“Trans”: Éxito y miseria de la identidad de género
El debate en torno a las cuestiones identitarias se ha intoxicado hasta el punto de pervertir a la Universidad como foro y de convertir a los sentimientos en argumentos: mientras, lo «trans» ha logrado situarse como la víctima de un sistema para imponer su agenda
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Titular hoy en día un libro «Nadie nace en un cuerpo equivocado. Éxito y miseria de la identidad de género» es, antes que nada, temerario. En un momento en el que el debate público se mueve entre la emocionalidad y el victimismo, y se desprecian la razón y los argumentos, plantear un debate serio sobre un tema sensible atendiendo a la ciencia y a la biología, «con rigor y con humor» (como señala en su prólogo Amelia Valcárcel) resulta, como poco, valeroso. Y eso es, precisamente, lo que han hecho José Errasti, profesor titular en la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo, y Marino Pérez Álvarez, catedrático de Psicología clínica en la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo.
«Este libro era una manera de enfrentar la infantilización de la Universidad abordando un debate sobre un tema que parecía tabú y ante el que muchos colegas y compañeros de distintas disciplinas han mantenido silencio», explica Marino Pérez. «Ponemos en palabras lo que mucha gente piensa o pensaría si reflexionara sobre ello». «Nuestra postura» tercia José Errasti «en este momento es contracultural, revolucionaria, casi underground. Es la primera vez en nuestra vida académica que el principal argumento que tenemos enfrente para expulsarnos del debate es que eres mala persona. Nunca nos había pasado algo así y eso indica el nivel de degradación del ambiente, incluso el universitario. Nosotros queremos que nadie quede excluido de entrada apelando a un supuesto odio que le consume y que le incapacita para poder opinar».
«Clientes» en la Universidad
Lo sorprendente no es que el debate público se encuentre emponzoñado, lo inaudito es, precisamente, que este no avance en el ámbito académico, que eso ocurra en la propia Universidad, que es el lugar donde deberían confrontarse las ideas. «Es sorprendente que eso ocurra en las universidades, sí», dice Pérez Álvarez «que es precisamente donde se debaten las ideas, que por definición son diferentes unas de otras, y que ese sería el método para avanzar en el conocimiento: confrontar conocimientos, teorías, enfoques». «Lo que pasa –dice Errasti– es que la universidad ha empezado a dejar de ver a los alumnos como estudiantes y ha pasado a verlos como clientes. Se insiste mucho en que la universidad debe ser un lugar seguro, pero entendiendo por ello que nadie escuche nada que le moleste, bajo una muy mala comprensión de lo que es el respeto. En realidad la universidad debería ser, en ese sentido, el lugar más inseguro». Y el más apropiado para abordar un debate tan delicado como sería el del sexo y el género.
«Este era un asunto que en principio ya estaba resuelto» explica Errasti. «Ya desde los años 80 el feminismo había distinguido entre lo que es un factor biológico relacionado con la reproducción, que es binaria (se apoya en el par fecundar, gestar). A su lado hay toda una construcción cultural, política, ideológica, social, alrededor de esos dos pivotes que representan el sexo, y que dicen cómo deben comportarse las mujeres, cómo los varones y qué trabajos hacen. Esto estaba resuelto y era muy sencillo. Verlo de esta manera, ver que el género es una construcción social y política, permitía detectar su vertiente ideológica, ver que era una herramienta para mantener estructuras de poder, de ideologías sexistas y machistas, y, por tanto permitía luchar contra ello, atenuando al máximo todos esos aspectos. La teoría ‘’queer’', al contrario, pretende realizar la lógica inversa: No pretende entender el género como algo que va de fuera hacia adentro y se interioriza, sino como algo que ya esencialmente posee la persona y que busca expresar, manifestar. Como algo que va de dentro hacia fuera, es la esencia revelándose. Esto, no solo es académicamente un error (hay mil investigaciones al respecto y desde la psicología es difícilmente discutible que ese tipo de cuestiones broten de la persona) sino que este error impide hacer una crítica política de la idea de género, lo que impide también desvelar que el género está cumpliendo un papel ideológico y político, y pasa a ser algo natural». «Y, de paso –interviene Marino– se anula la existencia del dimorfismo sexual, la diferencia entre mujer y hombre».
Lo «queer» más rancio
Sin embargo, para entender la clave de la discriminación femenina, es necesario hacerlo en base a su materialidad y a las diferencias reproductivas. Lo contrario sería un disparo a la línea de flotación de la agenda del feminismo, que quedaría descabalgada, y de la idea misma de la mujer como sujeto político. «Así es», explica Pérez Álvarez. «Todos estos planteamientos convierten en algo caprichoso la discriminación femenina. Parece que los varones son malos porque sí y discriminan a la mujer porque sí. Dejan muy mal a los propios hombres, muchos de los cuales también están preocupados por las diferencias y las discriminaciones. Pero si los hombres son acusados solo por serlo de patriarcales, machistas y violentos, quedan ya fuera de juego». «Pero es que en nuestra sociedad», interviene Errasti «la expresión de un sentimiento es el criterio de verdad. Un llanto tiene mayor valor probatorio que un acta notarial. Si lloro, tengo razón, no cabe duda. En esta sociedad sentimentalizada, que potencia al máximo la idea de intimidad, de yo interno, la idea de que algo que se creía material es ahora sentimental, recibirá aplausos. Y si tiene que ver con el sexo, que tiene repercusiones emocionales, pues es muy fácil que lo secundario se imponga sobre lo principal».
Esta sentimentalización podría explicar que un colectivo tan minoritario haya podido imponer su agenda y su voz en el debate público, abortándolo y sin necesidad de defender argumentadamente su postura. Y es que nadie quiere estar en el lado de los malos. «El movimiento trans ha sido inteligentísimo» dice Errasti, «y aquí hay que quitarse el sombrero, al unirse emocionalmente al movimiento lgb. Es decir, al unir la identidad de género a la orientación sexual. El tema de la orientación sexual está superadísimo, quitando a cuatro cavernícolas que quizá podríamos encontrar por ahí perdidos, nadie pone en duda hoy en día los derechos a todos los efectos (matrimonio, adopción, legales) de la comunidad lésbica, gay o bisexual. Pero el movimiento trans ha metido la t en medio, ha creado una unidad y ha conseguido que en el imaginario colectivo, emocionalmente, parezca que si te opones a uno te opones a todos. Es decir, que plantear la más mínima duda sobre la propia lógica de las teorías ‘’queer’' es, directamente, estar en contra de los derechos sexuales de las minorías, cuando no tiene nada que ver una cosa con la otra». «En realidad» concluye el catedrático Marino Pérez Álvarez «pretendiendo ser el movimiento más vanguardista, lo que está consiguiendo es llegar por detrás al machismo de toda la vida, a lo más rancio. Por más que quiera ser algo que surge de dentro, acaba reducido a los mismos estereotipos que dice combatir».