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Crítica de “The Tender Bar”: Affleck es el jefe ★★☆☆☆

La Razón
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  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Título: The Tender Bar. Dirección: George Clooney. Guion: William Monhan, según las memorias de J.R. Moehringer. Intérpretes: Ben Affleck, Tye Sheridan, Lily Rabe, Christopher Lloyd. USA, 2021, 106 min. Género: Drama. Solo en Amazon.
Si Luc Moullet hubiera publicado ahora su “Política de los actores”, George Clooney y Ben Affleck podrían haber sustituido a dos de sus casos de estudio, Cary Grant y James Stewart. Es una pena que Clooney haya perdido el encanto, tan elegante como irónico, que, como actor, supo imprimir a sus primeras películas como director, “Confesiones de una mente peligrosa” y “Buenas noches, y buena suerte”. Lo que no ha perdido es su ojo para reconocer a ese Stewart de las películas de Capra en Affleck, que, en “The Tender Bar”, encarna a un americano arquetípico -la voz sabia de las clases populares, el tipo corriente que representa a la figura paterna de una sociedad huérfana, el hombre con principios y valores morales que vivifica la institución familiar- que, a pesar de su condición de secundario en el relato, se adueña de él con una autoridad cotidiana, natural y orgánica. Affleck es mejor actor de lo que la mala prensa de sus fracasos ha querido vender, y hay algo en este personaje, que también lo conecta a sus más notables logros como guionista (“El indomable Will Hunting”) o director (“Adiós pequeña adiós”, “The Town”), que le toca muy de cerca.
Affleck es la gran virtud de una película que no destaca por sus bondades. Las memorias de infancia y juventud de un escritor premiado (J.R. Mehringer, nada menos que con el Pullitzer) son las de cualquier chico yanqui de los setenta que, con un padre ausente -que cuando se hace presente es insensible y egoísta- y una madre con problemas económicos, crece en el hogar de los abuelos, refugio de una familia tumultuosa cuyos miembros -con excepción del tío Charlie (Affleck) y, un poco, del viejo patriarca (Christopher Lloyd)- Clooney no tiene ningún interés en singularizar. Esa falta de definición -provisionalmente compensada por el personaje de Affleck, que regenta un bar que sirve como rutinario centro de reunión de la gente del barrio- afecta también al protagonista, cuyo gran arco dramático se reduce a la búsqueda de una figura paterna, a la necesidad de estudiar becado en Yale para convertirse en escritor y a la superación de una decepción amorosa que arrastra consigo varios años. Es decir, la materia prima de un ‘bildungsroman’ de toda la vida, moldeada sin apenas pulso narrativo, con una puesta en escena plana y monótona, incapaz de hacer emocionante lo que hemos visto mil y una veces.
No hay nada de especial interés en las memorias de Mehringer, al menos por lo que se ve en pantalla. Lo que no quiere decir que otro director menos perezoso -pienso en el Lasse Hallström de “Querido intruso” o “Las normas de la casa de la sidra”, por ejemplo- le habría sacado más partido a la historia de J.R. La clave vuelve a ser Ben Affleck: si él es el corazón del filme no lo es por lo que dice -a menudo un encadenado de clichés- sino porque la cámara está interesada en él. En cómo fuma, en cómo se sienta, en cómo se mueve. Tal vez Clooney haya pensado en cómo le filmó Tony Gilroy en el plano final de “Michael Clayton” para filmar a Affleck. Es una pena que no le haya dedicado el mismo interés al resto de la película.
Lo mejor: Por muy tópico que sea su personaje, Affleck le otorga carisma, sentido y sensibilidad.
Lo peor: Que sea un relato de aprendizaje en el que nada destaque, por culpa de una puesta en escena más bien rutinaria.