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Rhinocolura, la horrible ciudad-prisión egipcia de los habitantes sin nariz

El faraón Horemheb mutilaba a los delincuentes y los enviaba a esta ciudad, cerca del desierto, sin alimento ni agua potable
Ministerio de Antigüedades de EgiptoMinisterio de Antigüedades de Egipto
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Al borde del desierto de Sinaí se levantaba una fortaleza inexpugnable en la que todos sus habitantes estaban mutilados. Protegida por una muralla con casi 500 metros de perímetro y con torres de 20 metros de altura, nadie logró nunca entrar por la fuerza. Fueron los griegos los primeros en llamarla Rhinocolura debido a los extraños rostros de sus habitantes. Ninguno de ellos tenía nariz. la vida entre sus muros era terrorífica. Todos eran delincuentes, no tenían agua potable y el alimento escaseaba es esta zona desértica. Se alimentaban a duras penas de la pesca y cazando alguna de las codornices que pasaban sobrevolando la ciudad.
El misterio ha rodeado a esta ciudad durante siglos. Algunos historiadores defienden su existencia y otros que insisten en que se trata de un simple mito. Hay muchas pruebas que llevan a pensar que Rhinocolura fue real, que fue levantada hace 3.000 años, más concretamente en el año 1.300 antes de Cristo. El problema es que todos los escritos que hablan de ella no son contemporáneos y datan de 1.000 años después de su fundación.
Pero la clave puede estar en el Gran Edicto de Horemheb, una losa de piedra que contiene las leyes del último faraón de la XVIII Dinastía egipcia, que reinó entre los años 1321 a. C. y 1293 a. C. La tablilla advierte a los ciudadanos que cualquier persona que robe a alguna persona que trabaje con el faraón cometerá “un error” y que el faraón “lo corregirá mediante sus excelentes disposiciones”. Estas disposiciones establecen que los delincuentes seguirán viviendo pero sufrirán una dura condena: se les amputará la nariz y deberán pasar el resto de sus días en Tharu (bautizada posteriormente como Rhinocolura por los griegos), una ciudad amurallada, al borde del desierto, sin alimento ni agua potable.
Horemheb pudo pasar a la historia porque intentó acabar con la memoria de Tutankhamon, la de su padre, Akhenaton, y la su esposa, Nefertiti. Por suerte no lo logró, pero sí consiguió iniciar una tradición de castigos que continuaría durante varias generaciones. De hecho, más de un siglo y medio después, los cómplices de la reina -que permitieron que asesinara a Ramsés III cortándole el cuello mientras dormía- fueron condenados a la mutilación de la nariz y las orejas, un gesto que les marcaba de por vida. De hecho, uno de los conspiradores prefirió quitarse la vida a seguir viviendo marcado como un criminal.
Rhinocolura era lo más parecido a una cárcel de alta seguridad de las de que conocemos ahora. Sus habitantes nunca podrían reinsertarse en la sociedad. La mutilación les delataría como criminales, así que huir no era una opción para ellos. Además, numerosos soldados custodiaban las salidas. Sólo les quedaba la posibilidad de tratar de sobrevivir dentro de los muros de la ciudad y eso podía suponer que tuviera que volver a delinquir para seguir viviendo. Esta posibilidad no importaba a los gobernantes egipcios, ya que sus únicas víctimas sólo podían ser otros criminales.
A pesar de que a día de hoy puede parecer un castigo retorcido, la decisión de construir Rhinocolura fue considerado como un acto de bondad del faraón. En una época en la que reinaba el ojo por ojo, Horemheb decidió perdonar la vida a los delincuentes y darles una oportunidad de seguir viviendo en una ciudad con otros como ellos, a pesar de las extremas condiciones de supervivencia. Una muestra de indulgencia.
Pero lo que durante tantos años pareció como una tortura, acabó convirtiéndose en uno de los lugares más prósperos de Egipto. En la década de 1880 un arqueólogo descubrió la prueba de que realmente existió la ciudad de los habitantes con la nariz mutilada. Pero no fue hasta hace 10 años cuando un grupo de arqueólogos encontró algo inesperado. Buscaban pruebas de que Rhinocolura era una ciudad deprimida, en la que la gente no tenía grandes posibilidades y quedaron atónitos al descubrir que estaban ante una de las ciudades más grandiosas del antiguo Egipto.
Quizás durante los primeros años fuera un lugar sin esperanza para todos los que allí habitaban. Obligados a cumplir condena levantando una de las fortalezas más altas del antiguo Egipto, pero con el paso del tiempo, fueron convirtiéndose en una de las ciudades más prósperas. A pesar de ser todos delincuentes, dejaron de lado todo para unir sus fuerzas y construir una inmensa ciudad que fuera recordada durante miles de años.
La mutilación de partes del rostro como castigo
La mutilación de las partes sobresalientes del rostro (nariz, orejas, labios) tiene un largo recorrido a lo largo de la historia como castigo para acabar con la personalidad del individuo, ya sea por un robo, asesinato o simplemente por una infidelidad. La nariz es desde tiempos muy antiguos el principal elemento de la fisonomía. Los griegos hicieron todo un análisis de ella, que no sólo influye en aspectos estéticos sino que podía servir para determinar las características de la personalidad.
En la mayoría de los casos, la amputación de la nariz se producía como consecuencia de un castigo por un delito, pero también podía estar relacionada con una venganza de un marido contra un amante, una pelea o una herida de guerra.
Las amputaciones no sólo eran una costumbre egipcia. Desde el código Hammurabi hasta los papiros egipcios, pasando por los escritos hindúes o las descripciones de los hábitos de las sociedades precolombinas en América.
La mutilación ha sido un arma de castigo recogido en las leyes de varios países para castigar desde la corrupción, las infidelidades, el adulterio o el robo. Pero incluso algunos mandatarios lo utilizaron de manera caprichosa contra personas por delitos menores a esclavos o simplemente a aquéllos con un estatus social inferior. Este tipo de castigo estaba muy extendido por India, donde precisamente se comenzaron a realizar las reconstrucciones de nariz, origen de las cirugías plásticas de hoy en día.
Esta práctica también llegó a Europa, donde fue utilizado contra un oponente político. En esta ocasión, la víctima fue emperador bizantino Justiniano II, que fue reemplazado en 695 por el general Leonzio, que había ganado el poder después de haberlo mutilado. Childeberto II, rey de Australasia, ordenó a finales del siglo VI que le cortaran la nariz a seis personas implicadas en una conspiración contra él. O Federico II, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, que ordenó la mutilación de la mariz a los culpables de adulterio o de favorecer prostitución. El primero en prohibir estas prácticas fue el español Alfonso X El Sabio, rey de Castilla.
A pesar de ello, siguió siendo utilizado como castigo. en el siglo XVI el Papa Sixto V quiso alejar a los asaltadores de caminos que merodeaban en los accesos de Roma aprobando un decreto que los que fueran apresados se les condenaría a una rinotomía. En la misma época, en Inglaterra quien escribiera o difundiera una calumnia refiriéndose al Rey era condenado a la amputación de la nariz o de las orejas. Un castigo del que se libró Daniel Defoe, autor de “Robinson Crusoe”, que estuvo a punto de ser condenado por la publicación de unos panfletos contrarios al monarca.
Mutilación de obras de arte
Con todos estos antecedentes, no sería de extrañar que muchas de las esculturas de la antigüedad, incluso muchas que están en perfecto estado, no tengan nariz. Las causas pueden ser muchas. Una de ellas la venganza. Cuando se produce un cambio de gobierno, los nuevos mandatarios procedían a mutilar las estatuas para acabar con su personalidad. En otras ocasiones, como ocurre en muchas esculturas egipcias, puede ser una cuestión de racismo. Había una corriente de gobernantes que no querían que se les relacionara con la raza africana y decidieron acabar con las narices de muchas obras de arte para ocultar esa “raza”. en cambio, en otras como la esfinge de Giza, la ausencia de la nariz se debe una y exclusivamente a la erosión de los materiales provocada por el viento. al ser piezas pequeñas y muy talladas, tienen poca base y hace que sean de las primeras en romperse.

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