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El Prado jibariza «Las hilanderas» de Velázquez

La pinacoteca pone nuevo marco al cuadro y, además, ha quitado los añadidos que se sumaron al cuadro en el siglo XVIII

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Aunque la web del Prado hable de «Las hilanderas» como un lienzo de 220 x 289 centímetros no le hagan caso. El cuadro de Velázquez ya no es el que era. O, precisamente, es todo lo contrario. Ahora es más que nunca (desde el siglo XVIII) lo que su autor quiso que fuera. Sin añadidos. Sin pegotes de terceros que solo servían para que el cuadro encajase bien en la pared de la estancia del palacete de turno (como era frecuente en las colecciones reales durante una época en la que no tenían reparos en meterle mano a los maestros).
Una manera de dejar la habitación pintona, o, al menos, al gusto del consumidor, y también una forma de marear al resto del personal. Pues, como recuerdan desde el museo, estas alteraciones (una ancha banda superior con el arco y el óculo y tres bandas más pequeñas en los extremos derecho, izquierdo e inferior) «han afectado a la lectura del contenido. Dieron como resultado que la escena que transcurre ante el tapiz se perciba más alejada». Incluso la parte izquierda era 3,5 centímetros más grande que su contraria, por lo que la pintura «caía y perturbaba la visión», en palabras de Andrés Úbeda, director adjunto de Conservación del Museo Nacional del Prado.
Pero todo eso ya es historia de un cuadro que ayer presentaba su nueva fachada (o fachada original, o vieja normalidad). Una mirada más pura a la que también se le ha añadido un marco a estrenar «que no proyecta sombras». Así, los 220 x 289 se jibarizan hasta los 167 x 250 para traer las figuras a un primer plano en el que no estaban desde los apaños del XVIII.
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez representó tareas relacionadas con el hilado y un fondo con unas damas de pie ante un tapiz. Y es aquí donde está parte del meollo de la pieza. Porque si ahora mismo «Las hilanderas» se debaten entre dos medidas, también lo hacen entre dos nombres: el archiconocido, ya citado, y «Fábula de Aracne», donde los elementos principales de esa historia mitológica (porque no solo es un asunto de hilos) se encuentran en el espacio del fondo: la diosa Palas, armada con casco, discute con Aracne, compitiendo sobre sus respectivas habilidades en el arte de la tapicería. La alfombra reproduce «El rapto de Europa» que pintó Tiziano para Felipe II (actualmente en Boston, Isabella Stewart Gardner Museum, como se encargan de recordar en El Prado) y que, a su vez, Rubens copió durante su viaje a Madrid en 1628-1629. Era una de las historias eróticas de Júpiter, padre de Palas, que Aracne había osado tejer y que sirvieron a Palas de excusa para convertirla en araña.