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Crítica de “Veneciafrenia”: el carnaval de la muerte ★★☆☆☆

SONY PICTURES
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Dirección: Álex de la Iglesia. Guion: Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría. Intérpretes: Ingrid García-Jonsson, Silvia Alonso, Cosimo Fusco, Enrico Lo Verso. España, 2021, 80 min. Terror.
Venecia es esquizofrénica. No solo la ciudad, capaz de ser un laberinto de callejones desiertos y sin salida y a la vez un refugio para el turismo de masas, sino también lo que significa para los que la visitan, una suerte de espacio liminal donde lo real y lo representado se confunden, como demuestra el primer y brillante asesinato de “Veneciafrenia”, en el que una máscara que abre los ojos desde un muro acuchilla a un pobre turista mientras los que le rodean celebran su agonía como si fuera una ‘performance’ callejera. Venecia es el espacio que se venga del mundo que aniquila su belleza secular, ese mundo habitado por seres humanos que Álex de la Iglesia desprecia tanto como lo hacen los supuestos villanos de su ‘giallo’ turismófobo. El director de “Acción mutante” siente mucha más simpatía por los espacios -el apartamento de “Perfectos desconocidos”, el pueblo del Oeste ‘fake’ de “800 balas”- que por sus personajes, y eso, a veces, es un lastre que la energía tremebunda de su cine no sabe salvar. Es uno de los problemas de “Veneciafrenia”, porque la pandilla de turistas españoles que desembarcan en la ciudad flotante nunca genera la más mínima empatía en el espectador. Cierto es que el ‘giallo’ -y su correspondiente equivalente norteamericano, el ‘slasher’- nunca se preocupó demasiado de la entidad dramática de sus personajes, pero hay en “Veneciafrenia” un cierto desaliño que tampoco les convierte en potenciales cadáveres exquisitos; es decir, no generan el suficiente interés para ver cómo van a morir, no satisfacen la pulsión escópica del cine de terror. La película recupera algo de la tensión de su idea vertebral precisamente cuando se encuentra con otro espacio, un teatro desvencijado que haría las delicias del Michele Soavi de “Aquarius” o el Lamberto Bava de “Demons”, que funciona como escenario de una de esas ‘set pieces’ gloriosas, excesivas, que tanto le gustan al cineasta vasco.
Lo mejor: la idea de una ciudad que se venga del turismo para preservar su ajada belleza.
Lo peor: el recuento de cadáveres se sucede sin crear apenas tensión narrativa.