Joël Dicker explica las claves de un “best seller”
El escritor, que publica «El caso de Alaska Sanders», la continuación de «La verdad sobre el caso Harry Quebert», explica las claves de sus libros y su éxito
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En verano de 2013 se publicaba en España «La verdad sobre el caso Harry Quebert». En pocas semanas, la novela se convertía en uno de esos fenómenos literarios que no se venden solo en las librerías, sino que también arrasan en los quioscos de los aeropuertos y las estaciones de tren. Entonces, pocos conocían quién era su autor y, mucho menos, que antes de que comenzara a trabajar en esa obra ya había escrito varias y todas habían sido rechazadas por los editores. Hoy es uno de los indudables superventas. Todo el mundo sabe quién es y cada título que publica es un acontecimiento.
Lo que se subraya con menos frecuencia es que Joël Dicker triunfó con una novelística policiaca que hace diez años rompía con las modas vigentes en el género: sus asesinos no eran agresivos psicópatas, evitaba recrearse en escenas gore, como todavía algunos insisten hoy, y no era ni sueco ni noruego ni finlandés ni islandés. Una verdadera extravagancia. «A mí lo que me atraen son las personas corrientes –comenta ahora–. No me gustan que los criminales tengan psicopatalogías extrañas. Lo que quiero es indagar en esos momentos que plantea la vida a los ciudadanos normales y que resultan ser tan potentes que los hace perder el control. ¿Qué sucede en esas ocasiones?», se pregunta el novelista de manera retórica.
Dicker recurre a esta clase de personajes porque, explica, «el crimen en mis libros es el elemento vertebrador de la historia. En mis tramas no existen cosas horribles. Rehúyo la violencia extrema o enfermedades, porque implica introducir un elemento irracional. Lo que me seduce es explicar un acto, pero no el acto de un loco, algo cometido al azar. En mis obras todo está relacionado y tiene una causa. El crimen es solo un detonante, es un «big bang», y tiene repercusiones en la existencia de todos los que están alrededor».
Desde aquel éxito primero ha transcurrido una década y, después de varios títulos que han servido para consolidar su nombre, Joël Dicker publica «El caso Alaska Sanders» (Alfaguara), la continuación de la historia que le catapultó a la fama y donde vuelve a reencontrarse con Marcus Goldman, el escritor que no encuentra su camino; Harry Quebert, su maestro y profesor, y el detective Perry Gahalowood. «Siempre ubico la acción en una aldea pequeña por las consecuencias que suele tener en ella un asesinato. Si se mata a alguien en una ciudad, apenas tiene repercusión más allá de los vecinos o el barrio. Pero si sucede en un pueblo, la comunidad entera se ve involucrada. Las consecuencias son mayores para sus miembros, además de que cada uno de sus habitantes conoce a la víctima y muchos pueden tener razones solventes para matarla».
Un autor sin esquemas
Dicker retrocede en esta historia hasta el 3 de abril de 1999, cuando una corredora descubre a orillas del lago Skotam el cadáver de Alaska Sanders, una Miss Nueva Inglaterra que soñaba con ser actriz y que, mientras aguardaba su oportunidad, trabajaba en una gasolinera. No tardará en extenderse las sospechas y difundirse los rumores de que tenía un amante y que la misma noche de su muerte tenía una cita romántica. Con estas premisas, el novelista vuelve a dar prueba de su ingenio para hilvanar tramas y giros argumentales. «No tengo un esquema. Voy escribiendo la novela como un lector que la lee. Voy descubriendo aspectos, matices, detalles y, una vez que he terminado, repaso que todo esté en orden, que los elementos encajen y haya un equilibrio».
Dicker reconoce que cuida el «ritmo». «Es crucial porque vivimos en un mundo con uno muy marcado. La novela tiene que generar uno, pero no puede ser artificial. Debe servir al argumento». El escritor recalca que «el ritmo está al servicio del libro», pero, comenta, casi a renglón seguido, que lo que hace un «best seller» es la potencia de sus personajes y las acciones que los impulsan: «Lo que nos permite la novela policiaca es ahondar en los caracteres. La investigación y la muerte no es más que un pretexto para profundizar en ellos, descubrir quiénes son, cuál es su pasado y analizarlo. Yo intento que los lectores se zambullan en sus vidas y adquieran una visión completa de cada uno». Esto está motivado por una idea que el escritor sostiene con determinación: «El destino de las personas está relacionado con las decisiones que tomamos y la responsabilidad que adoptamos hacia unas decisiones concretas. Puede haber momentos malos, situaciones que vienen mal dadas y accidentes que son producto de la fatalidad, pero lo que me gusta es analizar la responsabilidad en los hechos que suceden y si somos capaces o no de admitirla».
Angustia
Dicker admite que no le ha costado demasiado volver a retomar a su célebre Marcus Goldman, pero que a pesar de las similitudes evidentes que comparten, no obedece a ningún alter ego literario: «Al principio, él tenía más años que yo, pero, al avanzar el tiempo, ahora soy yo quien tiene más años que él. He pasado por etapas de la vida que él todavía no ha vivido. El tiempo pasa y yo ya no soy el joven autor de antes. Él, en cambio, se mantiene en esa edad. Yo me he casado, he tenido hijos y mis experiencias han hecho que tenga una perspectiva diferente de las cosas».
Lo que permanece en Dicker es su capacidad para enganchar, un talento al que resta importancia: «No hay secreto. Se trata de aplicar el sentido común. Existen novelas donde lo principal son las palabras y no ocurre nada. En la tradición oral lo principal es cautivar al auditorio. Las palabras están al servicio del relato. Mis libros provienen de la tradición oral y por eso lo primero es la historia. Este es el verdadero secreto de contar esta clase de historias». Un convencimiento que, sin embargo, no le ayuda a paliar la «angustia» que le sobreviene cada que vez que publica un libro: «Siempre la siento cuando acabo de escribir y se va a publicar. Llevo dos años trabajando en un texto y, cuando se va a imprimir, no puedo evitar pensar si todo está bien, qué hubiera pasado si en lugar de introducir esto, hubiera puesto esto otro... hasta que el libro no está disponible para el lector, siempre me siento preso de la angustia».