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80 años del final de la Guerra Civil: 1/4/1939: el día que todo terminó

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

  • Jesús Jiménez - Desperta Ferro Ediciones

    Jesús Jiménez - Desperta Ferro Ediciones

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La retirada de los últimos efectivos republicanos a la orilla oriental del Ebro el 16 de noviembre de 1938 no solo puso fin a la mayor batalla de la Guerra Civil, sino que marcó el inicio de la descomposición de la capacidad de resistencia de la República que desembocó en el final de la contienda.
La retirada de los últimos efectivos republicanos a la orilla oriental del Ebro el 16 de noviembre de 1938 no solo puso fin a la mayor batalla de la Guerra Civil, sino que marcó el inicio de la descomposición de la capacidad de resistencia de la República que desembocó en el final de la contienda.
La invasión de Cataluña por el Ejército franquista parecía inminente y el presidente del Gobierno, Juan Negrín, necesitaba con urgencia una nueva acción de calado estratégico en el teatro de operaciones del centro antes de que terminara el año. Esta necesidad se tradujo en un ambicioso plan para operar en Motril, Brunete y Peñarroya que, sin embargo, se demoró por desavenencias en la cúpula militar republicana. Esto permitió a Franco lanzar su ofensiva sobre el territorio catalán.
El Ejército de Norte del general Dávila, con cerca de 275.000 hombres inició la campaña frente al Grupo de Ejércitos Oriental (GERO) de Hernández Saravia, que contaba con más efectivos, unos 300.000 hombres, pero una alarmante inferioridad material. Un día antes de la Nochebuena de 1938 el frente se rompió por Tremp y Serós y el mando republicano contestó poniendo en marcha parcialmente sus planes en el teatro del centro, dando lugar a la batalla de Peñarroya. Allí el Ejército de Extremadura consiguió un notable éxito inicial que, como en otras tentativas del Ejército Popular, pronto quedó anulado, en este caso por la acción de las tropas de Queipo de Llano. Esta acción no logró frenar el avance franquista en Cataluña, cuyas tropas tomaron Tarragona el día 15 de enero y Barcelona el 26. Las esperanzas de que la capital catalana se convirtiera en un segundo Madrid ya no tenía sentido en 1939, ni por el estado del ejército ni por la situación de la retaguardia. Ya en febrero caerían Gerona y Figueras, y para el día 10 se habían cerrado los pasos hacia Francia de Port Bou y La Junquera.
Cerca de 230.000 combatientes y 45.000 civiles cruzaron los Pirineos hostigados por la aviación. También había abandonado el país el Gobierno republicano. Rojo no era partidario de prolongar la guerra, pero Negrín regresó a territorio republicano para continuar con la resistencia a ultranza. La conocida reunión de Los Llanos el 16 de febrero confirmó, sin embargo, el escaso apoyo que recibiría de la cúpula militar, que de hecho participó en buena medida en el golpe de Casado que pretendía llegar a un acuerdo con Franco para poner fin a la guerra. La «resistencia a ultranza» de Negrín había sido una ilusión, pero no lo fue menos el intento de paz negociada. Las conocidas como conversaciones de Gamonal del mes de marzo confirmaron que Franco solo admitiría una rendición incondicional. El día 25 dieron por rotas las negociaciones y ordenó avanzar en todos los frentes sin que hubiera oposición republicana. El acto de rendición de la capital se escenificó el día 28 entre las emblemáticas ruinas del Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria.
El 1 de abril, se firmaba en Burgos el último parte de guerra de la contienda.