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La guerra submarina que bloqueó Canarias

La escritora Mayte Uceda recupera este suceso olvidado en su novela «El guardián de la marea»

Mayte Uceda durante la presentación de su novela en Canarias
Mayte Uceda durante la presentación de su novela en CanariasCarlos Ruiz.

Mayte Uceda ha escrito «El guardián de la marea», una novela que evoca en sus páginas el olor inconfundible que dejan las lámparas de bencina, las cachimbas, los fogones caseros, los quinqués y el salitre. Una historia amor entre dos personajes antagónicos: Marcela Riverol, una joven de procedencia humilde que regresa del hospicio al seno familiar, y Hans Berger, un oficial alemán destacado en un submarino que es rescatado del mar y que ella cuidará durante su convalecencia. Un libro enhebrado con la Historia que recupera dos sucesos olvidados de nuestro pasado: el boqueo al que los submarinos alemanes sometieron a las Islas Canarias durante la Primera Guerra Mundial y el hundimiento del buque Valbanera, «el Titanic de la emigración canaria», en 1919 en los Cayos de Florida debido a las consecuencias de un violento ciclón tropical. Dos acontecimientos que se verán imbricados en una narración de gran ambición y aliento literario que arranca en 1918, acaba en 1976, pasa por la Segunda Guerra Mundial, y que someterá a sus protagonistas al oleaje propio de las épocas marcadas por las ideologías radicales y los enfrentamientos bélicos.

La neutralidad que declaró España durante la contienda del 14 no salvó al archipiélago canario de un brutal asedio. En cuanto Alemania declaró una guerra sin restricciones sobre el mar, sus submarinos, una de las armas más temidas y poderosas en ese momento, todavía imposibles de detectar y de combatir desde la superficie, comenzaron a hundir los mercantes que llegaban o partían de cualquier puerto del territorio insular. El objetivo, en realidad, no eran los habitantes de sus islas ni tampoco perjudicarlos, sino cortar las líneas de suministro de víveres y materias primas a su adversario, Inglaterra. Los canarios fueron las víctimas colaterales. «No es que atacaran en realidad nuestro territorio –asegura la escritora–, sino que simplemente trataban de impedir los abastecimientos de Gran Bretaña. Si veían que un barco tenía bandera inglesa o abordaban una embarcación con provisiones que, consideraban, estaban destinadas a los ingleses, lo que hacían eran hundirlo. De manera previa, eso sí, trataban de poner a sus tripulantes a salvo, porque no deseaban crear víctimas entre los españoles. Así que, o bien los arrastraban a puerto, o bien les proveían de los materiales necesarios para que alcanzaran de nuevo la costa».

A pesar de esta buena voluntad, la realidad es que Canarias padeció una de sus mayores crisis en muchas décadas y las consecuencias de esa política fueron devastadoras para sus gentes. Los alimentos comenzaron a escasear en las ciudades, la hambruna se extendió por todos los barrios, la carestía aumentó el precio de los víveres y muchas madres no podían amamantar a sus recién nacidos. Como describe la escritora, algunas monjas, para asistir a estos niños, contrataban nodrizas para que los pudieran alimentar ante la debilidad de sus progenitoras, pero, como tampoco podían pagarlas con suficiente dinero, ni siquiera esa solución de emergencia evitó que muchas de las criaturas murieran.

Muertos sin contar

Pero, mientras, en el Gobierno central de España, ¿qué pasaba? ¿Qué posición adaptó? Para May-te Uceda, que estudió informática y encontró su vocación literaria cuando escribía canciones para su grupo musical, está bastante claro: «La península tenía sus propios problemas. En el fondo, se suponía, esto solo debía afectar a la economía británica, la que invertía en las Canarias. Las navieras y muchas empresas de las islas eran de titularidad inglesa, por eso el empeño alemán en sostener este asedio. Para el Gobierno, lo que ocurría aquí era como otro mundo y a nadie, en realidad, le importó».

A lo largo de estos años se hundieron 72 barcos españoles y se logró paralizar el despegue económico de las islas. Nadie ha contabilizado los muertos de este bloqueo. De hecho, uno de los personajes asegura que, al concluir la guerra, todos contarán sus bajas, pero los muertos de este asedio serán siempre los muertos sin contar. Algo que sucedió, porque no existe un cálculo exacto y porque España jamás pidió jamás responsabilidades a Alemania. Uno de los motivos es que el Tratado de Versalles impuso unas condiciones tan duras a Berlín, que, aunque hubiera deseado, no habría podido satisfacer esta demanda.

Mayte Uceda aprovecha un suceso real y que recogió la prensa en esos años, la caída al mar de una pareja de militares alemanes destacados en un submarino al ser atacado, como detonante de una historia que recoge también otra crisis, aunque en esta ocasión de origen sanitario. Cuando se selló la paz entre las potencias beligerantes de la Primera Guerra Mundial, las Islas Canarias volvieron a reactivar sus líneas de navegación. En ese instante es cuando recibieron a un enemigo invisible del que, hasta este momento, se habían librado: la gripe española. Debido a la falta de comunicación con el exterior, esta epidemia no había llegado, pero, en cuanto se abrieron las vías de comunicación, las islas se vieron azotadas por esta enfermedad que en España dejó un total de ocho millones de enfermos y alrededor de 300.00 enfermos. Los canarios empezaron a hablar de «la fiebre de los tres días» y los días de germanófilos y aliadófilos quedaron tan atrás que se olvidaron.

EL “TITANIC” CANARIO

Mayte Uceda encontró el hilo conductor de «El guardián de la marea» en un acontecimiento dramático: el hundimiento del Valbanera en las costas de Florida el 10 de septiembre de 1919 debido a un ciclón tropical. Es el mayor desastre marítimo español de la navegación comercial en tiempos de paz. Fallecieron 488 personas, aunque no están incluidos los inmigrantes que esperaban encontrar un futuro mejor en otro país. Este hundimiento pudo haber sido incluso peor si no llega a bajarse parte del pasaje en una escala anterior. Como la autora relata, el capitán fue sorprendido por esta tormenta y, a pesar de que tomó todas las medidas para evitar el naufragio, la suerte no le acompañó. El oleaje empotró la embarcación y, a pesar de sellaron las salas, el agua acabó encontrando en el navío. Otro destino fatal que se cruzará en la vida de Marcela y Hans, los protagonistas de esta historia.