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Edurne Portela: “Creo que en este movimiento de retorno al campo hay algo de pose”

La escritora publica “Los ojos cerrados”, donde ahonda en la memoria de los pueblos y las historias silenciadas por sus habitantes

La escritora Edurne Portela
La escritora Edurne PortelaCristina Bejarano

Ahora que la pandemia ha supuesto un alejamiento de las ciudades y un regreso a los pueblos, Edurne Portela también vuelve a ellos, pero desde la literatura. No lo hace con una mirada idealizada, sino con una novela que ahonda en los recuerdos silenciados de muchos de sus habitantes. La historia no sucede solo en las grandes urbes, también pasa por los pueblos y deja cicatrices igual de duras y permanentes. Es justo en este punto donde la escritora centra «Los ojos cerrados» (Galaxia Gutenberg). En una población situada en medio de una sierra agreste se instala su protagonista, Ariadna, que no tardará en entablar contacto con Pedro, un anciano que conoce muy bien los fantasmas que recorren esas calles. A partir de ahí surgen los recuerdos.

-Qué le interesa de Pueblo Chico?

-Es un pueblo que podría ser cualquier pueblo de nuestra geografía. Me interesa, sobre todo, cómo una comunidad pequeña y cerrada padece la violencia, en este caso la Guerra Civil, aunque en realidad podría ser de cualquier guerra, y cómo los habitantes viven con el silencio, con las culpabilidades, y cómo esa herencia se confronta en el presente.

-¿En los pueblos se conserva mejor la memoria?

-En los pueblos queda la memoria de lo que no se ha contado. En las aldeas, los silencios pesan a veces más que las narraciones. Me refiero a los sucesos traumáticos. Cuando cuentas un trauma, empieza la superación y el duelo. Lo que sucede con los silencios enquistados es que la herida queda abierta. Las familias y las personas que se quedan en estos lugares arrastran consigo esa memoria y también esos silencios heredados, que pesan tanto. Los silencios se diluyen en los barrios de las grandes ciudades, con la movilidad. Las personas que se van de los pueblos se llevan la memoria de sus familias y sus dramas, pero como me decía un periodista, la ciudad diluye esa clase de recuerdos.

-Pero perduran los rencores.

-Eso forma parte de la historia de los pueblos. Pero también quiero creer que se crean lazos de solidaridad insospechados. Hay generaciones que reniegan de ese rencor y que, por un lado o por otro, tratan de enmendar el daño. Hay que avanzar un poco en la historia, porque a veces parece que estamos encorsetados en el pasado, que siempre nos parece inamovible.

-España tiene problemas con la historia.

-Tenemos dificultades para asumir el pasado. Siempre esta presente entre nosotros porque no ha habido un proceso sano de la memoria. Y es necesario hacerlo para que hagamos las paces.

-¿El pasado nos condiciona tanto?

-Más a unas personas que a otras, pero también es cierto que una persona amnésica es una enferma. La identidad de cada uno de nosotros se forma desde el presente. Desde el hoy formamos la memoria de nosotros mismos. Cada generación tiene que acumular conocimientos, hechos, decisiones y eso nos configura como personas. Esta división entre el pasado y el presente es artificial. El pasado también es presente y nuestro presente se configura a partir de cómo se interpreta el pasado. Hay que reconocer los errores del pasado para entender el presente y qué clase de sociedad y qué tipo de futuro nos interesa.

-Es necesario para la convivencia...

-Para el acercamiento. Hay que escuchar e intentar mirar a los ojos. Entender de dónde se viene, por qué se ha hecho lo que ha hecho. Pedro, uno de mis personajes, pertenece a una generación herida, que ha heredado un trauma. Desde esa identidad, ella, Ariadna, intenta entenderlo. Durante la pandemia estuve escribiendo este libro. Muchos ancianos que han muerto se han llevado este tipo de historias y no los hemos escuchado suficientemente. Esto explica por qué Ariadna quiere saber más. Además del perdón, hay que aspirar a la reconciliación.

-Recoge la importancia de contar cuentos.

-Es una tradición que estamos perdiendo según los pueblos se vacían. Antes había una tradición oral en los cuentos. En los pueblos, siempre había alguien que sabía contarlos, que era el transmisor de esas historias. Intento reproducir, esa cultura popular, junto con la naturaleza. En todas las leyendas, la naturaleza juega un papel: el viento, cuando entra en las casas; el lobo, que se hace amigo del personaje. Creo que eso lo hemos perdido, porque hemos dejado de sentir esa presencia de la naturaleza que nos marcaba tanto la vida. Ahora con la vida de la ciudad, cuando bajan los animales a las calles, como un jabalí, es como si viéramos un unicornio. La vida y la concepción del ser humano es otra. Antes había una relación más permeable con la naturaleza. Ahora, el papel del narrador se ha perdido. Si se evoca es de forma folclórica.

-Hay un retorno a los pueblos

-Hay cierto agobio en la ciudad. El ruido, las prisas... Entiendo que he tomado una posición privilegiada, porque estoy en un pueblo, pero yo creo que no es una vida para todo el mundo. Tienes que estar muy dispuesto a tener una vida pausada y muchos son dependientes de cosas a las que se han acostumbrado en las ciudades. Creo que en este movimiento de retorno al campo hay cierta pose y en menos de un año muchos estarán de regreso a la ciudad. Otros intentarán quedarse, pero hay que tener presente que a veces no dispones de internet, y que si tienes alguna enfermedad, los centros sanitarios están lejos y los médicos pasan solo una vez. La vida social es muy reducida también. Es con el vecino o poco más... No es para todo el mundo. Y las estructuras no están acondicionadas. Si tienes hijos ni te cuento. Además, creo que tienes que tener cierta predisposición al silencio, al aislamiento. En verano, muchos pueblos se llenan, pero el resto del año hay pocos habitantes. La gente idealiza demasiado el campo.