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Libros

Deborah Levy, entre el Muro de Berlín y el Brexit

La autora regresa con «El hombre que lo vio todo» a la narrativa de ficción tras cerrar su trilogía autobiográfica

La escritora Deborah Levy, ayer, en Barcelona
La escritora Deborah Levy, ayer, en BarcelonaMiquel GonzalezShooting

El célebre paso de cebra londinense de Abbey Road es uno de los epicentros de «El hombre que lo vio todo» (Literatura Random House), la nueva novela de Deborah Levy, el primero de los libros de esta autora tras el cierre de su trilogía autobiográfica. En esta ocasión nos encontramos ante una historia que nos lleva a Londres, en 1988, para pasar a la República Democrática Alemana antes de la caída del Muro hasta regresar a la capital británica poco después de la votación por el Brexit. Un relato en el que nada es casualidad y que se basa en la mirada que tienen los demás hacia nosotros.

Levy, en conversación con este diario, explica que «dependemos de la mirada del otro, es decir, la mirada que nos describe, que nos malinterpreta. En el libro, evidentemente, me fijo en la mirada como en la vigilancia de la RDA porque el Estado miraba a sus conciudadanos. Este es un gran tema. Todo el mundo sabe cómo funcionaba la stasi, pero no quería escribir estereotipos o lo que hemos visto en películas y documentales. Quería ir al principio, es decir, cómo miran los niños a sus padres porque sabemos que los niños nos miran con atención, se fijan en cómo papá se ata los zapatos, cómo mamá se peina, si está enfadada... Es esa mirada que expresa todo lo que siente el niño sin esconderlo. Como escritora, empiezo ahí y luego pasé a temas mayores de vigilancia, pero siempre mezclando lo micro y lo macro».

Imaginación y tecnología

La autora de títulos como «El coste de vivir» o «Cosas que no quiero saber» sonríe cuando le preguntan si la ficción era la manera con la que poder descansar del ejercicio memoralístico que ha hecho en su reciente trilogía. «Valoro mucho la imaginación y creo que es una tecnología muy rápida. Puedes cerrar los ojos y estar en otro lugar en dos segundos. En la imaginación, los niños son buenísimos, son quienes mejor trabajan estas tecnologías, van en todos los sentidos, cosa que queremos pero nos asustan. En lo único en lo que no puedes poner un código de barras es en la imaginación. No puedes escanearla a una persona». Por tanto, resulta inevitable preguntarle si es mejor la ficción que la autoficción. Deborah Levy medita y reconoce que «también me gusta la autoficción porque es la manera de encontrar una voz cercana a mí. Tener esa voz es algo que estimula el libro y tiene que ser una voz con la que los lectores puedan vivir, pero también yo, aunque, en realidad, toda escritura, tanto si es ficción como autoficción, depende mucho de hasta qué punto nos sentimos atraídos por tener los pensamientos del autor».

En el libro nos movemos por escenarios que son de cambios: desde una Alemania que está a punto de reunificarse ante la caída del Muro de Berlín a una Gran Bretaña que ha decidido salir de la Unión Europea. Igualmente simbólico es, en el caso de The Beatles, escoger como eco «Abbey Road», el último álbum que grabaron completo. Cuando se le señala esta actitud hacia el cambio, Levy recuerda a Simone de Beauvoir porque «ella decía que si vives suficiente tiempo verás cómo todas tus victorias se convierten en fracasos y cómo tus fracasos se convierten en victorias. Ese es el círculo del cambio. Una novela debe tener esos momentos de cambio porque los personaje lo piden. Lo que es un malentendido puede ser momento de entente. Desde un punto de vista emocional es interesante escribir sobre el cambio, especialmente sobre nuestro temor por el cambio».

También el país en el que vive y trabaja Levy está de cambios tras su portazo a la UE. La escritora suspira cuando oye hablar de ese hecho, pero sostiene que, «personalmente, el Brexit es catastrófico, pero no por ello desaparecerá el país. Para mí el sentido de la vida, más que hacer un comentario general sobre el Brexit, es abrirse a otras culturas. Mire, usted y yo estamos hablando con una intérprete que me traduce. Sin traductor no sería nada, estaría hablando a mi propia isla pero hablo con usted. Así que hoy es un buen día».