A la búsqueda del secreto de Julio Camba
Francisco Fuster firma la biografía de uno de los más grandes periodistas españoles de todos los tiempos
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Cuando hablamos de la Generación del 27 siempre nos referimos, como es lógico, a sus poetas, a aquellos que participaron en diciembre de 1927 en el homenaje dedicado a Luis de Góngora. Pero hay más de una Generación del 27, por ejemplo, la de los humoristas, la formada por Jardiel Poncela, Mihura o Tono; y la de los pintores, con los grandes nombres de la vanguardia plástica de aquel tiempo, como pasa con nombres como Benjamín Palencia, Maruja Mallo o, por qué no decirlo, Salvador Dalí. En este grupo, el de la Edad de Plata, también están los periodistas, y en ese listado brilla especialmente un nombre, que es el de Julio Camba.
Un paladar literario tan exquisito, como era Josep Pla, aseguraba en una de sus entrevistas con Joaquín Soler Serrano que Camba «es el mejor escritor de artículos de este país». Por su parte, Ortega y Gasset lo definía como «el “logos”, la más pura y elegante inteligencia de España». Pese a los halagos, pese a los muchos lectores que tuvo en vida y que sus textos sean todavía reivindicados, no estamos ante un autor que aparezca en el lugar que se merece en la historia de la literatura española. Eso es lo que intenta solventar ahora Francisco Fuster con «Julio Camba. Una lección de periodismo», obra que obtuvo el último Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías y que ahora publica la Fundación José Manuel Lara.
Un solitario en el Palace
No es la primera vez que se dedica un estudio a la vida del periodista. Ya en 2003, Pedro Ignacio López García ofreció una aproximación en un libro también imprescindible titulado «Julio Camba. El solitario del Palace». Fuster parte de lo ya publicado, pero también de su extenso conocimiento de un autor al que ha trabajado mucho, como demostró editando cuatro antologías de la obra periodística de Camba, además de prologar algunos de sus títulos, entre ellos, ese clásico llamado «La casa de Lúculo».
Pero hablábamos del problema o, mejor dicho, los problemas que rodean a este maestro de plumillas. Uno de ellos, como apunta Fuster, es que Camba tuvo muy mala suerte con los editores, que apenas se preocuparon por reunir los muchísimos textos que publicó en la Prensa. Es más, apenas reunieron una cuarta parte de su trabajo y sus editores, a diferencia de lo que hizo Josep Vergés con Pla, casi no se preocuparon por visitar las hemerotecas para extraer el oro que Camba guardaba en la cueva de los diarios antiguos.
El biógrafo, y ese es uno de los retos a los que se enfrenta Francisco Fuster en su premiado trabajo, no lo tiene fácil si quiere saber algo sobre la vida privada de nuestro protagonista. El propio Camba se encargó de que no quedara documento alguno vinculado con cartas, diarios, manuscritos o sus contratos profesionales. Es decir, el llamado archivo personal del autor de «Aventuras de una peseta» no existe porque el propio interesado así los dispuso. Alguien que lo conoció bien, como es el caso de Augusto Assía, ya explicaba que todo esto es consecuencia de «la indiferencia que las empresas muestran con respecto a la experiencia, los conocimientos y los contactos que sus corresponsales hayan podido adquirir en el extranjero va perfectamente con la corriente nacional y es otra manifestación del despego de lo español por cuanto viene del extranjero y en cierto modo una reconfortante prueba de tibetanismo». Tampoco es un autor que haya tenido una especial fortuna como lectura en los planes de estudio, algo que Fuster señala respecto a la universidad, pero que también es fácilmente aplicable a otras aulas, como las de los institutos, donde Camba brilla por su triste ausencia.
Entonces, ante un panorama tan poco alentador, ¿por qué nos interesa Camba? ¿Por qué queremos saber más sobre un periodista, un cronista, un gacetillero? Y, por otro lado, ¿por qué queremos saber sobre la vida y las hazañas de tan extraordinario redactor gallego? El autor de «Julio Camba. Una lección de periodismo» nos da la clave mediante una cita del propio Camba: «El secreto no está en meter toda la antigüedad clásica en una columna o columna y media de periódico; como tampoco está en hacer una especie de almacén de bellezas naturales a la manera de Suiza. ¿No ve usted que el catálogo del British Museum sería, con ese criterio, el libro más admirable del mundo? No, amigo y compañero. El secreto no es ése. El secreto es un secreto».
Ese secreto es el que trata de exponer el libro, aclarando que nos encontramos ante un hombre muy celoso de su intimidad, extraordinariamente introvertido, hasta el punto de no querer expresar en letras de molde sus sentimientos. Fue un misántropo que convirtió la habitación 383 del Hotel Palace de Madrid en su muy particular redacción. Allí se quedó con huésped permanente entre el 13 de abril de 1954 y finales de 1961. Para los amantes de las leyendas urbanas, se ha dicho en reiteradas ocasiones que aquella estancia ininterrumpida en el Palace fue financiada por Juan March, aunque Fuster sostiene que no hay prueba alguna sobre esto.
Pero nos preguntábamos por el secreto. ¿Cuál era el de Camba para que nos siga interesando tanto? Probablemente, una de las mejores respuestas la encontremos en un editorial que publicó «La Vanguardia» al conocerse el deceso del periodista, señalando que dejaba una obra «más duradera que la piedra y el bronce».