a la causa nazi. Ante lo que la conclusión viene a decir que no solo el protagonista de la biografía no es un monstruo, sino que apoyado en la banalidad del mal de Hannah Arendt podría haberle pasado a cualquiera. Aunque el texto trate sobre la responsabilidad del padre, Pontiac apunta que el perdón es una idea cristiana.
Para Alberto García Marcos, editor de Fulgencio Pimentel, se trata de un título que sirve como documento de una época: “Está redactado con cierta intención literaria. Es una carta y está pensada en su forma de escribir, rebuscada, delicada, encontrando la manera de dar mucha información, pero ir intercalando los sentimientos. Es denso, pero hace un repaso de la historia de la Europa pre nazi”. Hubo un tiempo en el que algunos tuvieron la oportunidad de elegir bando y Pollmann, “un bebé de entreguerras”, dice Pontiac, lo tuvo claro: aceptó el nacionasocialismo y tomó parte de él. Eso sí, tras la Liberación, este viaje fascista tuvo su castigó con casi cuatro años de cárcel.
Toda la historia conocida de Pollmann se condensa en una obra encumbrada por historietistas como Will Eisner y Robert Crumb y escritores. Michael Faber dijo que se trata de una historia “absorbente” que guía al lector “como un thriller”. Y si “Kraut” es un clásico de la literatura “underground” neerlandesa es, en buena parte, por su semejanza con ese “Maus” de Art Spiegelman, la única novela gráfica que se ha hecho con el Pulitzer. De hecho, Pontiac tuvo que ver con este, pues rotuló, en 1995, la versión holandesa.
Si bien el nombre de Pontiac puede sonar desconocido para el gran público, seguramente más de uno y de dos se hayan topado con alguno de sus cómics en “El Víbora”, donde en los años 70 empezaron a llegar algunas de sus tiras cómicas. Unos trabajos alrededor de la droga y el rock que coincidían con esos vicios del “underground” que terminaron costando la vida del dibujante, fallecido en 2015 con el hígado destrozado.
- “Kraut” (Fulgencio Pimentel ), de Peter Pontiac, 216 páginas, 23 euros.