Alberto García-Alix: «Cada vez que cojo una cámara comienzo de cero»
El fotógrafo presenta en el Jardín Botánico, en el marco de PhotoEspaña, su proyecto sobre los cuadros del Museo del Prado
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Alberto García-Alix llegó a la fotografía con la mirada ya impregnada por las pinturas de El Prado. Su madre lo llevaba a sus salas desde los trece años y esas visitas iniciales dejaron un poso educativo en su retina que después iría aflorando. Ahora, reinventa los fondos de la colección en un trabajo ambicioso y de original fuste técnico, que le ha llevado cuatro años, desde 2017 a 2021. Principió de manera casual, cuando le invitaron a fotografiar una de las obras y comprendió que esa experiencia primera, lejos de circunscribirse a una anécdota pasajera, podía suponer el punto de arranque de una obra de mayor magnitud. PhotoEspaña, en colaboración con la Fundación ENAIRE, presenta ahora sus «Fantasías en El Prado». La modernidad de este creador, frente al clasicismo de cuadros.
Los maestros de la pintura retratados por uno de la fotografía.
Con sinceridad, no me siento un maestro, pero quería capturar una buena imagen. Entenderlos. No todos los cuadros valían. Presentan dificultades, están llenos de aceites y craquelados... La técnica que he usado es compleja. Y solo tenía la luz de las salas. No tenía focos. Iba con trípode y una cámara. Las dobles exposiciones conllevan problemas. Para que salgan bien deben tener la misma luz. Hacía una foto y, a veces, no me salía nada. Prueba y error.
¿Qué le ha aportado?
Me ha ofrecido la oportunidad de meterme dentro del cuadro. Ha sido un trabajo denso, emotivo. Algunos de estos lienzos, cuando te adentras en ellos, como en el caso del «Cristo» de Antonello da Messina, tiene una pulsión mística muy grande. Había veces que me convulsionaba. He hecho descubrimientos, como Rubens. Su plasticidad la he entendido ahora. Cuando miro por la cámara me veo obligado a dialogar con lo que veo a través de ella y entenderlo. Los personajes de estos cuadros los he retratado como si estuvieran delante de mí. Los miraba como a un ser vivo que voy a retratar. A través de las exposiciones, les doy un «sfumato» que les ayuda a respirar. Mis fotos son una interpretación muy libre de ellos. Los conozco porque los he visto en libros en mi casa, conozco los pintores. Es un conocimiento larvado. Los españoles tenemos suerte de tener El Prado.
Una de estas imágenes es un autorretrato como el león de Rosa Bonheur. ¿Qué ha cambiado entre esta foto y en la que se autorretrata con una herida?
Cuarenta años en mis piernas. (Risas). He cambiado mucho. El fotógrafo lo que hace es educar la mirada, la reorienta. En el momento en que hice esa foto no tenía conciencia del hecho fotográfico. Era joven y no tenía conocimientos. Hoy mi diálogo con lo que miro, con la cámara, es mayor. Hoy juzgo con otro conocimiento.
¿Este trabajo también es una manera de reinventarse?
Siempre estás dando pasos hacia adelante. Tu orden mental evoluciona. Si no, es aburrido. No tendría sentido que hiciera hoy las fotos de los 80 y 90. Eso ya está hecho. Hay que avanzar. El artista debe buscarse problemas, buscar riesgos. Yo, entonces, más que la marginalidad, lo que retrataba era mi mundo: los bares, los rockers, las motos, la música. En esas fotos, mi intencionalidad era otra, como también era otra mi manera de ver. Ahora ese trabajo le toca hacerlo a los jóvenes. Yo lo hice en mi tiempo. Hoy, sigo retratando, pero mis amigos no tienen treinta años.
¿Se siente un clásico?
(Risas). Me siento muy privilegiado por mi trabajo, pero si soy un clásico es porque sigo usando una cámara analógica y sigo positivando. Queda poca gente que continúa haciendo eso. No me tienta la foto digital, porque por mi cámara veo el aire; con un visor digital, no.
¿Técnica o emoción?
La emoción. La técnica, a su lado, es poca cosa. La emoción es lo que me lleva a apretar el disparador. Hay que ser uno mismo. Tengo 66 años, y conozco lo que quiero y no quiero mirar. Es el aprendizaje de cuarenta años educando el ojo y luego tratar de conseguir un propósito. Pero lo primero es la educación de la mirada, del ojo.
Con el móvil se dispara a todo.
No te lo vas a creer, pero lo veo bien. Esas personas irán aprendiendo, si tienen gusto. Hay que tener gusto, porque si tienes mal gusto... eso no se puede remediar, pero si eres una persona sensible a la fotografía, una persona que se apasiona por mirar, no existe ningún problema. Hay que tener en cuenta que una forma de ver es también una forma de ser.
¿Qué aporta un objetivo a la mirada?
La replicación de la realidad y eso te permite volver a ver lo que has mirado, pero con atención. Para mí, hoy por hoy, la fotografía es un espacio donde inventarme, donde poder ser. Es un espacio donde encontrar mi latido. Lo tengo que conquistar cada día, porque a pesar de llevar en esto cuarenta años, cada vez que cojo la cámara comienzo de cero. A veces es descorazonador, porque salen muchas fotos malas. La mayoría.
¿Se ha perdido espontaneidad debido a los móviles?
La fotografía se ha democratizado. Ahora todos posamos constantemente para las cámaras. La foto ha llegado a todos los rincones de nuestra existencia. Pero en cuanto a mí, nunca he trabajado con espontaneidad. Siempre les digo a los modelos dónde colocar la mirada, cómo colocar los hombros. Estoy constantemente ordenando la imagen, lo que quiero ver. Soy muy manierista, tanto ayer como hoy. Me gusta controlar la imagen, lo que tienes en ella. Si hay unas manos es porque yo las quiero ver. El asunto es que en ocasiones tienes que tomar decisiones adecuadas de una manera rápida, y tener psicología, empatía. Estos son valores que se añaden a la toma. Sin la empatía, yo no le hago una fotografía a nadie.
¿Hay que ser rebelde?
El artista siempre debe progresar. Es lo que debería hacer. Cierta rebeldía es necesaria. Por ejemplo, en el retrato, el ser complaciente es un delito. La búsqueda de una belleza a veces te lleva a un calendario. Bajo mi prisma, el artista no debe ser complaciente.
En la Transición hubo grupos de ultraderecha. Ahora vuelve.
La Transición no fue pacífica, no fue lo que nos han contado ni lo que se vende. Lo importante es que favoreció la democracia. La Movida fue un deseo de modernidad que no tenía manifiesto ideológico ni político. Fue juvenil. Tuvo la virtud de agitar a todos los españoles. En España quisimos tener una vida más interesante, existía un anhelo de salir de lo que habíamos visto desde niños. Lo otro, lo la ultraderecha, existirá siempre en este país. Este país no lee bien su propia historia.
¿Desencantado con la política?
La impresión que me deja la política es de una tristeza profunda. Con lo que ha costado ganar los derechos, que nunca salieron gratis, y volver a reencontrarte con ideas totalitarias y esta falta de diálogo, da pena. Pero yo confío en lo mejor de nosotros, en el sentido común. El sentido común es lo que nos libera de las estupideces.
Te encantan las motos...
Las motos me hacen feliz. He ido toda mi vida en moto. No sé conducir un coche. Eso es porque me gusta la moto. Aún me hace feliz. Me estimula. Ha hecho mi vida más interesante. Es una pasión. La cámara no me hace feliz. No. La cámara exige, te obliga, es un ejercicio. La fotografía es trabajo, bien entendido, porque me apasiona, pero es desmoralizador cuando me muestra mis limitaciones.
¿Limitaciones?
Hay días que son brillantes; hay días que te reconoces más en lo que miras y otros, en cambio, que no. Lo maravilloso del trabajo es la búsqueda. Me explico. Después tantos años haciendo fotos, ¿para qué voy a sacar otra? ¿Qué me obliga a hacer fotos? ¿Por qué hacerlas? Yo creo que es por la poesía, la curiosidad... y salvar mi alma infantil.