El destino cruel de Fernando Primo de Rivera
La última frase que pronunció fue: “No te preocupes, Rosario”
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La tórrida noche del 13 de julio de 1936, Fernando Primo de Rivera y su esposa Rosario Urquijo habían salido a la terraza de su casa en busca de alguna corriente de aire que mitigase el sofoco. Sus dos hijos, Miguel, nacido el 17 de agosto de 1934, y María del Rosario, venida al mundo el 17 de julio del año siguiente, dormían ya plácidamente en sus dormitorios. El matrimonio había planeado un viaje a Alemania donde Fernando, el hermano menor de José Antonio, fundador de la Falange, pretendía ampliar sus estudios de pediatría y eludir sobre todo los acechantes peligros para su familia en una ciudad tan convulsa como era entonces Madrid.
El año anterior había trabajado durante un mes entero en un hospital alemán de niños. Pero aquella noche alguien aporreó inesperadamente la puerta de entrada a la vivienda. Su nieta Rocío Primo de Rivera reconstruía aquella pesadilla real que escuchó tal vez de labios de la propia testigo superviviente, Rosario Urquijo, fallecida el 24 de diciembre de 1987: «¡Fernando, por Dios, no abras! Vete por la puerta de la cocina –le dice la abuela intuyendo lo peor. Pero el abuelo se encamina a la puerta y abre sin vacilar. Cuatro milicianos se introducen con violencia. Mientras uno de ellos le empuja con una pistola en la sien, él intenta tranquilizar a la abuela, que, presa de un ataque de pánico, grita para que le suelten... “Rosario, no te preocupes, tranquila, no va a pasar nada –susurra al oído de ella, mientras le acaricia la mejilla. El miliciano, nervioso, y sin dejar de amenazarlo con el arma, se lo lleva detenido, mientras los demás vuelcan colchones, tiran muebles y rompen con saña todo lo que encuentran por la casa en busca de alguien más. Era la última vez que ella lo vería. Cuando se van, la abuela, desconsolada y sin dejar de llorar, queda tendida en un sofá. Es un milagro que no rompa aguas allí mismo, pues el embarazo de su tercer hijo se halla en su último estadio. Una de las chicas de servicio (la única que había permanecido junto a ellos) le dice que se vaya al sótano, que su vida peligra en ese momento más que nunca. Pero la abuela quiere morir, ni siquiera tiene fuerzas para hablar...».
En el momento de la detención, Fernando guardaba en el bolsillo los dos billetes de avión a Alemania que le había proporcionado su benefactor, el doctor Gregorio Marañón, según me contó el propio hijo de Fernando, Miguel Primo de Rivera y Urquijo. Aquella noche, Pilar Primo de Rivera volvió a nacer gracias al aplomo de su hermano pequeño, quien rogó encarecidamente a sus captores que no despertasen a los niños, interponiéndose entre ellos y la puerta del dormitorio. Desde el asedio de la capital, Pilar se había refugiado en casa de su hermano para ocultarse.
Detenido en la madrugada
En una semblanza del hermano querido guardada en su archivo, Pilar recordaba en cambio que lo prendieron en su casa guardias de Asalto, en lugar de milicianos, de idéntica forma y casi a la misma hora que a José Calvo Sotelo: «Lo detuvieron –escribía Pilar– en la madrugada del 13 de julio unos ocho guardias de Asalto en su casa, y al ver que su mujer se quedaba preocupada, le dijo al marcharse con el brazo en alto: “No te preocupes, Rosario. Por Falange. ¡Arriba España!”. Fueron sus últimas palabras. Como lo detuvieran de la misma manera y a la misma hora que a Calvo Sotelo, quizá fueran con la misma intención de matarlo, pero el teniente de Asalto, que era compañero suyo de la Academia, lo libró llevándoselo detenido a la Dirección [General] de Seguridad».
El asesinato de Fernando fue un golpe tremendo para toda la familia. Ana María de Azpillaga me hacía partícipe de otra interesante revelación: «Fernando pudo haberse salvado –asegura–. Yo conocía a todo un personaje que se quedó fascinado nada más verle: el banquero Juan March. Éste, en persona, me contó un día cómo se sintió deslumbrado por su despierta inteligencia cuando Fernando fue a pedirle dinero de parte de José Antonio para el Movimiento que se estaba organizando. Entonces, Fernando le dijo: “Don Juan, debo regresar a Madrid porque el 16 de julio es la fiesta de mi suegra Carmen [de Federico y Riestra] y nos quiere tener a todos juntos”. Pero la fiesta se quedó al final en tragedia...». Fernando tenía tan solo 28 años y todo un brillante futuro por delante.