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Crítica de “Ennio, el maestro”: y el cine se hizo más grande ★★★★☆

Karma FilmsKarma Films/EFE

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Dirección y guion: Giuseppe Tornatore. Música: Ennio Morricone. Fotografía: Giancarlo Leggeri y Fabio Zamarion. Italia, 2021. Duración: 150 minutos. Documental.
Murió poco tiempo después de empezar a jodernos la pandemia, en julio de 2020, y no sé si les pasará a ustedes lo mismo, pero los grandes y algunos medianos que desaparecieron aquel año y el siguiente a consecuencia del virus, por viejos o tras un puro cansancio de tanto vivir es como si no los hubiéramos enterrado bien o todavía siguieran vivos. Ennio hace unos ejercicios parecidos a los de Pilates en el suelo de casa. Morricone escribe obsesivamente música. Y Ennio Morricone dirige con manos huesudas, de espaldas, a una orquesta fantasmal rodeado de libros y espíritus. Era serio, reservado, católico, un trabajador extremo, un marido sin vuelta atrás, un hombre que no quería saber gran cosa que no tuviera que ver con cómo conectar sus partituras con lo que «veía» en el guion. Porque eso era, para él, una banda sonora. El compositor de cine más popular y prolífico del siglo XX fue el autor de unas quinientas partituras, casi todas, créanme y por si no conocen la mayoría, inolvidables y eternas con o sin silbido.
Tornatore lo tenía teóricamente fácil frente a un personaje tan menudo de estatura como gigante de talento, pero fue más allá y ha conseguido poesía, eternidad, porque el filme, que recoge una larga entrevista realizada por el propio Tornatore al maestro y engrandecen los testimonios de Bernardo Bertolucci, Giuliano Montaldo, Marco Bellocchio, Dario Argento, los hermanos Taviani, Carlo Verdone, Barry Levinson, Roland Joffé, Oliver Stone, Quentin Tarantino, Bruce Springsteen o Nicola Piovani (la lista prosigue, no obstante), exuda la misma elegancia, el mismo obsesivo misterio, al cabo (qué poco nos dijo el maestro sobre su faceta personal lejos de las corcheas, de los sostenidos, de las partituras en blanco a no ser que hable de ella, de su esposa) que el propio Morricone. El documental también se propone revelar el lado menos conocido de Morricone. Bueno, no crean que demasiado, sabremos poco, que era un apasionado del ajedrez, por ejemplo, pero da igual: cuando vean esta película y descubran al joven Eastwood masticando balas y a un Leone celoso perdido, entenderán por qué el llamado séptimo arte, si se lo propone, puede ser el mayor del mundo. Qué digo, de la galaxia con o sin agujeros negros.
Lo mejor: ver la forma de trabajar, tan intuitiva, de Morricone, pero hay más, aunque aquí no me quepa
Lo peor: que sea un amante de las más grandes bandas sonoras del cine y se pierdan este filme