El paraje del hombre muerto
No tiene tanto nombre como Fátima o Lourdes, pero Colmar también posee su leyenda por las apariciones
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Todo el mundo ha oído hablar alguna vez de Fátima, Lourdes o Guadalupe, y asociado estos lugares con apariciones marianas aprobadas por la Iglesia. Pero nadie, o muy pocos, conocen lo sucedido en las proximidades de Colmar, una sencilla localidad situada entre los valles de Munster y de Kaysersberg, en la Alsacia alemana de entonces, el 3 de mayo de 1491. El nombre exacto del lugar de esta otra aparición de María de Nazaret resulta poco edificante, la verdad: paraje del hombre muerto, en recuerdo del segador que, disponiéndose a matar a una inofensiva babosa, hizo un falso movimiento con su hoz y acabó seccionándose de cuajo la garganta, falleciendo en el acto. La familia colocó sobre una encina una imagen de Jesucristo con su Madre y San Juan al pie de la cruz, invitando así a todo el mundo a dedicarle a la víctima un piadoso recuerdo.
Eso mismo se dispuso a hacer Thierry Schoeré, herrero de Orbey, a su paso por aquella encrucijada de caminos rumbo al mercado medieval. Tras desmontar de su cabalgadura, se hincó de rodillas en tierra para rezar por aquel desgraciado. Cuando se disponía a reemprender el viaje, un fuerte resplandor atrajo su atención. Vio entonces a una bellísima señora envuelta en haces de luz. En su mano derecha sostenía tres espigas surgidas de un mismo tallo, mientras en la izquierda portaba un carámbano.
Nuestra Señora de las Tres Espigas, como se la dio en llamar, le dijo entonces: «Hijo mío, los habitantes de esta región, por sus crímenes innumerables, han encendido contra ellos la cólera divina. Este carámbano que ves resplandecer en mi mano izquierda es el símbolo del granizo, del hambre, de la enfermedad y de otros castigos que se van a descargar sobre ellos. Mis oraciones, sin embargo, efecto de una especialísima Misericordia, han detenido hasta ahora el brazo de mi Hijo, levantado ya para castigar. Si los culpables se corrigen y hacen penitencia, Dios les perdonará y concederá a la tierra bendición y fertilidad. Eso significa este tallo de trigo, adornado con tres espigas, que tengo en mi mano derecha. En nombre de estos dos símbolos, vete a Morviller y cuenta a los habitantes lo que acabas de ver y de oír. Exhórtales a huir del pecado. Que hagan oración, que avisen igualmente a las poblaciones para que se conviertan; de lo contrario, no se harán esperar los castigos del Cielo».
El saco de trigo
Al llegar a Morviller, el vidente sintió pánico de transmitir el mensaje de la Virgen, convencido de que todo el mundo se reiría de él, tomándole por loco. Así que decidió abandonar el pueblo, tras adquirir un saco de trigo y preparar su caballo. Pero cuando se disponía a huir, se obró un nuevo prodigio: el saco de trigo permaneció inmóvil en el suelo, por más que él intentó levantarlo.
Varios vecinos se acercaron para ayudarle. Pero ni aun entre todos fueron capaces de mover aquella abrumadora carga. El herrero comprendió entonces y confesó su cobardía, arrodillado delante de todos. Forzado por la Virgen, cumplió finalmente su misión. Los tres sacerdotes de Morviller creyeron a Thierry y las peregrinaciones y milagros se prodigaron. Aquel año se levantó una capilla de madera, ampliada ante la creciente afluencia de peregrinos. Nicolás Limperger, obispo titular de Trípoli, consagró solemnemente el santuario el 24 de febrero de 1495. Y, por si fuera poco, quienes siguieron los consejos de la Virgen recibieron las bendiciones del Cielo, curándose en alma y cuerpo, además de conservar sus cosechas y negocios.
El historiador alsaciano Scherlen daba fe documentalmente de cómo los alrededores de Tres Espigas fueron preservados de las plagas. En las crónicas del convento del valle de Thann se relata también el castigo que, a modo de profecía, aguardó a quienes cerraron sus corazones.
Helo aquí: «El invierno de este año 1491 fue terriblemente frío. El primero de mayo estuvo nevando todo el día. Cuando sobrevino aquel deshielo largo del Thur y del Doller, en los valles de Thann y de Masevaux, se produjeron inundaciones tan terribles que el agua entraba en las casas por las ventanas. A consecuencia de las lluvias, hubo un hambre tan grande y una carestía tan extraordinaria, que la cuarta parte de una medida de trigo, que el año anterior no costaba más de seis chelines, se disparó entonces a ocho libras. Esta miseria duró los tres años siguientes en Alsacia, en Suabia, en Baviera y en otras regiones de Alemania». Dicen que no hay peor ciego que quien no quiere ver...