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Antropología con perspectiva de género: antepasados sin sexo ni raza

Ciertos profesores de Estados Unidos, localización primaria del carcinoma “woke”, exigen que los investigadores dejen de identificar por género biológico los restos humanos antiguos, pues resulta imposible evaluar, dicen, cómo se identificaba esa persona...
La Razón

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Ni los yacimientos arqueológicos se libran ya de la furiosa embestida de los movimientos identitarios, esa suerte de nueva religión –revanchista, adanista, tuitiva– que pretende meternos a todos en vereda. En Estados Unidos, localización primaria de este carcinoma «woke» metastásico, exigen ahora ciertos profesores que los investigadores dejen de identificar por género biológico los restos humanos antiguos, pues resulta imposible evaluar, dicen, cómo se identificaba en aquel momento esa persona. Lo que implicaría esta propuesta, de claudicar la academia, es acabar con la clasificación de restos humanos por género, pero ¿tendría algún sentido prohibir la recopilación de datos, la clasificación de los mismos? ¿No limitaría esto la investigación y el avance del conocimiento? ¿Qué ventajas reales implicaría para disciplinas como la arqueología, la historia o la antropología? ¿Pretenderán cuestionar lo realizado de ese modo hasta ahora?
El psiquiatra y divulgador científico Pablo Malo, experto en psicología evolucionista y autor del imprescindible ensayo «Los peligros de la moralidad», señala el presentismo de este caso, la «aplicación de creencias, ideas y valores actuales a otras épocas del pasado, como cuando se acusa a Aristóteles de ser machista sin tener en cuenta el contexto de la época. Hoy en día juzgamos todo desde la moralidad actual».
Además, apunta Malo, la confusión constante entre sexo y género. «Dicen que no hay forma de saber cómo se identificaba una persona», expone, «pero eso no invalida que por los restos óseos o el ADN se pueda identificar su sexo biológico. La distinción entre sexo y género, y el concepto de género en particular, se ha complicado de tal manera que es prácticamente inutilizable porque no sabemos a lo que nos estamos refiriendo. El concepto género tiene por lo menos tres usos: el primero, como sinónimo de sexo para referirse a masculino o femenino; el segundo se refiere a roles o distinciones sociales o culturales que se adjudican o imponen desde el exterior (socialización, “patriarcado”...) a cada sexo; y el tercero se refiere a una identidad interna del individuo –más que como algo impuesto desde el exterior– que se expresa en la conducta y en lo que dicen acerca de sí mismos. Es interesante que exista un conflicto entre la visión del género de las feministas (la segunda descrita) y de los activistas trans (la tercera) –continúa Malo–. Para las feministas, el género es lo que sucede debido a la crianza. Para los activistas trans, el género es lo que sucede a pesar de la crianza. Así que se nos presenta un lío bastante gordo para aclararnos y entendernos si cada uno habla de una cosa distinta. En su día y antes de que se popularizara la división sexo/género, el psicólogo Ray Blanchard proponía la diferenciación entre sexo objetivo y sexo subjetivo. También podríamos llamar al sexo objetivo “sexo biológico” y al sexo subjetivo llamarlo “sexo social”. Si esta clasificación se hubiera impuesto tal vez se habría generado menos confusión», completa.
De género y sexo algo sabe José Errasti, profesor titular en la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo y autor –junto con Marino Pérez Álvarez– del polémico, esclarecedor y más que recomendable Nadie nace en un cuerpo equivocado, por el que han sufrido cancelaciones y el acoso de grupos transactivistas. «Esta cuestión de la identidad de género», explica, «que a nadie se le hubiera ocurrido hace veinte años en la academia, o hace cinco en la política y la calle, se presenta ahora mismo como si fuera la esencia universal y hubiera ocurrido siempre y en todas las culturas, en todas las civilizaciones, y que ocurrirá para siempre. Se retuercen y se tergiversan hallazgos antropológicos y paleontológicos variadísimos para ajustarlos a esta nueva religión. Y, con exactamente el mismo talante religioso, aparece también una nueva inquisición que prohíbe radicalmente que se puedan discutir sus principios».
Una pamplina metafísica
«Pero hay que denunciar las cosas como lo que son –reivindica el profesor–. Todo el discurso de cierto transactivismo, no todo el activismo, por supuesto, no es más que una pamplina metafísica totalmente ideológica y vinculada a la sociedad actual que busca mantener entretenido al ciudadano mirándose el ombligo en busca de una supuesta esencia que no son más que los estereotipos sexuales de toda la vida que ahora se pretende naturalizar y oficializar como lo que verdaderamente somos, nuestra verdadera alma. Como si tras toda una historia de la cultura occidental buscando la esencia del ser humano, la hubiésemos encontrado: un principio inmaterial, autodeterminado, autogenerado y ante lo que todo debe rendirse. Pretenden convertirlo en la verdad acerca de lo que somos».
Gari Durán, historiadora y articulista, explica la importancia, real y en la práctica, de identificar el sexo biológico en los hallazgos de restos humanos: «Es una herramienta fundamental que forma parte de las fuentes directas con las que un historiador puede contar, sobre todo, en etapas en las que hay pocas fuentes escritas. Esto es especialmente notable en una corriente dentro de la historia en todas sus épocas (Historia Antigua, Edad Media y Edad Moderna y Contemporánea) que fue el empezar a estudiar el pasado desde el punto de vista de la vida cotidiana y desde el de las mujeres. En ambos casos, cualquier resto material es imprescindible porque la vida de la gente corriente y la vida de las mujeres no queda reflejada en las crónicas, en las fuentes escritas, o solamente de una manera somera. Nos da mucha información acerca de cuál era el modo de vida que llevaba la gente corriente».
Así lo señala también Javier Arias, doctor en Historia de las Religiones y profesor en Valor Christian High School de Highlands Ranch, Colorado: «En la historia de la antropología y en la arqueología», apunta, «el hallazgo de restos humanos siempre se ha valorado en conexión con el entorno y los útiles o elementos con los que aparecían asociados. En la paleoantropología, el dimorfismo sexual presente en nuestra especie ha sido siempre un referente que ayudaba al investigador en su tarea. El sexo, pues, es una información valiosísima para el historiador, para analizar y comprender mejor la mentalidad, creencias y la división del trabajo en las sociedades antiguas y en época prehistórica».
Para Durán, esa importancia de poder conocer el sexo del individuo al que pertenecieron esos restos reside en que «el papel de las mujeres y los hombres, dentro de lo que es la Historia, viene determinado, desde que el ser humano se pone en pie, desde que es cazador o recolector, y, desde luego, desde que empieza a vivir en comunidad y a asentarse, por la biología. Son muy importantes los roles que se establecen de hombres y de mujeres y no tienen nada que ver con lo social, son previos. Es decir: los roles vienen dados, básicamente, por el hecho de que las mujeres dan a luz con todo lo que ello comporta. Su rol de maternidad no viene impuesto socialmente, viene impuesto por la naturaleza. Otra cosa es que, a partir de que las sociedades se hacen más complejas, esta diferenciación de papeles puede acabar siendo más artificial, pero en sus inicios, y durante muchos siglos, es el elemento definitorio; y no se trata tanto de cómo uno se perciba sino de lo que uno es. Y si, de entre la especie humana, al menos, la mitad da a luz a otros seres humanos y además está programada para cuidarlos y protegerlos, eso está por encima de cómo se perciba el ser humano. Por tanto, pretender eliminar esa distinción, pretender que a la vista de unos restos humanos un arqueólogo o un paleontólogo no deba decir que se trata de restos de hombres o de mujeres, nos priva a los historiadores de una información valiosísima».
«Ninguna corriente de pensamiento o ideología», concluye la historiadora, «puede justificar ni debe pretender que renunciemos a conocer y contar nuestra historia tal y como ocurrió».

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