El último acto de los hermanos Machado
La publicación de «La diosa Razón» recupera su último proyecto teatral
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En 1936, Manuel y Antonio Machado eran muy queridos por los escenarios españoles. Sus obras teatrales, de carácter popular y con un gran respaldo del público, eran esperadas por algunos de los mejores intérpretes del momento, como Margarita Xirgu. Si la guerra no hubiera estallado seguramente hubieran alcanzado una de sus cotas más altas con una obra en las que los dos hermanos trabajaron entre 1935 y 1936. Titulada «La diosa Razón» ha permanecido inédita durante más de ochenta años, hasta que ha sido descubierta entre los papeles personales de los Machado, adquiridos recientemente por la Fundación Unicaja. Ahora, bajo el cuidado de Rafael Alarcón Sierra y Antonio Rodríguez Almodóvar, el texto finalmente se ha publicado en Alianza Editorial.
Ya en marzo de 1935, en una encuesta para el «Heraldo de Madrid», los Machado anunciaban que tenían algo entre manos: «Trabajamos en un drama –cinco actos, prosa y verso– cuya acción se desarrolla en España y en Francia durante los años de la Revolución y del Directorio». Al periodista argentino Pablo Suero, tan interesado por la labor de los intelectuales españoles en los días previos a la sublevación militar, Antonio Machado le explicó que «trabajamos ahora en una “Madame Tallien” que tal vez se titule “La diosa Razón”. Huelga toda explicación, ya dado el título. Veremos qué destino podemos darle». Hay todavía otro testimonio a tener en cuenta que es el reproducido por Miguel Pérez Ferrero, biógrafo de los dos hermanos quien en el ensayo que les dedicó recoge que los Machado le admitieron que trabajaban al final de su colaboración conjunta en «La diosa Razón» y en otras dos obras: «Las tardes de la Moncloa» y «El loco amor».
En las palabras a Suero, el autor de «Campos de Castilla» apuntaba la clave de la pieza: se inspira en un nombre legendario de la Revolución Francesa como es Teresa Cabarrús. Los dos poetas y dramaturgos sitúan su argumento entre 1786 y 1799, sobre todo en el periodo revolucionario, además de sacar partido a las historias de Cabarrús con sus esposos y amantes. Sin embargo, la protagonista no aparece con su nombre real sino con el de Susana Montalbán.
Heroína machadiana
Estamos, de esta manera, ante una más de las grandes heroínas del repertorio machadiano, como podía ocurrir en «La Lola se va a los puertos» o «La duquesa de Benamejí», algo que pone a los Machado en un mismo nivel de otra de las dramaturgias más aplaudida en ese tiempo, como es la lorquiana, con su reivindicación de la mujer. Pero, a diferencia de las tragedias de Lorca, en esta obra de los Machado nos encontramos a una mujer que, en palabras de Alarcón Sierra y Rodríguez Almodóvar, «es coqueta, curiosa, atractiva, y sabe hacer uso de sus encantos para conseguir la voluntad de los hombres». A ello se le une su buen olfato para saber qué es lo mejor para una Francia que se encuentra en una de sus mayores crisis sociales e institucionales. Precisamente eso es lo que hace que Susana Montalbán, es decir, la Teresa Cabarrús de los Machado, se muestre una firma partidaria de una figura tan controvertida como la de Napoleón Bonaparte, símbolo de orden, pero también de autoridad. Esto es algo que podría ser visto con cierto recelo en 1936 si la obra hubiera llegado a subir a escena, especialmente a las puertas de un golpe militar.
Igualmente, curiosa es la historia de estos manuscritos, perdidos durante décadas hasta el punto de creer que ya no se podrían localizar. Para saber qué ocurrió con ellos tenemos que remontarnos a 1939, cuando la guerra ha terminado y en el exilio, en un pequeño pueblo junto a la frontera, ha muerto Antonio Machado. Fue Manuel quien recogió los papeles que su hermano guardaba en su domicilio madrileño para llevárselos con él. Nunca se ha sabido exactamente qué documentos eran y es posible que alguno desapareciera por el camino, como son las cartas que el autor de «Soledades» recibió de su querida Pilar de Valderrama o, lo que es lo mismo, Guiomar. Cuando falleció Manuel, en 1947, su viuda decidió dividir los papeles en varios lotes: uno que se lo quedaría ella y que hoy se conserva en la Institución Fernán González de Burgos, y otros tres para los demás hermanos de los poetas: José, Joaquín y Francisco. Los dos primeros se exiliaron en Chile, con lo que esos dos legados fueron guardados por Francisco hasta su muerte. A su desaparición, en 1950, se volvió a hacer un reparto, esta vez entre las hijas y las sobrinas, lo que provocó su dispersión. En 2003 una importante parte de los manuscritos fue subastada por la Fundación Unicaja. Esta institución adquirió el resto de documentos en 2018, encontrándose entre los documentos de este último lote la desaparecida «La diosa Razón».
Lo conservado y que es la base de la edición está formado por una copia en limpio que José Machado realizó, a instancias de sus hermanos, de los tres primeros actos de la obra. Igualmente han sobrevivido borradores de lo que debía ser el cuarto acto de la obra, A todo ello hay que unir un perfil de Antonio Machado con su propia investigación sobre Teresa Cabarrús. De ella escribe que «a los 12 parecía una mujer. Fue cortejada por su tío. Fue enviada a París para educarse. Habló francés, español, italiano y latín. Tuvo preceptor un abate italiano imbuido de ideas volterianas (Don Leando F. Moratín, secretario de Cabarrús) (1787, Moratín y Cabarrús estancia en Francia-1787) (Teresa y su madre se vestían en París a la última moda). Frecuentó salones aristocráticos. Cantaba. Pintora». En este perfil, Machado también aporta algunos detalles sobre el aspecto físico de su heroína, de la que concreta que era «esbelta y alta. Cabellos negros (...) Ojos negros». También sigue sus pasos por Burdeos, además de recordar que la duquesa de Abrantes inventó una falsa historia de incesto alrededor de su protagonista. La ciudad francesa era en aquel momento, según la investigación de Machado, sinónimo de «anarquía y miseria» y donde «las mujeres hacen política».
Se desconoce cómo llegó este tema a manos de los dos hermanos. Los editores del texto sopesan la teoría de que el poeta pudo acercarse al personaje gracias a la biografía escrita por el marqués de Villa-Urrutia, «Mujeres de antaño. Teresa Cabarrús (Madame Tallien), aparecida en 1927. Entre ese mismo y 1930, Manuel Machado fue el director de la «Revista de la Biblioteca, Archivos y Museos» del Ayuntamiento de Madrid donde Manuel Núñez de Arenas escribió sobre Teresa Cabarrús.
El conjunto de manuscritos conservados por la Fundación Unicaja nos permite saber que, en 1939, cuando Manuel Machado había perdido a Antonio, no tocó los originales de «La diosa Razón». Pese a que estaban en su poder los originales decidió no volver a trabajar en el texto al no contar con la persona con la que siempre escribió teatro. En este sentido, el respeto hacia Antonio lo mantuvo hasta el final. Puede que eso explique de «Las tardes de la Moncloa», otro proyecto de la última etapa, solo haya llegado hasta nosotros dos actos, los dos que fueron escritos conjuntamente por Manuel y Antonio. De «El loco amor», la tercera de las obras teatrales de las que informaba Pérez Ferrero en su biografía, no se tiene ninguna noticia hasta la fecha.
En 1936, con el estallido de la guerra, Antonio se quedó en Madrid mientras que el inicio de la contienda cogió a Manuel en Burgos. Fue entonces cuando cada uno escogió un bando. El de Antonio Machado fue el de la República a la que siguió por varias ciudades hasta la derrota, desde Madrid a Barcelona pasando por Valencia hasta instalarse en un pequeño pueblo francés llamado Colliure. Por su parte, Manuel conoció la cárcel en los primeros días de la sublevación militar. Tal vez eso le hizo, a diferencia de sus hermanos, quedarse al otro lado, el de aquellos que ganaron la guerra. Lo único cierto es que Manuel y Antonio Machado no volvieron a verse nunca más después del año 1936.