Caso Watergate: 50 años del mito del periodismo
El 17 de junio de 1972 se produjo el allanamiento del cuartel general del Partido Demócrata en Washington. La investigación llevó a una dimisión presidencial y a generar un hito en la Prensa escrita que ha tenido eco en películas y libros
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Medio siglo después de la primera y única dimisión de un presidente de Estados Unidos en toda la historia del país, la sombra del escándalo político que obligó a Richard Nixon a abandonar la Casa Blanca tres años antes de que finalizara su segundo mandato, sigue presente en el Washington de las más altas esferas. El allanamiento de la sede del Comité Nacional Demócrata, situada en el recinto de oficinas y viviendas del barrio de Foggy Bottom conocido como Watergate, condujo a una investigación de más de dos años de duración, liderada en primera instancia, por el Senado de Estados Unidos y, posteriormente, la todopoderosa Corte Suprema.
Actual complejo residencial de lujo que puso nombre al escándalo que forzó la destitución de Nixon el 9 de agosto de 1974, el Watergate mantiene sus puertas abiertas al público 50 años después también como hotel de cinco estrellas con espectaculares vistas al río Potomac y sigue considerándose una estampa arquitectónica clave del paisaje de la capital estadounidense. Símbolo del paso del tiempo, a menudo los turistas que están de paso se cruzan con personalidades de la élite del país.
Más que un escándalo
Aunque, si por algo es conocido mundialmente el Watergate es por el desmoronamiento de la presidencia de Nixon y los precedentes que sentó, todavía hoy difíciles de superar. Desde entonces, 50 años atrás, la historia del escándalo del Watergate se ha replicado sin descanso en múltiples formatos: adaptaciones cinematográficas, series de televisión, documentales, libros, artículos de prensa, conversaciones entre la cúpula de poder y, sobre todo, del ciudadano de a pie. Y es que el Watergate «fue, más que un acontecimiento, una forma de pensar», considera Garrett Graff en su libro «Watergate, una nueva historia». «Parte de lo que es fascinante hoy en día es que las dos cuestiones centrales del robo en sí siguen sin resolverse. No sabemos quién ordenó el robo. Y realmente no sabemos qué estaban haciendo los ladrones esa noche», añade el periodista y escritor.
Lo que sí se supo, sin embargo, es que el entonces presidente de Estados Unidos estaba implicado en la trama. Fue el inicio de su final en la Casa Blanca. Nixon perdió mucho apoyo popular, incluso de sus propias filas, pero negó desde el principio las acusaciones de irregularidades y prometió, por el contrario, permanecer en la presidencia. Decisión que tomó a pesar de haber reconocido que había cometido errores. Pero el ex presidente republicano insistió en que no violó ninguna ley porque no tenía conocimiento previo del robo ni se enteró del encubrimiento hasta principios de 1973.
El término «Watergate», desde Nixon, pasó a utilizarse para abarcar gran variedad de actividades clandestinas e incluso ilegales llevadas a cabo por personal de su Administración. Ente ellas destacó la colocación de micrófonos en oficinas de opositores políticos, así como conductas de acoso contra grupos activistas y otras figuras influyentes de la política. Gran parte de esas sospechosas actuaciones salieron a la luz públicamente con la detención de cinco individuos que la noche del 17 de junio de 1972 irrumpieron en la sede del Partido Demócrata, situada en el complejo residencial que era el Watergate.
La realidad siempre acaba superando la ficción y, tras esa primera detención que destaparía todo un escándalo durante los próximos meses, el emblemático rotativo estadounidense «The Washington Post» se hizo cargo de la investigación periodística en su propia redacción retomando la historia del allanamiento. Los reporteros Carl Bernstein y Bob Woodward, ahora legendarios, encabezaron entonces la pesquisa del periódico confiando en la fuente de un informante dado a conocer como «Garganta Profunda», cuya identidad se reveló años después como Mark Felt, el director asociado del FBI.
Grabaciones secretas
Nixon intentó entonces minimizar los daños calificando los artículos que le acusaban como «sesgados» y «engañosos». Pero la investigación puesta en marcha demostró que el Comité para la Reelección del presidente republicano, así como la misma Casa Blanca, estaban involucrados en los intentos de sabotear a los demócratas. Los asesores principales de Nixon, un total de 48 funcionarios, fueron procesados y condenados por dichas irregularidades.
Un asistente del presidente estadounidense, Alexander Butterfield, testificó ante el Congreso, bajo juramento, que Nixon tenía un sistema de grabación secreto en el que registraba sus conversaciones y llamadas telefónicas desde el Despacho Oval. Un intervalo de 18 minutos de esas cintas nunca vieron la luz, las hicieron desaparecer alegando que la secretaria personal del presidente, Rose Mary Woods, las había borrado accidentalmente. Objeto de burlas, esta declaración también demostró que Nixon parecía estar más al tanto del encubrimiento de lo que estaba intentando, con esfuerzo, demostrar.
Tras una serie de batallas legales, y habiendo escalado durante meses la tensión, las pesquisas del Comité del Watergate realizadas por el Senado revelaron, gracias al testimonio de antiguos funcionarios y personal de Nixon, que desde la oficina más importante del mundo se estaba actuando ilícitamente con el sistema clandestino de grabación. El comienzo del destape de la histórica trama presidencial popularizada como Watergate.
Trama, por supuesto, a la que no le faltó ni un ingrediente básico para convertirse en una telenovela de repercusión internacional cuando el Comité Judicial de la Cámara abrió audiencias contra el presidente de Estados Unidos, retransmitidas en directo por las principales cadenas de televisión del país. El escándalo se hizo tan grande que acabó abarcando otras acusaciones contra Nixon por uso indebido de agencias de Gobierno, aceptación inapropiada de obsequios y salpicando incluso sus finanzas e impuestos personales. La Corte Suprema de Estados Unidos dictaminó por unanimidad que el presidente republicano debía entregar las cintas grabadas a los investigadores gubernamentales y Nixon, finalmente, tuvo que acceder a hacerlo. En ellas se demostró su implicación directa en el caso, revelándose que Nixon había tratado de encubrir el robo de los cinco individuos en la sede de sus contrincantes políticos con «cuestionables tejemanejes».
Con toda probabilidad, esta nueva evidencia del caso hubiera llevado a Richard Nixon a someterse a un juicio político conocido como «impeachment», el proceso de destitución del presidente estadounidense por parte del Congreso de Estados Unidos, por lo que decidió adelantarse presentando su renuncia. Su vicepresidente, el también republicano Gerald Ford, tomó posesión del cargo de presidente de Estados Unidos el 8 de septiembre de 1974, concediéndole el perdón a su predecesor.
«Es una historia que no debemos olvidar», advierte medio siglo después John Dean, el que fuera asesor en la Casa Blanca y encubrió a Nixon, pero cuyo testimonio después fue calve para ayudar a desenmascarar al presidente de Estados Unidos. Y es que, exactamente 50 años después, la sombre del escándalo del Watergate sigue de muchas manera presente en Estados Unidos.
«Watergate» como ahora el «6 de enero», fecha del histórico asalto al Capitolio de 2021, son la «abreviatura de los ataques a la democracia estadounidense: fraude electoral versus ignorar los resultados electorales, con un intento de golpe de Estado», señala Dean, que se declaró culpable de un solo delito grave durante el Watergate a cambio de colaborar, cumpliendo una pena reducida.