¿Y SI EL PREMIO GONCOURT PREFIRIESE OTRA REALIDAD A ESTA?
Por Toni Montesinos
Recientemente ha habido ficciones que juegan, en la pequeña y gran pantalla, con el viaje en el tiempo y en el cielo, fundiéndolos en una misma extrañeza y desenlace fantástico. Es el caso de la serie de HBO «Manifest», en la que un avión desaparece y reaparece años después; para sus pasajeros no ha pasado el tiempo, pero para sus seres queridos, sí.
Ese juego de identidades y trastorno temporal ya fue llevado al arte literario por parte de Hervé Le Tellier, que si bien no es muy conocido para el gran público, tiene en su haber casi treinta obras (entre poesía, relatos, novelas y ensayos) y, desde hace pocos meses, un galardón en su haber que amplificará de forma internacional su última novela, realmente entretenida y sorprendente, al haber recibido el prestigioso premio Goncourt. «La anomalía» (traducción de Pablo Martín Sánchez) debe su título precisamente a su definición de diccionario: «Desviación o discrepancia de una regla o de un uso». El autor desvía lo real, discrepa de la lógica y rompe las reglas físicas para adentrarse en un libro nada convencional que tiene rasgos de comedia, reflexión metafísica, reto lúdico, thriller… El caso es que un día de marzo de este mismo año 2021, los doscientos cuarenta y tres pasajeros de un avión procedente de París padecen una intimidante tormenta antes de aterrizar en Nueva York. Tres meses más tarde llega el elemento fantástico, pues un avión idéntico, incluso con los mismos integrantes, vuelve a estar en el aire. El desdoblamiento de los personajes y lo que ello implica está servido, con el añadido de que Le Tellier suma a todo este desafío borgeano y propio de ciencia ficción un detalle metaliterario: el hecho de que uno de esos personajes, Victor Miesel, está escribiendo «La anomalía»: «No es una novela, tampoco una confesión (…) es un libro extraño, de ritmo obsesivo, de esos que te enganchan y no te sueltan», leemos.
De hecho, esta vertiente de divertimento en la escritura es muy propia de la andadura de este francés de 63 años, pues ha sido editor de autores que también se caracterizaron por jugar con el lenguaje o las estructuras narrativas o poéticas, como Raymond Queneau o Georges Perec, y desde hace ya casi tres décadas es miembro del grupo de experimentación vanguardista Oulipo. De tal modo que irán apareciendo, en unas páginas en las que no faltan las referencias a asuntos o personas de actualidad, una serie de personajes de comportamiento anómalo, lo que «podría demostrar que la realidad no es real».