Matthieu Ricard: “Claro que no soy el hombre más feliz del mundo”
La mano derecha del Dalai Lama en Europa repasa su vida en «Memorias de un monje budista» (Arpa)
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Dice Matthieu Ricard (Aix-Les-Bains, 1946) que él nació a los 21 años. Fue cuando conoció a su primer maestro espiritual, Kangyur Rinpoche, uno de los grandes culpables de que este monje budista, que acaba de publicar sus memorias, fuera considerado hace unos años «el hombre más feliz del mundo». Ricard suena hastiado al otro lado del teléfono cuando se le pregunta si aún es digno del calificativo: «No, aquello fue una tontería, como una broma. ¿Cómo puedes saber el grado de felicidad de ocho mil millones de personas para compararlo con el mío? Fue un buen titular periodístico, imagino, así es como empezó todo. El estudio en realidad era sobre compasión, no sobre felicidad. Demostró que cuando meditamos en la compasión incondicional se activa una determinada región del cerebro. Se midió el mayor nivel de frecuencia gama que jamás se había registrado». Doctor en Biología molecular, Ricard es hijo del filósofo Jean François Revel, del que no heredó su agnosticismo pero sí el rigor intelectual. Responde a la entrevista de LA RAZÓN desde su casa del suroeste de Francia, donde cuida de su madre, casi centenaria: “Desde luego, hacer mommy-sitting es un buen entrenamiento espiritual”·
-¿En qué momento de su biografía sitúa el primer anhelo espiritual?
-Durante la adolescencia tenía conversaciones muy interesantes con mi madre y sus amigos, pero desde el punto de vista intelectual. No hacía práctica alguna. En mi vida he tenido mucha suerte de haber estado rodeado de gente tan destacada del mundo de la ciencia, la música, el arte, literatura y filosofía. Eso se lo debo a la profesión de mis padres y de mi tío. Era un entorno muy potente, pero, al mismo tiempo, carecía de un ejemplo claro y directo que pudiera seguir para ser un buen ser humano, amable, feliz. Así que cuando vi el documental de Arnaud Desjardins sobre los grandes maestros tibetanos pensé que iba a dedicar los seis meses siguientes a ese tema. Tenía 21 años.
-¿Su madre ya era budista por aquel entonces?
-Yo lo fui primero y luego ella me siguió. Después se ordenó monja.
-¿De qué manera le influyó esa infancia tan particular rodeado de la “intelligentsia” de la época? Buñuel frecuentaba su casa en México.
-La verdad es que me habría encantado tener sus capacidades pero no ser como ellos. Algunos eran buena gente, otros no tanto. En cambio, cuando conocí a mi maestro, Kangyur Rinpoche, aluciné con su humanidad. Y eso que yo por entonces no sabía mucho de budismo. Te sentías inspirado al momento por su amabilidad, su sabiduría, su fuerza interior. Todas esas cualidades. Pensé que si me podía enseñar a ser como él, aunque fuera mínimamente, merecería la pena. Obtendría una dirección y un sentido del propósito.
-¿Cuál fue su mayor enseñanza si solo tuviera que elegir una?
-La mayor lección era su presencia misma, lo que él representaba. El mensaje era el mensajero. Era el mejor ejemplo de cualidades humanas como la compasión, la sabiduría y el amor altruista porque las desplegaba a cada paso. Es que no se trata de conocer la teoría sino de encarnarla.
-¿Cómo se distingue al maestro del impostor?
-En el libro hablo mucho de ello. Uno tarda años en encontrarlo. Se trata de analizarlo primero en la distancia; luego, un poquito más cerca, después, un poco más... Tiene que ser alguien que no tenga nada que perder, nada que ganar y nada que esperar desde el punto de vista material. En cambio, ha de tener todo que ofrecer en materia de enseñanza. Ser humilde. Si se anuncia como un gran maestro, mejor salir corriendo. Hay que evitar a los charlatanes y los impostores.
-De esos tenemos unos cuantos en Occidente.
-Claro, y es muy confuso todo.
-Es que aquí lo queremos todo para ya.
-El Dalai Lama siempre dice que una de las grandes dificultades con los occidentales es que quieren una Iluminación que sea fácil, barata y rápida. Algo tan sencillo de obtener como ir al supermercado. ¡Y esto requiere un esfuerzo enorme y de por vida!
-Habrá gente que, aun así, no lo consiga.
-Sí, pero al menos es lo mejor que puedes hacer con tu vida. Como si emprendes un viaje a pie alrededor del mundo, puede que te lleve muchos años pero da igual. Cada paso es un avance en la dirección adecuada que te va a traer felicidad. Da igual el tiempo que te lleve porque el camino no te va a decepcionar. No se puede tener demasiada prisa ni quedarse en la superficie. Esto no es un curso de desarrollo personal, es un viaje de la confusión mental a la sabiduría, el amor incondicional y la compasión. Liberarte del odio, las obsesiones y el orgullo lleva mucho tiempo, pero no hay nada mejor. Con paciencia la fruta se convierte en mermelada. Los resultados inmediatos son como los fuegos artificiales y la niebla matutina. Desaparecen rápido. Si con el tiempo te conviertes en una persona más amable y mejor, menos enfadada, es que estás progresando.
-¿Eso es posible viviendo en una gran ciudad en Europa?
-Hay varios sitios auténticos en Europa para practicar, incluidos algunos de los hijos de mi maestro, que tienen lugares de retiro en Francia y Portugal. Se encuentran un par de veces al año y se mantienen comprometidos con la práctica diaria de una o dos horas. En diez años han logrado lo mismo que en un retiro de tres años.
-¿Se arrepiente de no haber formado una familia, si es que se reprocha algo?
-Bueno, tengo 30.000 hijos gracias a mi fundación. Seguro que habría sido precioso haber tenido familia, pero imagínese decirles adiós para retirarme a meditar tres años, por ejemplo. Mi vida habría sido distinta, pero seguro que no habría podido estar 10 años en Bután o 21 veces en Tíbet o cinco años en un retiro. La verdad es que valoro la libertad que he tenido, pero no desde un punto de vista egoísta porque me he puesto al servicio de los demás. Nada que me ate, ni casa, ni coche, ni familia. Puedo marchar sin dejar nada atrás.
-¿El proceso de escritura hace 25 años de “El monje y el filósofo” con su padre les sirvió de reconciliación?
-Eso fue lo que dijo él, pero la verdad es que nunca tuvimos una mala relación. Es solo que yo me sentía siempre cohibido a la hora de compartir con él mi espiritualidad porque era agnóstico. Lo que sí hacía a la vuelta de mis viajes era informarle sobre la situación en Tíbet, algo que le interesaba como analista político. De hecho, fue de los primeros intelectuales en denunciar la situación. Me pareció muy valiente que accediera a discutir conmigo en aquel libro, nos trajo una gran complicidad.
-¿Cómo fue hacerse famoso de la noche a la mañana?
-No me lo esperaba en absoluto. La decisión de dejar París e irme a vivir a un monasterio con mi maestro fue mucho más fácil, una transición más suave que la de pasar a vivir esta vida ajetreada. Imagino que de no haber sido por el libro habría pasado mis últimos veinte años viviendo tranquilamente en el Himalaya. Es verdad que me permitió hacer muchas cosas útiles para otros, no me arrepiento. Ahora he vuelto a parar.
-¿Y al ego cómo le sentó tanta atención?
-Que te reconozcan por la calle y te pidan entrevistas solo se debe a que has enseñado tu cara en televisión. Es algo totalmente artificial que no tiene nada que ver contigo, no te has convertido en un genio en tres semanas. Casi le diría que fue una lección de humildad que me pasara a mí, que no soy nada especial. Luego ves tantos buenos autores que no merecen atención que sientes mucha pena.
-¿Sigue siendo un hombre feliz?
-Me considero bastante feliz, pero al lado de mi maestro soy como una hormiga. Sí sé que tengo los recursos interiores para hacer frente a lo que ocurra.
-¿Qué es lo que más nos cuesta asimilar del budismo en Occidente?
-Lo más contraintuitivo para los occidentales es la sensación de no ego, adquirir la conciencia de que no somos una entidad separada de los otros. Cuesta mucho asimilar la interdependencia porque vivimos en una sociedad híperindividualista. También es difícil de entender la vacuidad de todo lo que existe porque choca de frente con el materialismo naif que impera aquí.
-Dice que en Oriente les extraña mucho el concepto del odio contra uno mismo porque que allí no existe.
-Sí, pero, al mismo tiempo, son conscientes del enorme sufrimiento que eso causa, los trucos del ego para que siempre seamos los primeros en todo. Lo primero es aceptar que no somos perfectos y que eso está bien, que se puede ser feliz así. Es la base de la autocompasión.
-Usted tiene una formación científica. ¿Pueden convivir esos dos mundos?
-Nunca pensé que haría el camino de vuelta a la Ciencia, pero en 2000 participé en ese gran simposio sobre emociones destructivas en el que traté de ofrecer la visión budista del asunto. De ahí salió la colaboración con algunos pesos pesados de la Neurociencia como Francisco Varela, Paul Ekman o Richard Davidson. Se acordó realizar un gran estudio mundial sobre el efecto del entrenamiento de la mente en el cerebro y me propuse como voluntario. Lo que no imaginaba es que iba a estar 20 años yendo al laboratorio. Entre 16 participantes juntamos más de 50.000 horas de meditación contemplativa.
-Parece que la ola del #metoo también ha alcanzado a las túnicas de color azafrán.
-Me alegro de que se descubrieran los abusos, que se enfocaron en dos incidentes concretos. En el budismo, como en todos los sectores, se encuentra lo mejor y lo peor del ser humano. Hay que condenarlo, atajarlo y establecer un protocolo para que las víctimas se sientan seguras para contarlo y reciban el apoyo que necesitan en todos los sentidos, del legal al psicológico. Pero el documental del que habla viene a decir que todo el budismo está podrido, que es lo mismo que asegurar que la fruta del mundo entero lo está. Conozco bien a los que están detrás del reportaje y sé que tienen una agenda antibudista. Me de la impresión de que quieren derribar a personas significativas del budismo, como el Dalai Lama o yo mismo.
-¿No es una tradición machista?
-Desde la fundación del budismo todos los seres humanos comparten la naturaleza del Buda, sin distinción. Y esto es algo que no ocurre en otras religiones, en cuyas escrituras sí hay diferencias de género. El simbolismo femenino es el de la sabiduría y está considerada una gran afrenta criticar a una mujer. Las diferencias que pudieran quedar de otros tiempos están desapareciendo a pasos agigantados.