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Los libros de la semana: del adulterio de Megan Hunter a la cruda epidemia del sida de los 80 narrada por Rebekka Macai

Mientras Carlos Marzal se apoya en la relación de un padre y su hijo con el fútbol para tejer un relato sobre las aficiones y su legado a través de “Nunca fuimos más felices”, Hunter utiliza la mitológica figura de la arpía para configurar la venganza de una mujer herida
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“La arpía”: el precio de la infidelidad es la venganza

★★★★★
Por Ángeles López
Nadie cree que pueda convertirse en “esa mujer” hasta que un día sucede» reflexiona nuestra protagonista, Lucy, en este drama en el que una llamada telefónica sesgará su mundo en dos mitades. Fascinada desde la infancia con las arpías, ha llegado a convertirlas en objeto de estudio durante su doctorado. Seres, mitad mujer y mitad pájaro, que hacen acto de presencia desde la mitología clásica y, en textos como «La Divina Comedia» de Dante, se describen como entidades torturadoras de pecadores en el séptimo anillo del infierno. En estas páginas, el «mal» lo encarna la infidelidad de Jake. Lucy vive con su esposo, un investigador en una ciudad universitaria, junto a sus dos hijos pequeños. En su abnegada vida de teletrabajadora, recibe la llamada de un hombre que la alerta que su marido está teniendo una aventura con su esposa. Mientras Lucy decide continuar su vida, algo se empieza a gestar en su interior: recuerda las fiestas en las que contemporizaba con las otras esposas sobre la cotidianidad de los hijos o las carreras en «suspenso» relegadas a la mejora laboral de sus maridos.
Prosa de lo macabro
La llamada hace detonar algo en el interior de Lucy, quien, con esa devastadora información tejerá una venganza muy meditada en cada fibra de su ser: decide maltratar a Jake tres veces. Cada castigo podrá volverse más cruel a medida que ella se irá tornando en un ser menos arrepentido por su resarcimiento. La venerada arpía de nuestra protagonista irá tomando el control de su cordura hasta convertirse en un anti-cuento de hadas macabro.
Narrada con una prosa casi cinematográfica, el lenguaje de Lucy se irá convirtiendo en hosco desde el momento del primer autocontrol de la llamada hasta el desconcierto paulatino que le sucede. Sabremos de sus íntimas reflexiones sobre cómo otras mujeres en su situación podrían reaccionar de modo histriónico... pero ella, no. Ella asumirá una metamorfosis psicológica y física, producida por las reverberaciones emocionales de la traición. Megan Hunter, con una secuencia narrativa casi paranoica, nos sitúa ante la modalidad de la catástrofe postapocalíptica más común, el adulterio. Con una peculiaridad: mientras sus protagonistas continúan con su vida diaria, podemos observarlos como dentro de un frasco de laboratorio, para evidenciar la capacidad que tienen los seres humanos de dañarse unos a otros. «Arpía» es un recordatorio agudo y sutil de las posibilidades adversas que sostienen un matrimonio.

Lo mejor

Lo inquietante que es como drama psicológico de la postura marital burguesa

Lo peor

Su final es un poco vago e inconcluso, recuerda al clímax de la película «Birdman»

“No-cosas: quiebras del mundo de hoy”: filosofía coreana contra el «smartphone»

★★★★
Por David Hernández de la Fuente
Alicia a través del espejo se pierde en un mundo mucho más alambicado que el país de las maravillas. El niño Dioniso, en el mito órfico, queda embelesado mirando su imagen en el espejo y es despedazado por los titanes, su carne comida y su sangre bebida, cayendo hacia la materia. Mirar a la pantalla narcisista, como el joven mítico que se enamoró de sí mismo, y perder el alma en el reflejo –vieja es la prevención de muchos pueblos contra la cámara, pantalla inquietante y reflectante que nos atrapa– es lo que hacemos hoy día compulsivamente: vemos el mundo a través del cristal de nuestros móviles, en los que nos miramos de forma obsesiva mientras caminamos por la calle o estamos en los transportes públicos.
La no-realidad, la avalancha de información que constituye «no-cosas», dice el filósofo Byung-Chul Han, ha venido a sustituir a las cosas, a lo que percibimos con los sentidos y lo que aprehendemos por la razón. Si antes las manos eran definitorias de la actividad humana, desde Platón a Heidegger, ahora es el dedo, lo digital, lo que ha matado a la estrella de la radio. El hacer y sus formas han perecido para esta no-filosofía del «smartphone» . El «Phono Sapiens» es un Narciso ensimismado que mueve el mundo y la percepción con la yema del dedo. El filósofo escribe el libro que hay que tener a mano, pues nos advierte contra esas pantallas que actúan como filtros de la realidad y nos ocultan las cosas para inocularnos simplemente la dañina obsesión por la información continua: el peligro de las «no-cosas».

Lo mejor

La rabiosa actualidad desde la que está escrito, apelando al aquí y al ahora

Lo peor

Quizá su misma inmediatez pueda resultar caduca cuando se analice con perspectiva

“Nunca fuimos más felices”: la existencia se juega partido a partido

★★★★
Por Jesús Ferrer
Hace ya mucho cayó el prejuicio de la incompatibilidad entre el fútbol y la actividad intelectual. Escritores como Juan Villoro, Roberto Bolaño, Javier Marías, o incluso Camus, Nabokov y Pasolini, llevaron a sus textos una afición convertida en metáfora social y obsesiva pulsión íntima. Sin descuidar la vertiente deportiva, se genera en torno al balón toda una retórica argumental, basada en el escapismo lúdico, la identidad colectiva, y una popular épica mitográfica. En esta línea temática, Carlos Marzal publica «Nunca fuimos más felices», una novela autorreferencial centrada en la relación entre un padre fanático y su hijo, que juega en un equipo de alevines.
Se va gestando así una historia de entrañables complicidades, entre encuentros deportivos y jugosas anécdotas. En palabras preliminares, leemos: «Este libro tiene por excusa el fútbol, pero es un libro de amor: de amor a mi hijo, de amor al fútbol, de amor a las cosas, de amor a la vida. Como todo lo que he escrito. Como todo lo que escribiré». Toda una declaración de principios e intenciones, de fuerte contenido emotivo y acentuada sensibilidad.
Se alude aquí a la figura del «aficionado ilustrado», al que le gusta más el fútbol que su propio equipo, así como al fetichismo incorregible de los hinchas –la camiseta de Cruyff, por ejemplo–, la intolerable violencia de los hooligans, las disputas entre padres en partidos infantiles, los intereses económicos y políticos de este deporte, así como su pasada identificación con el amodorramiento de masas bajo el franquismo; sin olvidar el atrabiliario perfil o la sabiduría innata de míticos futbolistas, como George Best, apodado «el quinto Beatle» y héroe en su día del Manchester United, de quien se cita admirativamente esta proclama de vida: «He dilapidado una fortuna en coches, bebidas y mujeres. El resto del dinero lo desperdicié». O la veneración supersticiosa de un pelo de Maradona, que se exhibe en la hornacina de una calle de Nápoles; y la profusión de tatuajes en los jugadores, como representación iconográfica de superior individualidad.
La pelota desde el corazón
La esencia del libro, eso sí, radica en el vínculo entre padre e hijo, reviviendo aquel en este la frustrada ilusión de haber destacado en el terreno de juego. Es aquí donde aparece otro de los objetivos del libro: «Mi propósito es ofrecer unas páginas cordiales que traten del corazón». Empeño totalmente logrado con una historia que armoniza la conmovedora narratividad con el argumentado imaginario futbolístico en sus más variadas facetas. El fútbol como metáfora de la existencia: encuentros perdidos o ganados como en la vida misma. Una muy conseguida novela, página a página y partido a partido.

Lo mejor

La autenticidad que transmite la propia experiencia con el fútbol a través del hijo

Lo peor

Nada destacable en este sentido, ante tan elaborado y completo libro

“Los optimistas”: la epidemia del sida sin prisma de nostalgia

★★★★
Por Toni Montesinos
Conocíamos a Rebecca Makkai, natural de Chicago, por su primera novela, «El devorador de libros», que consiguió en 2011 un éxito comercial notabilísimo y que al año siguiente editó Maeva entre nosotros. Ahora, a aquella aventura entre una bibliotecaria y un niño de diez años y gran lector, en un remoto pueblo de Missouri, que llevaba a un plan por parte del pequeño para escapar del control de su madre y metía a la adulta en un fuerte dilema, le sigue otra historia de estrecho trato humano. «Los optimistas» (traducción de Aurora Echevarría), cuyo título responde a una cita de F. S. Fitzgerald y ha ganado o quedado finalista de premios tan llamativos como el prestigioso Pulitzer o el National Book Award.
Sin duda, ha emocionado al público y a la crítica especializada cómo Makkai ha recreado lo que genera, sentimental y socialmente, la enfermedad y la muerte, y el modo íntimo en que los afectos o la amistad repercuten en ello. Así las cosas, construye de manera convincente la cotidianidad de la comunidad gay en los años ochenta, cuando ser seropositivo era sinónimo a perder la vida. Y lo hace mediante el joven Yale y su grupo de amigos, los cuales van enfermando uno detrás del otro por culpa del maldito sida, y de Fiona, que treinta años más tarde, en París, hará lo posible por reencontrase con su hija, que no quiso un día saber nada más de ella, haciendo de la novela una convergencia de dramas en la que, en efecto, impera el optimismo pese a todo. Como si la muerte, o lo lúgubre, albergara cierto alivio.

Lo mejor

El mensaje que se desprende, donde lo mortuorio también puede inspirar vida y esperanza

Lo peor

Quizá a algunos lectores les pueda parecer un texto en demasía largo o sentimental