Todos fascistas: anatomía del fascismo en tiempos de “fake news”
El empozoñamiento del debate público trae, como el verano traía los hits de Georgie Dann, una palabra de moda: fascista. Pero antes de que la inflación léxica devaluase el término hasta designar a todo aquel que disiente del que lo enarbola acusatorio, este tenía una carga etimológica que conviene no olvidar. Ni banalizar.
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Que el fascismo ya no es lo que era lo demuestra la terquedad con la que los políticos posmodernos lo citan en vano. El monstruo que arrasó Europa ha sido reducido a un .gif de Instagram. Pero la bestia tiene raíces, genealogía, características.
Como explica el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Santiago, Roberto Blanco Valdés, tuvo como objetivo «destruir las democracias liberales, a las que se consideraba decadentes, corruptas e ineficientes. Lo distinguía un profundo antiliberalismo y la convicción de que es necesario conquistar el poder a cualquier precio, incluso con violencia. La figura del líder es esencial. Fueron movimientos muy pobres ideológicamente, antirracionales, dominados por una fuerte pulsión nacionalista y populista. La propaganda, basada habitualmente en falsedades y manipulaciones históricas, juega un papel fundamental».
Gabriel Tortella, catedrático emérito de Historia de la economía en la Universidad de Alcalá de Henares, apunta que fue «un movimiento político inventado por Benito Mussolini imitando al comunismo. Había coincidido con, y quizá conocido a, Lenin en Suiza durante la Primera Guerra mundial y había quedado muy impresionado; y más al ver cómo había alcanzado el poder en Rusia en 1917». Explica el autor de «Capitalismo y revolución» que, en muchos sentidos, imitaba al comunista: «partido único, encuadramiento de masas, uniformes, himnos, autoritarismo, consignas, símbolos y emblemas, pseudo-parlamentarismo; pero se declaraba su enemigo. Fue un movimiento de clases medias encaminado a luchar contra el comunismo con sus mismas armas en un período muy turbulento».
Jorge Vilches, profesor titular de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense, señala que «el Partido colonizaba el Estado, y éste respondía a las directrices del líder. Los funcionarios dejaban de ser neutrales, eran de partido, y se reclutaban por la lealtad al Gobierno, no por mérito. Sobraba todo aquel que se opusiera al proyecto de reconstrucción nacional. Esa eliminación era social, política y cultural y presentada como necesaria para el proyecto nacional. Esto acabó en 1945, aunque es el mismo modelo que siguen los Estados comunistas».
Para Blanco Valdés, el manoseo actual del término es sencillamente nauseabundo. «Desnaturaliza y frivoliza el auténtico drama que supuso en Europa el ascenso de los fascismos y sus horrendos crímenes, antecedente inmediato de la catástrofe inmensa de la II Guerra Mundial». «Además» añade «supone una forma de posverdad inadmisible: cualquiera que defienda posiciones diferentes a las sostenidas por la izquierda y la extrema izquierda (cuando las credenciales democráticas de esta última son en muchos casos altamente discutibles) puede ser calificado de fascista».
Un fantasma recurrente
«El uso del concepto “fascismo” es político, no real», tercia el profesor Vilches, que explica cómo «lo utiliza la izquierda para denostar a quien no piensa igual. Este uso viene de Münzenberg, en la década de 1920 y comienzos de la de 1930. Era un agente estalinista que creó una red de intelectuales y técnicos occidentales que apoyaban en los medios y en la cultura a la URSS. Calificaban de “fascista” a todo aquel que fuera anticomunista. Era la guerra entre religiones seculares propia de comienzos del siglo XX. La Nueva Izquierda, nacida en 1968, recuperó “fascista” para definir a los que defendían el sistema capitalista y la democracia liberal». «El peligro real hoy en día», prosigue, «es el autoritarismo. Existe una tentación totalitaria en toda ideología basada en la ingeniería social; es decir, en amoldar el orden social a su proyecto político. En España esa tentación totalitaria existe en las izquierdas, que la sostienen a través de la legislación, y pretenden un Estado Moral: ordenar la vida pública y privada, las creencias y las costumbres, el trabajo, la cultura y la educación según su modelo político, eliminando el resto, y siempre apoyados en una necesidad de justicia moral. El autoritarismo vence cuando existe una élite intelectual y técnica que se presta a su proyecto liberticida».
«Frivolizar el término fascista», comenta Blanco Valdés, «impide ver la realidad de fenómenos que, sin tener ese carácter -no pretenden acabar con la democracia sino competir en ella-, presentan discursos que atentan contra una comunidad de ciudadanos libres e iguales, y utilizan métodos altamente nocivos, como son los que solemos agrupar bajo el término populismo, en sentido despectivo. No ser un partido fascista no significa ser un partido funcional para el sistema democrático. No lo son, desde luego, los basados en el nacionalismo identitario –que valora a las personas según su origen–, los que utilizan de forma sistemática la mentira (las llamadas fake news) para llegar a sus electores o los que desautorizan a sus competidores, no como adversarios legítimos en una sociedad plural, sino como enemigos que deben ser expulsados de la vida política».
«Desde el 77» reflexiona Valdés, «el movimiento más parecido a lo que entendemos en sentido estricto por fascismo ha sido el llamado (¡la paradoja de las palabras!) movimiento vasco de liberación nacional y muy especialmente el conglomerado que formaron ETA-Batasuna. Su objetivo, de evidente nacionalismo xenófobo y racista, era construir una sociedad de vascos racial y lingüísticamente pura, objetivo que trató de alcanzarse mediante la utilización durante más de medio siglo de la violencia terrorista. Como en los partidos fascistas, una minoría violenta imponía su política al conjunto de la sociedad por medio de un terror selectivo dirigido contra los de fuera (los no vascos) y los malos vascos (los vascos no nacionalistas). El irredentismo territorial respecto de Navarra y el País Vasco francés constituía también un elemento típicamente fascista de quienes no se cansaban de calificar de fascistas a los defensores del Estado democrático de derecho y de la legalidad constitucional. La animalización del enemigo (txakurras-perros para los policías) recuerda a la de los nazis, cuando llamaban ratas a los judíos».
Reduccionismo infantil
Tortella habla del nacionalismo «por desgracia, muy conocido en la España de hoy» y del populismo, «que pretende resolver problemas políticos con conceptos fáciles y simples y que estigmatiza a sus enemigos como “los fascistas”, “la casta” y demás lindezas». Explica cómo el populismo, aunque pretende ser muy democrático, no lo es en absoluto, pues no respeta las normas del Estado de Derecho. «Considera que la voluntad de “la gente”, que sólo ellos saben interpretar, está por encima de leyes y sentencias judiciales. El populismo está muy extendido, lo hay tanto de derechas como de izquierdas. Puede verse en él una versión light del fascismo. Clásicamente populista, en la España actual, es Unidas Podemos, que profesa un comunismo confuso y difuso, que respeta la democracia cuando le favorece, pero si sale derrotado en las urnas denuncia a sus adversarios como fascistas a los que combatir. Esta actitud y estos métodos son característicamente populistas. El nacionalismo es una de las corrientes y versiones más poderosas y comunes del populismo. Nada tiene de extraño que UP, que se proclama comunista, tenga tan buenas relaciones con los diversos nacionalismos, incluido el terrorista.
«En España no hay fascismo», dice Vilches, «hay autoritarismo. Es importante no confundirlo. Ese autoritarismo está en la izquierda y en los nacionalismos, que son excluyentes, denostan al adversario y firman “cordones sanitarios”, como fue el Pacto del Tinell, el cordón a Vox, o el que hicieron los nacionalistas a Salvador Illa para las elecciones catalanes del 14-F. El autoritarismo necesita el conflicto para vivir, es su motor, de ahí la escalada de violencia verbal y física que estamos viviendo desde 2014, cuando se creó Podemos y el independentismo celebró su primer “referéndum”». Y apunta que «La democracia siempre está en peligro ante los autoritarios y los totalitarios. Está pasando en España, pero también en Polonia, Hungría o Rusia, donde se elimina la separación de poderes, se gobierna por decreto, aumenta la injerencia gubernamental en el poder judicial, no existe la plena libertad de prensa, se coloniza el Estado, crece la confusión entre Estado, Gobierno y Partido. Esa confusión se propicia cuando, por ejemplo, la Directora de la Guardia Civil va a un mitin del PSOE, una ministra pasa a ser Fiscal General del Estado, o se quiere renovar el CGPJ por mayoría absoluta para tenerlo a favor».
«Hoy» concluye Tortella «comunismo, nacionalismo y populismo son todos lo mismo».