Divino, bello y cruel: así era y es el hombre visto por sí mismo
El arte de la antigüedad se carea con obra de Goya, Hockney, Tàpies, Matisse, Óscar Muñoz y Navarro Baldenberg, entre otros
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El retrato más antiguo que se conserva proviene de Jericó, está datado en el 8.000 a. C. y quizá no suponga ninguna casualidad que sea un cráneo humano modelado. Es somo si la mirada del incipiente artista no estuviera satisfecha con la realidad que percibía y deseara dar una imagen mejorada de la propia naturaleza. Hay en la pieza un deseo oculto, pero expreso, de trascender la propia fisicidad y alcanzar una belleza ideal que responda ante los cánones de su civilización.
Esta obra primitiva porta en su interior una voluntad que será común en posteriores culturas y se repetirá en las manifestaciones artísticas: el intento de proyectar una representación mejorada del hombre. Un intento de brindar al futuro, porque toda figuración humana nace con la pretensión de trascender, una apariencia ideal, divinizada o más bella. Es decir, una forma de ensalzar a través del cuerpo y el rostro las virtudes interiores. Solo los siglos irán desbrozando el planteamiento inicial y logrará plasmar los recovecos más oscuros, feos y crueles de los hombres.
La exposición «La imagen humana. Arte, identidades y simbolismo» que CaixaForum ha organizado junto al British Museum aborda con un enorme oportunismo, debido a la superabundancia de fotografías en esta sociedad del selfie, cómo nos hemos visto a lo largo de todas las épocas. Un intento, como aseguró ayer Elisa Durán, directora general adjunta de la Fundación La Caixa, de reflexionar sobre quiénes somos, hasta qué punto podemos moldear nuestra imagen o si nuestras elecciones llegan coartadas desde el exterior. A través de 155 imágenes, 145 de ellas prestadas por el museo londinense y siete procedentes de las propias colecciones de la Fundación La Caixa, la muestra, que jalona su recorrido con esculturas, pinturas, medallas, máscaras, monedas, fotografías y vídeos, pone en diálogo obras de la antigüedad con otras más modernas, casi recientes, como la del artista iraní Parviz Tanavoli, fechada en 2016.
Vehículo de expresión
El propósito de este careo entre representaciones egipcias, griegas o romanas y trabajos de artistas como David Hockney es ofrecer una amplia panorámica de cómo el hombre se ha visto a sí mismo a través de las diferentes culturas y periodos de la Historia: en tanto buen gobernante, ejemplo de belleza, encarnación del poder o ser divinizado. «El cuerpo humano es un vehículo de expresión de las ideas que hay en el mundo y su manera de tratarlo nos proporciona cuál es nuestra relación con él y con nosotros mismos», explica el comisario Brendan Moore. «El cuerpo se ha celebrado como imagen de belleza y como ilustración de la moral humana», insiste. Un caso evidente de lo que cuenta es la manera que empleó Alberto Durero para representar a Adán y Eva en uno de sus grabados. Lo hizo con una vocación de sublimar las imperfecciones cotidianas y representar unas anatomías que bordean la perfección.
Este contraste puede apreciarse mejor si se compara el naturalismo de un torso de Afrodita de época romana con la voluptuosidad casi fantasiosa de una diosa de Rajastán tallada en piedra durante el siglo XI. «El ideal de belleza cambia y se cuestiona en cada época», asegura Brendan Moore. Una evidencia de lo que sostiene está representado en una obra inspirada en «La Venus del espejo», de Velázquez. El artista Koya Abe reproduce el lienzo, pero tapa el cuerpo de la mujer con tatuajes tradicionales de la cultura japonesa. Unos dibujos que recubren su desnudo como si se tratara de un sutil velo de colores. O, también, en el contraste entre un retrato del antiguo Egipto y la obra que Khosrow Hassanzadeh hizo sobre Takhti, un héroe de la lucha libre iraní que aparece con objetos vinculados a su herencia cultural.