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Crítica de “¿Qué vemos cuando miramos al cielo?”: nubes de evolución diurna ★★★★★

La Razón
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  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Dirección: Alexandre Koberidze. Intérpretes: Giorgi Bochorishvili, Ani Karseladze. Alemania-Georgia, 2021, 150 min. Género: Fantástico.
En el (falso) intermedio de esta apabullante película, un balón de fútbol se pierde por los meandros del río que atraviesa la ciudad georgiana de Kutaisi mientras la voz del narrador nos recuerda que vivimos en una época brutal, despiadada, y que la gente del futuro no entenderá cómo pudimos reaccionar con indiferencia a las atrocidades que se cometían a nuestro alrededor. “¿Qué vemos cuando miramos el cielo?” parece, en ese sentido, un acto de resistencia a esa indiferencia, buscando una salida en el placer de contar historias. Hay un relato que vertebra sus dos horas y media de duración, un flechazo que tendrá que superar la maldición de un cuento de hadas -susurrada por unas malas hierbas, una cañería de agua, una cámara de vigilancia y el rumor del viento- cuando dos enamorados pierdan la memoria, condenados a no reconocerse nunca más, pero hay múltiples brotes narrativos que nacen de esa interrupción sentimental, a su vez interrumpiéndose mutuamente mientras mutan en una colección de puntos suspensivos. Algunos caen en el vacío, otros se retoman. Alrededor de un espacio -un puente, un parque, una heladería- y una celebración -la Copa del Mundo futbolística- la pura observación de la realidad abre las puertas de la percepción a toda la magia (luminosa pero también negra) que lo cotidiano esconde. Como la obra de Raúl Ruiz o “La flor” de Mariano Llinás, Alexandre Koberidze reivindica, con libertad alucinógena, que la única religión que necesita nuevos feligreses es la de la fabulación y, por extensión, la de su puesta en imágenes. Así las cosas, la película es como un cielo poblado de nubes que no cesan de cambiar: ahora parecen una sombra, ahora un abrazo, ahora un balón de fútbol.
Lo mejor: La libérrima creatividad que respiran sus formas, sus relatos, su fe en el cine.
Lo peor: Que sus asumidos desequilibrios despisten al espectador poco afín a los juegos narrativos especialmente atrevidos.