Max Porter: «Quise escribir un libro ajetreado, desafiante, como lo fue Bacon»
El escritor se adentra en el particular universo del gran pintor británico durante sus agonizantes últimos días
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Estamos en abril de 1992 y uno de los más grandes artistas de todos los tiempos, Francis Bacon, a sus 82 años, regresa a Madrid. Quiere volver a reencontrarse con su amante, pero el tiempo se le acaba y la salud le pasará factura. El artista que pintaba como pesadillas a papas acabó siendo atendido por las monjas que hacían de enfermeras en la Clínica Ruber. Fue allí donde falleció el 28 de abril de 1992. Max Porter se adentra en ese terreno, el del final del artista, en un libro breve y asombroso. «La muerte de Francis Bacon», publicado en Literatura Random House, explora dicho universo de una manera muy particular en un texto entre la lírica y el ensayo.
¿Por qué un libro sobre el último Bacon?
He estado fascinado con él durante muchos años, estuve, como todos, encerrado durante la pandemia y una vez más me obsesioné con sus figuras atrapadas en composiciones claustrofóbicas, aullando, luchando por respirar, peleando, follando, y pensé que debía intentarlo y acercarme a todo eso en prosa. Quería ver si era posible.
¿Cómo definiría su libro, ensayo, novela, teatro o poema?
Todo ello combinado. Tal vez como un híbrido fragmentario que colapsa los cuatro para hacer sonar una nota real sobre lo que sucede en la mente de una persona cuando mira pinturas como estas. No se trata de recrear la voz de Bacon, sino de crear una superficie literaria con las fuentes, las técnicas, los mitos, la reputación y el ego de Bacon, así como todas esas cosas que zumban y permanecen ocupadas dentro de la mente del espectador/lector.
Usted ha comentado que Bacon fue el primer artista en tener una reacción visceral. ¿Quiso escribir un libro visceral?
Absolutamente. Deseo que el lector lo sienta con el olfato, el gusto y todo lo que es importante. Es un libro muy sensorial, pero también de repugnancia física, sobre lo extraño, para derribar al lector de su cómodo asiento gracias a un problema técnico, una mancha, un recuerdo a medias o un repentino deslizamiento hacia la violencia. o por sus encuentros sexuales nebulosos. Quiero que sea una experiencia de lectura ajetreada, atractiva y desafiante, como lo es la obra de Bacon.
¿Ha intentado escribir a la manera de la pintura de Bacon?
Traté de trabajar como él trabajaba, evitando lo literal. Traté de captar sus influencias (Velázquez, Picasso, Nietzsche, Mantegna, etc.) así como el desorden del piso del estudio (cigarrillos, alcohol, portadas de revistas, fotos de animales, artículos de Historia), y luego traté de fijar la figura en el espacio y empujar hasta que algo hiciera «clic» y mordiera. Me detuve entonces, me alejé, miré la prosa, luego volví, modifiqué, deseché, comencé de nuevo, me perturbé. Sí, eso es quizá estar cerca de lo que es el proceso del pintor.
¿Imaginó cómo escribiría Bacon un libro?
(Risas) ¡No lo hice! Pero es una buena pregunta. Creo que podría ser bastante pomposo, filosófico, con una especie de erotismo caliente hirviendo en él. ¿Podría haber escrito, por ejemplo, como Camus o Hamsun?
¿Cómo era ese último Bacon?
Se encontraba contento por estar en Madrid. Siempre anhelaba visitar El Prado. Y estaba encantado de ver a su joven amante, el banquero José Capelo. Pero, al tiempo, se hallaba muy solo en esos años, con tantos de sus amigos muertos o desaparecidos. Era muy asmático y luchaba por poder respirar mejor. Había estado muy enfermo de los riñones, aunque finalmente supo que se estaba muriendo.
¿Qué ha aprendido de Bacon tras acabar el libro?
He aprendido que me encanta mirar, y volver a mirar, y enseñarme a mí mismo a combinar la investigación profunda con respuestas gestuales rápidas. He aprendido que a veces es interesante volver a mirar algo que miraste antes –yo, de 16 años viendo a Bacon– o releer un texto y ver cómo has cambiado. Como cuando voy a Madrid y veo siempre el mismo Rubens, «La Adoración de los Reyes Magos»; me encuentro con el cuadro, pero también conmigo mismo en el pasado. Valoro cómo funciona la mente y la memoria, qué hace el ojo, qué significa el cuerpo, qué es la fe, la representación... Todas estas son fijaciones saludables para el novelista o para cualquier ser humano.