Cuando los romanos vivían a la madrileña: una ciudad oculta del siglo I
Después de encontrar restos de hace más de 25 siglos, los que han trabajado sobre el terreno de Carabanchel aseguran que una investigación a fondo puede cambiar la Historia
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Los más románticos de Carabanchel se refieren a este lugar como un «parque», sin embargo, si se es justo con la realidad, sería más apropiado hablar de descampado o escombrera, como llaman otros de los vecinos al solar que se quedó tras demoler, en 2008, la antigua cárcel. Entre la estación de Eugenia de Montijo y la avenida de los Poblados se encuentra el sitio en cuestión. Un emplazamiento que cuenta con el templo mudéjar más antiguo de Madrid, la ermita de Santa María la Antigua (siglo XIII), aunque no es este histórico edificio el único vestigio del pasado. Eso sí, los demás, por el momento, no se ven. Están enterrados bajo tierra en un yacimiento romano que se descubrió en 1819 y que todavía hoy espera a que alguien se apiade de él para sacarlo a la luz. Entonces, los arqueólogos se toparon con un mosaico que actualmente se puede ver en el Museo de San Isidro. Luego, poco o nada se hizo.
Fue este hallazgo el que llevó a historiadores y cronistas de la época a sospechar que lo que tenían bajo sus pies no era una simple villa romana dedicada a la agricultura, sino mucho más. Una posible ciudad con termas, templos y villas alrededor. Tesis que apoya Carlos Caballero, arqueólogo y portavoz del Colegio de Arquitectos de Madrid. Ha sido él quien ha presentado en el registro de la Consejería de Cultura y Turismo de la Comunidad la solicitud para la declaración del lugar como Bien de Interés Cultural (BIC). Puede ser el último paso de un objetivo que lleva años persiguiendo Sonia Dorado, miembro del movimiento vecinal que pretende dar visibilidad al descubrimiento: «Necesitamos este yacimiento porque es un patrimonio tremendo». Cuenta que le daba «pena» que los niños del barrio no conocieran la «gran historia» del mismo, y fue ahí cuando, de la mano del historiador José María Sánchez Molledo, se empeñó en que «se conociera que Carabanchel, antes que cárcel, fue corte».
Y es que los terrenos de la discordia gozaron a lo largo del siglo XIX del privilegio de ser uno de los lugares de recreo de la aristocracia. Más concretamente, era donde veraneaba la mujer que da nombre a la zona, doña Eugenia de Montijo, «toda una emperatriz de Francia», apostilla Dorado de quien paseaba por la Quinta de Miranda. Pero muchas centurias antes que los afrancesados estuvieron por allí romanos, carpetanos, celtíberos, visigodos... De todos ellos se han encontrado pruebas y es por esto que los expertos alzan la voz para darle protección al lugar. Así lo confirma Laura Fernández, quien ha centrado su tesis doctoral (UAM) en dicho yacimiento. La estudiosa confirma su singularidad por varios motivos que van desde sus posibles dimensiones, «que podrían llegar a las 100 hectáreas, el doble que, por ejemplo, Complutum», a su ocupación constante desde el siglo IV a. C., que le acercaría a características de núcleos como Tarragona y Mérida.
La pregunta es evidente ante la falta de más información, ¿por qué algo así no está investigado a fondo? Los vecinos lo achacan a la falta de interés de las instituciones en un barrio lejano a la almendra central, aunque Carlos Caballero prefiere tomar esto como algo positivo. «Cuando, a mediados del siglo XX, Carabanchel se adhiere a Madrid no era más que un pueblo a las afueras sin desarrollo, por lo que las necesidades eran otras como crear hospitales, colegios y otros servicios. Es probable que si esto hubiera surgido en el Barrio de Salamanca ahora estaría destruido». Se muestra optimista ante un espacio que, «con seguridad, puede cambiar la historia y la perspectiva de los romanos en Madrid y en todo el centro peninsular»; y ante la predisposición de las diferentes administraciones (los terrenos pertenecen al Ayuntamiento, a la Comunidad, al Estado, a la Iglesia y hasta a manos privadas) a llevar a cabo el proyecto: «Desde el Ministerio me han asegurado que van a estudiarlo porque son conscientes de la importancia».
Y, por otro lado, LA RAZÓN ha acudido a la Comunidad para conocer su inclinación a declarar la zona BIC: «Una vez recibida la solicitud, desde la Dirección General de Patrimonio Cultural se analizará la documentación presentada para comprobar si el bien cultural reúne el interés histórico y los valores para iniciar un expediente de incoación de BIC». Una explicación en la que se puntualiza que «una parte muy significativa del bien delimitado en la solicitud ya se encuentra protegido como Yacimiento Arqueológico Documentado». Distintivo que, por otra parte, obliga a que cualquier actuación en el terreno debe ser autorizada por la citada Dirección General.
Se ha iniciado así un segundo envite por lograr la etiqueta de BIC que no se consiguió en 2005, cuando se intentó al destaparse el pastel en mitad de una obra pública que nunca se terminó por los restos (igual que en 2019 se paralizó la construcción de unos huertos urbanos). En paralelo a la excavación de aquella temporada en la villa romana de Carabanchel que aportó nuevas piezas, se presentó un informe que «nunca se tramitó y no sabemos por qué», añade Caballero. Aquella intervención dejó constancia de «estructuras adscritas a cronologías prerromanas (carpetanos), bajo imperial-visigoda y moderno-contemporáneas».
Ahora, las leyendas chelis en las que los vecinos conocen a alguien con una pieza romana expoliada (pero que pocos han visto), conviven con las hipótesis de conjugar cualquier proyecto urbanístico diseñado para la zona con la protección del pasado del barrio. «Todo puede convivir», asegura Dorado.