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Alberto Velasco, el abejorro inconsciente

El artista llega al Pavón con «La inopia. Coreografías para un bailarín de 120 kg», un espectáculo apoyado por tres Premios Nacionales de Danza en el que la báscula no es excusa.
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El artista llega al Pavón con «La inopia. Coreografías para un bailarín de 120 kg», un espectáculo apoyado por tres Premios Nacionales de Danza en el que la báscula no es excusa.
Apenas tenía «siete u ocho años, no recuerdo bien», dice, cuando una colleja le devolvió a la realidad. Se deshizo el embobamiento al instante, pero no había nada que hacer: el virus ya lo tenía dentro. Alberto Velasco se había quedado absorto frente al escenario de La Cistérniga (Valladolid). Eran las fiestas de su pueblo y las lentejuelas, las trompetas, las coristas y todo lo que allí respiraba le atrapó. «No sé cuanto tiempo estuve con la boca abierta. Hasta que llegó un amigo y me dijo “vamos a jugar” y me fui», apunta. Ni siquiera recuerda qué sonaba, pero «era mi Broadway particular». Fue el comienzo de una carrera que continuó sus primeros pasos entre bailes regionales, de salón, flamenco... Lo que hiciera falta: «Profesor que venía al pueblo a ofrecer clases, ahí que me metía yo. Aunque nunca me planteé estudiar en un conservatorio porque, uno, soy chico y, dos, porque no veía a nadie con mi cuerpo bailando danza. Quizá, de haber existido algún referente lo hubiera intentado, pero nunca fue así», sentencia el bailarín.
Mucho ha llovido desde entonces y aquel «gordi» que soñaba con subir al escenario ya lo ha hecho unas cuantas veces –«¡Vaca!», «Danzad malditos», «Vis a vis»... y, desde octubre, «Billy Elliot»–. Como también ha sido habitual repetir estado de asombro, «me quedo muchas veces así. Se me puede ver a menudo con los ojos hacia arriba e ido», comenta. Anonadado le han dejado en los últimos tiempos Sol Picó, Chevi Muraday, Daniel Abreu –tres Premios Nacionales–, Carlota Ferrer, Vero Cendoya y Carmelo Segura, los mismos a los que propuso que le esbozaran unos pasos. «Les encantó el proyecto y dijeron que sí». Y de ahí surgió «La inopia. Coreografías para un bailarín de 120 kg» –hoy, mañana y pasado en El Pavón Teatro Kamikaze–, un homenaje a ese niño que un día decidió ser artista. Lejos de la autobiografía a la que se acercó en «¡Vaca!», Velasco se propone ahora una «reflexión –con texto de Sonia Barba– del yo adulto aprovechando todo con lo que me quedo embobado. Con ello voy solucionando mis problemas y cumpliendo mis sueños».
Feliz sant «gordi»
Pero, sobre todo, es un espectáculo en el que no existen los tabús. Ni se los plantea: «Fuera». Porque este actor, director y bailarín si algo tiene claro es que hay que reírse. Mientras el 23 de abril unos regalaban rosas y libros por Sant Jordi, Velasco celebraba el Sant «Gordi»: «Me parece importante el sentido del humor sobre uno mismo. No hay que tomarse todo tan en serio. Todos nos sentimos atacados de alguna manera y yo lo trivializo todo y así tiene menos importancia. Hay que quererse y saber que tu diferencia te hace especial y, a partir, de ahí se va a poder exportar al mundo». Defiende que el suyo sí es un cuerpo de verdad. Y si no, «busquen en su bloque de vecinos cuántos cuerpos escultóricos se ven», reta. Si se tiene que definir evoca a los abejorros: ellos no saben que sus alas no están capacitadas para volar, pero, sin embargo, lo consiguen; igual que Velasco: «Bailo y hago todas las variaciones porque no soy consciente de lo que peso. Nunca me he sentido gordo ni me ha costado hacer las cosas. Incluso en Educación Física intentaba hacer lo mismo que mis compañeros, me costaba más, pero como el que tiene las patitas cortas y tiene que dar dos pasos en vez de uno».
Entonces recibió una educación que, de haberse ceñido a ella, «nunca me hubiera hecho ser teatrero –desarrolla–. En el colegio y en el instituto solo enseñan literatura dramática, teatro leído y si te llevan a ver una función suele ser teatro clásico para niños, que es un horror. Jamás hubiera dicho “quiero estar ahí arriba”. Realmente fue la orquesta la que me lo dijo».
Así se ha ido haciendo Alberto Velasco a sí mismo. Un «fanático de la gente». Mirando y probando. Abriendo los ojos en lo que para él fue un «shock», tener enfrente a Pina Bausch: «Fue el revulsivo que me hizo ver que hay gente que utiliza su cuerpo de otra manera, lo mezcla con teatro y emociona». Abstrayéndose del mundo. Sentándose en un banco o poniendo la oreja para ver qué dice el de al lado. «He callado demasiadas cosas», dice. ¿Cuáles? «Cosas personales. Hace tiempo que decidí no dejarme nada más en el tintero de cosas bonitas que decir a la gente. Siempre te coartas de decir cosas buenas y ya no me las callo. Tampoco discuto, que es algo de lo que hace un año y pico tomé conciencia. No merece la pena. Es una cuestión de ego y de ver quién lleva razón en vez de intentar entender al otro. Estas cosa que he silenciado salen aquí a la luz. Desde cosas bonitas a otras que no lo son tanto, pero hay mucha luz y esperanza».
Con éstas se presentan los 120 kilos de Alberto Velasco en el ciclo «Desembarco de la danza» del Pavón, con un ojo «mirando la báscula para no hacer publicidad engañosa» y con el otro en busca de ser ese referente dispar que no encontró en su infancia: «Nada me haría más feliz».